aipkeeena
Honorable Moderator
el dia que termine el fic , dejare mi mayor legado en ésta vida
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Post by aipkeeena on Oct 19, 2020 5:49:45 GMT 2
wow , pronto vas a pasar a la pagina 3 , felicitaciones
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Post by clowdown on Oct 20, 2020 23:52:46 GMT 2
wow , pronto vas a pasar a la pagina 3 , felicitaciones ¡Muchas gracias
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Post by clowdown on Nov 7, 2020 21:09:45 GMT 2
Capítulo 20 Richard observó a su compañero, le ordenó que se ocultara pero no le hizo el menor caso y siguió adelante en dirección a la zona de detención hasta que casi no fue visible, pisó algo y salió despedido dando vuelta en el aire y quedando colgado vivo. El detective apagó su linterna y se introdujo en la oscuridad silenciosamente, cuidando cada paso como si el menor sonido pudiera llevarlo a la muerte. Era una tontería confrontar ahora y lo sabía. El poli que colgaba como el cadáver de Ken se meció aterrorizado, luchando por estirar sus brazos y encontrar una forma de zafarse. Una punta de lanza lo fulminó por la columna y solo así, la cuerda que apretaba su pierna, cedió y cayó suavemente al piso, mientras la mano invisible guardaba el hilo enrollándolo rápidamente. Se dio media vuelta listo para recibir algo... Uno de los tres bomberos apareció atrás de la forma camuflada, y lanzó un grito de terror al contemplar al oficial muerto. El alienígena lo agarró cubriéndole la boca y le aplastó el cuello con el antebrazo del codo, ahogándolo y tirándolo al lado de su otra víctima. Las linternas cayeron al piso y rodaron sobre su propio eje. Oculto debajo de los escritorios, Schaefer podía ver los pies de la criatura, caminando lentamente en dirección hacia donde estaba él, pasando justo al lado suyo, apenas con unos tres metros de distancia, cuando notó algo, como si percibiera un olor extraño en el aire. Justo donde había matado a Amanda McComb, el cazador se detuvo a mirar a su alrededor, ronroneando con curiosidad bajo la máscara. Lentamente, moviendo apenas sus músculos, Schaefer se preparó para disparar en caso de que fuera necesario... casi lo veía venir... ¿Cómo había visto al bombero antes de que hiciera acto de presencia? Debía tener algún modo de rastrear a sus objetivos... incluso a través de las paredes. Y si ese método era funcional, y tan bueno, ¿Por qué actuaba como si no detectara la presencia del detective? Estaba viendo algo más... a alguien... como si una serpiente se arrastrara en el piso. Trout abrió fuego desde la puerta del archivo muerto, estaba tosiendo por el humo, y la bestia soltó un rugido que hizo temblar las mismas ventanas; Carr saltó de algún lado y se aferró a la espalda del alienígena, clavándole uno de los trozos de cristal en el cuerpo y haciéndolo sangrar. Los otros dos bomberos llegaron alarmados, con un par de policías que habían entrado, volviendo todo un caos. Richard se deslizó en el suelo esquivando a los nuevos integrantes del combate que dudaban si dispararle a Carr o no, que peleaba incluso contra su propia inconsciencia. Uno de los disparos del cazador dio en un extintor que colgaba en la pared y su contenido empezó a emanar en forma de humo, mezclándose con el de las llamas. El rango de visibilidad era mínimo. Era como cuando una vela apagada, soplando mucho más humo que durante el fragor... Carr salió despedido y su espina dorsal fue a dar contra el techo, muriendo casi al instante; la herida de bala en su estómago había entrado mal y sus órganos vitales estaban lo suficientemente intactos para dejarlo hacer semejante hazaña, pero logró sacarle sangre verde al malnacido, y aunque Carr estaba quedándose prácticamente ciego, pudo ver cómo el chorro que dejaba una línea en el suelo no era fluorescente, sino roja, de él. La adrenalina se apagó en su cuerpo y lo último que vio fue a sí mismo cayendo, sentía a sus entrañas revolverse entre ellas como ácido hirviendo, licuándolo de adentro hacia afuera como putrefacción; se le estaban descomponiendo los riñones a causa del etilenglicol, y gemía, ya no podía ver, sus ojos estaban completamente cegados, ya no tenía equilibrio y todo giraba a su alrededor, se le saltaban los líquidos del esóf*go pero ya no podía vomitar. Intentó lanzar manotazos pero no logró sostenerse de ningún lado. Sudaba y empezaba sentir más el calor. La pierna lo estaba aniquilando. Unas poderosas manos como ganchos lo agarraron, las garras le atraparon la cabeza de un lado y del otro, Carr sintió cómo le aplastaban el cráneo y gritó pero su boca no liberó ningún sonido. Se lo estaban llevado a un lugar lejano, podía sentirlo, cómo lo arrastraban y luego, lo levantaban para sentir una ráf*ga de aire del exterior, estaban afuera, no veía nada, ya no olía nada más que su vómito, ya no sentía como antes y transpiraba. Lo que escuchó fue el grito sorprendido de una muchedumbre y por un segundo recuperó la vista cuando una larga navaja lo abrió en canal y sus intestinos cayeron al piso, cerca del borde de la ventana abierta. Afuera lo observaban, siendo arrojado al exterior, atado de los tobillos boca abajo y sin la piel del rostro, con los intestinos afuera, rogando por morir lo más pronto posible. Los transeúntes gritaron cuando el cuerpo quedó colgado y sus vísceras se regaron en la acera. Trout había salido corriendo detrás del cazador. Vio claramente cómo se llevaba al minusválido de Carr, y desapareció en la oscuridad. Siguió un rastro líquido de gotas de sangre en los mosaicos y jadeó por el lacerante cansancio de la espalda; dio vuelta y subió un par de escalones hasta llegar a la zona de fotocopiadoras y burocracia. Allí, una cuerda metálica amarrada al alféizar, sostenía el cuello morado de Carr, que estaba vacío del vientre por un corte vertical que le iba desde el ombligo hasta en medio de las costillas. Por los disparos, un equipo numeroso de oficiales estaba llegando a apoyar, pero como siempre, no lo suficientemente pronto. Trout les pidió que retiraran a Carr (o lo que quedaba de él) y fueran por los órganos que había salpicado en la calle, donde algunos curiosos ya se arremolinaban horrorizados. Ellos aceptaron con desgana, vociferando maldiciones por el hedor que despedían los restos. Trout apenas les prestó atención. Al volver, se encontró con Richard Schaefer, de pie y mirándolo a los ojos. —Mató a McComb. —dijo el detective en señal de cooperación. Pero Jeremy Trout no tenía tiempo para tolerarlo, estaba más que seguro de que Amanda McComb estaba muerta, lo cual no lo detuvo, sino que le dio todavía más motivos para lo que hizo: caminó hasta Schaefer y le propinó un fuerte golpe en el esternón. —¿Qué carajo pretendías, Schaefer? —le preguntó intentando golpearlo otra vez— ¿Dónde estabas escondido? Richard lo tomó de los hombros y le inmovilizó. No hubiera sido inteligente atacarlo, era un suicidio, y más en la oscuridad, y él en modo invisible, tenía todas las ventajas. Lo que menos quería el detective era ver más policías muertos. Trout enfurecido lo fulminó con la mirada. La electricidad no se reestableció, salieron sin dedicarse palabra al tumulto de policías y transeúntes que veían salir el humo por los costados de la comisaría. El detective iba con John Manson al lado suyo, y lo llevó lejos del caos. Eran las doce de la noche. Ahorrándose la furia de Trout, optó por tomar el metro y volver a casa. El camino fue sencillamente largo, en el aire se respiraba todavía el pánico del ataque del asesino al subterráneo, los rostros que pasaban, diversos y pocos, de algunos que otros jóvenes que disfrutaban andar de noche, de hombres con trajes y maletines vacíos, todos con expresiones de agobio, como si el peso del vagón les cayera encima, como el peso de sus vidas reflejadas en el mismo cristal por el cual Schaefer veía pasar imágenes borrosas de tubos y focos, borrosas y mezclándose entre sí; iba de pie, su cansancio era tal de que sentarse, se habría dormido. Quería huir de todo lo que seguramente estaba sucediendo ahora en la comisaría: las entrevistas, los testimonios, el papeleo... aquel caos policíaco que, en realidad, no los llevaría a ninguna respuesta que no conocieran ya. El cazador había ido a matar a Amanda McComb, y lo había conseguido, llevándose más almas en el camino, seguramente disfrutando su venganza, su efectista forma de demostrarle a la policía que estaban lejos de detenerlo, que él, iba más allá de sus leyes y sus procedimientos. En cierto momento, cuando las puertas se abrieron en una desértica estación y el rubio quedó solo con un par de mujeres con un atuendo que denotaba su oficio, hediondas a sexo sucio y cigarros baratos, hubo un anciano desaliñado de ojos vacíos y nublados que entró cojeando, se acercó a las señoras y, agarrándose con fuerzas del tubo, empezó a cantar con una malograda voz rota por el hambre y el tiempo, como si le sangrara la garganta pero sin impedirle clamar al señor y finalmente, acercar su mano empañada de tierra y fluidos amarillentos cual vómito, rogando una moneda para alimentarse por primera vez en semanas. Ellas, sin mirarlo, rompieron a reír y negaron con la cabeza. Decepcionado, el vagabundo se dirigió a Schaefer sin decir nada, solamente pidiendo con la mano trémula y sin carnes; el detective sintió la mirada de las féminas clavándose curiosas en él, pero simplemente se quedó quieto, ignorando al hombre, que resignándose, se recostó en los lugares a terminar su canción empapada en lágrimas. Richard bajó sin mirar atrás, volviendo a su mundo de calles húmedas y corrientes. Antes de tirarse a la cama para por fin dormir, se metió a la ducha para quitarse el penetrante aroma a cañería mezclado con el del humo que perfumaba su ropa. No se tomó la molestia de consultar el televisor o hacer algo por mantenerse en contacto con el mundo exterior, desconectó todos los aparatos menos la ventilación, estaba harto del calor y se fue a dormir limpio y con nada más una sábana. Mientras cerraba los ojos lacerados por todo el estrés... analizó su cansancio y con él comprobó que ya no era tan joven. Soñó con él y su hermano mayor, Dutch, cuando visitaban la cabaña de los abuelos y a veces salían a bosque. Una de las tardes encontró una serpiente enrollada en la cerca y el abuelo Schaefer corrió por una vara de alambre para quitarla, cuando la bajó, descubrió que estaba muerta y decidió enseñársela a sus nietos. El invierno la había matado de frío, de por si los reptiles no eran animales de sangre caliente, por lo que preferían los ambientes cálidos en la mayoría de las especies, ya que eran incapaces de controlar su propia temperatura, y eso mismo los convertía también en depredadoras innatas. Veían el calor que los cuerpos despedían. Infrarrojo. La respuesta de la evolución en una especie depredadora de sangre fría que se calentaba con el sol para no morir congelada. Infrarrojos. El resto de la noche, mas por fatiga que por calma, Richard durmió plácidamente. Sin interrupciones y hundido en el suave y confortable sillón. Al despertar por la mañana, casi al mediodía, unos golpes en su puerta. Lo buscaban para llevarlo, por la fuerza si era necesario. Todo estaba llegando a un punto crítico. Cuando abrió y vio de quién se trataba, supo que no había vuelta atrás. *** Jeremy Trout subió a la enfermería cuando reestablecieron la electricidad en la estación de policía, alrededor de la una de la mañana, y lo pudo comprobar por sus propios ojos. El cadáver de Andy estaba allí, recostado en la camilla con una intravenosa puesta y el pecho descubierto. —Intentamos reanimarlo... —le dijeron—. Pero nos dimos cuenta de que había fallecido camino aquí, y los gemidos que escuchábamos que daba eran en realidad del aire que su cuerpo estaba sacando por el rigor mortis. La piel descubierta de su compañero sudaba aun en la muerte, el maldito clima caliente no los dejaba, además... el incendio. A pesar de que Andy siempre fue silencioso, Se frotó la barba y asintió, debía dar parte a su superior directa, Michelle Truman. Al menos, pensó, el verano estaba por terminar. En las noticias de la radio oía a los locutores anunciarlo. —... una tormenta que podría arribar en cualquier momento al estado de Nueva York, y bueno, no es por odiar el verano pero con este calor ya hacen falta lluvias... Ahora, en la mañana, con el imponente sol naciendo de entre los árboles de Central Park, el agente Trout empezó a cuestionarse si de verdad todo su entrenamiento servía de algo para afrontar el caso al que se enfrentaba. Reflexionaba sobre la observación del detective, el cambio en las estrellas, también lo notó. Le dieron la mala noticia, un límite de veinticuatro horas para arreglarlo todo. "La tormenta se aproxima", dijo Trout para sí mismo. Su mente irradiaba temeridad. Estaba preparándose para ponerle fin a la historia, y aniquilar al cazador de una vez por todas, por sus propios medios, sin importar el precio.
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Post by clowdown on Nov 7, 2020 21:11:08 GMT 2
Capítulo 21 Que te manden a dormir en el sillón suele ser una mala señal en el matrimonio. Desperté y la espalda me crujía como madera vieja al moverme. Me levanté descalzo y caminé hasta la cocina, estiré el cuerpo y di un bostezo observando al exterior, a la portentosa casa del lado, con su jardín bien podado y sus paredes siempre bien pintadas. Allí, con las sábanas del sillón regadas en la sala, todo lo que oí en los primeros segundos fue la tranquilidad de mi hogar con pajaritos silbando afuera, en el viejo árbol de los vecinos, los McCormick. El señor McCormick es joven y alto, de piel blanca y practica rugby en un equipo local, conduce un flamante McLaren y tiene una camioneta Jeep para vacacionar; sus hijos son dos, una chica de diecisiete que tiene las mejores notas, es la consentida de los maestros, y participa en el equipo de animadoras en la misma escuela que mi hijo, donde un sinnúmero de muchachos ladran por salir con ella. El otro chico va a clases de natación y parece que tiene dotes deportivos heredados de su padre. La flamante señora McCormick es jefa de una asociación de colonos, conoce a mi esposa porque es agente editorial y frecuentan el mismo restaurante de hora libre en Times Square. La señora McCormick va a clases de yoga saliendo del trabajo y vuelve en su Ford Fiesta con los niños del colegio, listos para que Lucía, su empleada inmigrante, les sirva la comida y hablen de sus refinadas y perfectas vidas. Al principio los envidiaba, es decir, mis hijos no son muy listos, no ganan concursos, ni van a competencias estatales; mi esposa no tiene el cuerpo de una modelo de revista ni gana tanto como la señora McCormick. Solo tenemos un auto y es Shari quien hace la comida en casa la mayoría de las veces, al menos cuatro a la semana, el resto soy yo quien toma la sartén y ¡Pop! Comida de papá. Con el tiempo dejé de aspirar al sueño americano que los McCormick tanto reflejaban. Con el tiempo vimos a su hija de diecisiete meter a un sujeto unos diez años mayor que ella (lleno de tatuajes y con mala pinta) a su casa y encender la música todo volumen para que no los oyéramos, aprovechándose que su hermano menor estaba en una competencia con sus dos papás y Lucía de vacaciones, la chica fumaba y repetía las visitas ruidosas con diferentes muchachos cada cierto tiempo, todos con mal aspecto. Y lo digo porque soy policía. Reconozco a un cabrón cuando lo veo. Y a la hija de los McCormick le encantan los cabrones. Tal vez lo heredó de su padre, cada cierto tiempo cambian de sirvienta, una inmigrante tras otra, por razones que uno fácil se imagina. A veces el señor McCormick está solo con la empleada doméstica y la ocupa para saciar las necesidades que su esposa no le da. No es tan injusto, después de todo, Shari me ha contado que la ve a ella paseando de la mano de un instructor de yoga en Times Square, y la oye quejarse de McCormick padre, por su egocentrismo y su estupidez. Porque seguido discuten en voz baja y no se hablan. El hijo menor tampoco es de mi envidia, los míos son desastrosos y hasta cierto punto, un poquito irritantes, pero el McCormick menor es terrible. La última vez que un cartero de piel negra pisó su casa, el engendro lo atacó y le gritó que era un maldito simio; y no solo eso, una vez apedreó a nuestro perro, Jake, y aunque Jake muró hace un año, puedo jurar que desde donde sea que descansen los perros, el nuestro sigue odiando al niño endemoniado. Yo soy policía, trabajo muchas horas para ganar algo decente y pagar la casa en un lugar decente, más o menos seguro... y en el fondo, me gusta. Lo que pasaba en Nueva York me estaba haciendo olvidar la calidez de mi propio hogar, el calor del verano fulguraba allá afuera, pero yo estaba a salvo de él; con los pies descalzos y en completa paz. Todo el caos del asesino transparente, el ataque del metro y el operativo de anoche en las alcantarillas, me estaba matando lentamente y necesitaba un descanso. Dormir fue casi terapéutico para mí. Necesitaba descansar y no lo había hecho de tal manera en mucho tiempo. Me sentía más tranquilo. Shari bajó de la recámara en bata, estaba soñolienta, como siempre en sus días libres, y me saludó con su nata cordialidad, y le devolví el gesto. Caí en la cuenta de que venía hacia mí con mi BlackBerry en la mano, me sobresalté y le pregunté qué sucedía. A lo que ella respondió con un solvente: —Tienes llamadas perdidas. Me entregó el teléfono y se dio media vuelta bostezando, con sus pantuflas arrastrándose en dirección a las escaleras otra vez. —Revisa el correo hoy, por favor. —subrayó antes de subir. Maldije, siempre se me olvidaba. Pero no lo hice. Ya lo ojearé después, me propuse. Y me enfoqué en leer los contactos que me habían llamado anoche. La mayoría eran de la comisaría y uno de ellos contenía un mensaje de voz de Schaef, en el cual me decía que el asesino seguía con vida contrario a lo que pensábamos, que el operativo no había dado resultado y ahora todos corríamos peligro, porque ya se había vengado asesinado a Ken Koharu y a Simmons... Había otro, mucho más reciente, igual del trabajo. —Detective Riggins, por favor, necesitamos su presencia en la comisaría. Apreté los dientes, fruncí el ceño y levanté los ojos al techo. Al menos ya había conseguido que Shari mandara de vacaciones a los chicos a casa de mis suegros, pero eso no me reconfortaba en nada ahora. Rechiné los dientes e intenté relajar mi respiración. A duras penas evité lanzarle el BlackBerry al maldito pájaro que cantaba en el árbol de mis vecinos. Solo para terminar de arruinarlo todo, se me ocurrió la gran idea de encender el televisor. Me hice unos huevos revueltos que me supieron a nada, me vestí y fui conduciendo a la comisaría. Tanto trabajo por delante, tanto tiempo para unas vacaciones que nunca parecían llegar. En la radio anunciaban que el verano estaba por terminar y eso me esperanzaba. Cuando vi las decrépitas circunstancias en las que se encontraba el inmueble por el incendio y la abrupta evacuación de anoche, no pude evitar agachar la cabeza y ver reflejada en mi sombra, la imagen negra de mi miserable vida. Olía a aromatizante y todas las ventilaciones estaban encendidas. Un equipo de reporteros aguardaba en la entrada; pasé entre ellos y dejé la calle atrás. Chequé mi llegada, recibí un par de saludos, y vi que el elevador estaba fuera de servicio por un corto circuito. Había técnicos y gente de aquí para allá, moviéndose por doquier en el vestíbulo. Subí por las escaleras (no sin toparme con un compañero que ahuyentaba a un columnista del New York Times) en dirección al cubículo que compartía con Schaefer. Allí por lo menos no había tanto ajetreo, pero faltaba mi saco, el que solía guardar para los días lluviosos tener un repuesto. Revisé bien todos los cajones y ceñudo, comprobé el extravío. Me rasqué la cabeza, tiré en el proceso unos cuantos de mis frágiles cabellos. Lo que faltaba. Me senté un momento en la silla sin tener bien en claro qué hacer, para qué me habían llamado y por qué mi presencia era necesaria. De seguro Schaefer había tomado mi saco, eso lo sospechaba pero el resto no. En el cajón de enfrente, guardaba una foto a su lado. Era la única en la aparecíamos ambos. La instantánea era del día en que Amanda McComb ascendió victoriosa hasta convertirse en nuestra jefa, y celebramos el aniversario de la corporación acompañados del alcalde y algunas figuras importantes del estado. Mi amigo y yo estábamos callados en la barra de bebidas, tomando algo del ponche que la esposa e Simmons había llevado y no decíamos nada, estábamos cansados y, aquí entre nos, estábamos allí por obligación. De pronto alguien nos llamó por la espalda y nos volvimos para saludarle. Era Bernie apuntándonos con su cámara Polaroid y sonriendo de oreja a oreja con unas de sus amigas detrás. —Sonrían, capullitos. —ordenó y por pura impulsividad me acerqué a mi compañero y le fingí un gancho al hígado con el puño, yo reía y él permanecía serio mientras el flash nos cegaba—. Oh por Dios ¡Son tan fotogénicos juntos! Solo me queda una duda —Bernie cruzó los brazos y se dirigió a sus pomposas acompañantes— ¿Quién de los dos es el pasivo? Ardí en cólera entonces, apreté los puños con las miradas y las risas de esas personas, quería romperle la cara a Bernie y pisársela como mantequilla; pero vi a Richard en busca de complicidad, y para mi sorpresa, me encontré con su imperturbable seriedad, su mirada me decía que él también ansiaba golpear al infame, pero no lo haría. Y sus profundos ojos azules me calmaron, y me relajé, dispuesto a pasar por alto a Bernie, quien prosiguió. —Disculpen, en serio, discúlpenme amigos, es que me es inevitable formar parejas entre hombres desde que leí ese artículo de Forbes que habla sobre las relaciones homo-eróticas que se forman entre los amigos cercanos y compañeros de trabajo. —sacó la instantánea y me la dio—. Suerte, galanes. La cabeza bien peinada de la novata, una joven policía que trabajaba en el recibidor, apareció por mi zona regresándome al presente y me preguntó: —¿Detective Rasche Riggins? Dije que sí con la cabeza. —Sígame. —¿Qué sucede? Claro, sin contar lo evidente. Ella no respondió. Me limité a ir tras ella por los cubículos, oyendo las llamadas telefónicas y el caos; la muerte de la capitana Amanda McComb nos había dejado en el limbo, y no saldríamos de la encrucijada hasta que nos asignaran a un nuevo líder. —Varios pisos están cerrados. —me informó—. Las investigaciones que están teniendo pie por el incendio provocado de anoche van a durar un buen tiempo, y tendremos que reasignar a varios de los efectivos a otras comisarías en lo que todo se controla. —Ya veo... —le seguí el juego. Fuimos por el amplio pasillo hasta el piso superior, y el siguiente, y el siguiente. A ella, con su apretada y rígida falda estorbándole los movimientos, no parecía agobiarle la subida de escaleras tanto como a mí. La barriga pesaba. Llegamos al techo, donde una mesa de plástico armable, sillas desplegables y un improvisado techo de lona estaban bajo el ardiente sol. Un grupo medianamente numeroso de hombres estaban allí, con papeles y discutiendo algo, mientras otro, vestido de traje color negro, veía por el borde a los reporteros que se agrupaban como un escuadrón en la trinchera, listos para salir al ataque en cualquier momento y tomar el territorio. —No vaya a caerse. —le exclamó uno en voz alta. Era calvo y de ojos marrones, alto y moreno, llevaba el uniforme azul con todo y el chaleco sin importarle el clima, tenía los brazos en la cintura y su radio crepitaba a un lado de su corazón. Me vio venir junto con la novata y extendió su mano hacia mí—. Detective Riggins, soy el comandante Parker. Cariño —señaló a la novata— ¿Puedes traernos algo de agua? Aquí arriba hace un calor de los mil demonios. Volteé a verla, la novata sabía que ella no tenía por qué acatar esa orden humillante por parte de un varón, claramente sexista; vi en su mirada que lo sabía pero no se atrevió a decirlo, solo se fue sin objetar y el comandante Parker dibujó una sonrisa en sus labios. Se acercó a mí y apretó los labios, escaneándome. —Detective Riggins, como ve estamos decidiendo cuál será el futuro de este lugar. Tengo entendido que usted está involucrado mejor que la mayoría de nosotros, así que nos gustaría que compartiera su conocimiento. —¿Dónde está el detective Schaefer? —pregunté casi por reflejo, sorprendiéndome yo mismo. El tipo del traje que estaba en el borde viendo hacia abajo se dio media vuelta y me miró, soltó una exclamación de tipo militar y vino hacia mí; relegando al comandante Parker. Se trataba del mismísimo agente Jeremy Trout. —El comandante Parker se encargará de su comisaría hasta que todo esté en circunstancias —dijo como si le recordara a Parker que su puesto era tan inestable como la situación—. Rasche, lo estaba esperando, venga conmigo. Sé dónde está Schaefer. —¿Qué demonios? —chilló el comandante. Trout se giró hacia él y le habló con voz firme. —Parker, la capitana McComb no comprendió que el caso era demasiado para su policía y vea cómo terminó. Espero en Dios que usted sí lo comprenda. Por la cara de diarrea que puso el comandante pude darme cuenta que Trout me había esperado con ellos solo para evitar que me fuera de lengua con los polis, y tenerme con él. El agente estaba encolerizado, y mientras bajábamos me explicaba gran parte de todo lo que pasaba. Nos encontramos con la novata subiendo, llevaba consigo dos botellas de agua y Trout le susurró al oído. —Yo le dispararía si fuera tú. ¿Quién diablos era ese hombre de la barba de candado desaliñada que iba conmigo? ¿Dónde había quedado el recto y confiado Jeremy Trout que nos acorraló en nuestro propio auto? —¿Qué pasó con su amigo? —pregunté refiriéndome al mastodonte aparentemente indestructible de Andy. Me ignoró por completo y entendí. Él había perdido a su compañero y había cambiado por completo... —Escuche —me dijo cuando estuvimos en un lugar privado—, es cuestión de tiempo para que mi superior quiera sacarme del caso o en el peor de los casos, los jefes la hagan mandar a alguien a silenciarme. Ella es muy persuasiva y considerada con los agentes pero no importa. Allá arriba prácticamente nadie sabe lo que realmente pasó y los medios ni siquiera van a saberlo. Respiró y miró a los lados. —Podría matarlo pero eso solo empeoraría las cosas. Necesito que guarde todo lo que sabe y no se lo cuente a sus amigos; les está haciendo un favor. —¿Y así me convierto en su seguro de vida? —le pregunté— ¿En una garantía? Me vio directo a los ojos. —El alcalde mandó a sus hombres por Schaefer, está en la residencia particular del alcalde. Es una mansión lujosa y con amplios sistemas de seguridad. Parker también está a cargo del alcalde. —¿Por qué me dice todo esto? Jeremy Trout sonrió y se separó de mí, distante. —El infierno se ha desatado, Rasche. Todo lo que Parker le pregunte quiere ocuparlo para generar una estrategia ofensiva mucho más grande que la de las alcantarillas anoche. Me costaba creer todo lo que había pasado solo ayer... —Les dieron veinticuatro horas para solucionar el problema o traerán a la Guardia Nacional —reveló Trout—. Rasche, ruegue porque todo acabe pronto. Dicho esto, se fue y quedé solo; perplejo, por el caos, por todo. Me acomodé la camisa a la par de la novata que venía por mí acompañada del mismísimo comandante Parker. —¿Tiene algo que decirme antes de que vaya a ver al alcalde para darle el parte médico? —preguntó Parker acercándose a mí. Negué con la cabeza. Metí las manos en los bolsillos y reconocí un objeto extraño, un trozo de papel con algo escrito. Cuando estuve a solas, lo leí y era un número de teléfono para hablar con Jeremy Trout en caso de que todo se fuera a la mierda. Tal como iba a suceder, y yo ya estaba preparándome.
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aipkeeena
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el dia que termine el fic , dejare mi mayor legado en ésta vida
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Post by aipkeeena on Nov 9, 2020 7:30:16 GMT 2
bien adeante con tu inspiracion , en estos dias dificles es bueno dejar que vuele la imaginacion
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Post by clowdown on Nov 9, 2020 21:18:32 GMT 2
bien adeante con tu inspiracion , en estos dias dificles es bueno dejar que vuele la imaginacion ¡Claro! Esta novela la escribí hace mucho tiempo, pero estoy escribiendo una nueva :3
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Post by clowdown on Nov 16, 2020 19:59:22 GMT 2
Capítulo 22 Las residencias más majestuosas del estado se encuentran en Long Island. Eso dicen los folletos de los agentes de bienes raíces, aunque la mayoría de las personas suelen considerar a Nueva York un mero destino vacacional o comercial. La densa población congregada la hacían una de las tres con más habitantes de todo el mundo. Residencias de Long Island... Una de ellas, recientemente adquirida a un misterioso vendedor que quiso pasar sus últimos días vacacionando en Europa, era bastante parecida a la mansión que Scott Fitzgerald describía en su ficticia región, propiedad del legendario personaje Jay Gatsby. La patrulla negra con placas del Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York frenó en la pasmosa entrada de una amplia construcción. Solo desde la ventana de la patrulla Dodge, Richard Schaefer pudo percibir la opulencia con la que vivía el alcalde, divisó por lo menos dos sectores de cámaras de seguridad que compensaban la evidente paranoia del político por ser asesinado, de la que tanto hablaban los periódicos sensacionalistas, e incluso el Times. Todo estaba ahí puesto, para la conclusión que Schaefer sentía llegar pronto. "Si hay un lugar donde puede terminar todo esto es aquí", pensó, contemplando la sombría residencia. Un perro de gran tamaño saltó chocando con el portón y un sujeto de origen latino lo controló; solo así los pasajeros de la patrulla bajaron y pisaron las hojas que empezaban a caer de las ramas de los árboles lastimados de tanto sol. Por alguna razón que no lograba deducir, sentía que todo estaba por llegar a su fin. Y en el fondo eso quería, eso era lo que deseaba desde el principio. Más allá de atrapar al asesino transparente, porque hasta el momento todos los casos que había resuelto quedaban en manos de otros detectives que se llevaban todo el crédito porque Schaefer se negaba a recibir los honorarios de casos en los cuales solo era un colaborador. "Eres como un Sherlock Holmes con el cuerpo de Rambo" le había comentado una vez Rasche durante una visita a su consentido café de Bruno & Bud. Él se incomodaba cada vez que recibía esa clase de cumplidos, pero por primera vez reconoció que le habría petado el júbilo de la celebración por detener al asesino. La tormenta tropical que se acercaba a los límites de la ciudad de Nueva York se hacía cada vez más grande y negra como un coloso gigante marchando justo en dirección a ellos, a cubrir toda Long Island y sumirla en su oscuridad. Una mujer de aspecto juvenil y con ascendencia latina se les acercó caminando en unos afilados zapatos de tacón de un profundo color carmesí. Caminaba a pasos agigantados, moviendo la cintura apenas un poco, era delgada y su silueta quedaba a la perfección para una fotografía enmarcada por el portón de la mansión abierto a medias con el perro gruñendo y los árboles sacudiendo sus ramas violentamente. Los dos policías que acompañaban al detective saludaron a la fémina y se pusieron delante de su protegido señalando que lo estaban escoltando. —El detective puede venir solo. —dijo ella señalándolo—. Pueden retirarse, caballeros. Con tez mezquina, se dieron vuelta y dejaron solo al detective frente a la asistente personal del alcalde. —Detective Schaefer, sígame. Soy Mónica Martínez, trabajo para el señor Fox. Caminó detrás de él por un vasto sendero repleto de cicadáceas y flores coloridas hasta una pequeña plaza empedrada del tamaño del departamento del detective, rematada por una fuente circular rodeada por el camino diseñado para que los autos lo siguieran en un arco de bienvenida. En la distancia, entre los troncos de los árboles, se divisaba una rústica y sofisticada cabaña de madera con dos pisos. "Una cabaña al lado de una mansión, vaya creatividad". Sus zapatos sonaron en la grava por el interminable recorrido colosal capaz de agotar a alguien común, hasta que subieron unas refinadas escaleras que los llevaron directo a la gran entrada principal de color grisáceo espeso, donde un par de guardias de seguridad privados vestidos de color negro con audífonos pasaron al policía por un detector de metales. La gigantesca sala principal estaba decorada con detalles ostentosos de la clase alta que Schaefer tanto desconocía. Un cuadro de Winston Churchill, y un comedor del tamaño del cuello de una jirafa en la parte derecha. —Supongo que ya se enteró —indicó Mónica Martínez analizándolo de pies a cabeza—, su amigo Archer está con nosotros. En una silla de ruedas eléctrica que apareció de la nada andando hacia ellos dos, apareció el inspector Archer con un cabestrillo y una vestimenta sencilla: camisa tipo polo y un pantalón caqui. Se le veía cansado pero dispuesto. Le dedicó una cordial sonrisa. —Una sola noche en terapia media, lo sé. —dijo estrechándole la mano al detective—. Pero el alcalde consiguió que me dieran de alta rápido y tendré una incapacidad de un mes. Richard lo vio con los ojos como platos. Todo sucedía demasiado rápido, y los antibióticos en el portavasos de la silla de ruedas eran prueba de ello. Ambos se condujeron por una rampa hasta una enorme nave, la biblioteca privada de Fox, con pesados estantes llenos de libros que alcanzaban el techo, largas ventanas verticales cubiertas por cortinas y un intenso olor a madera y canela. Mónica se detuvo. Habían instalado un pequeño puesto de mando portátil, varios monitores y ordenadores con sus respectivos ocupantes trabajaban en la videovigilancia y en la instalación de sensores de movimiento en la periferia del edificio, vociferaban cosas y tecleaban como locos. Había armas en la mesa y en un sillón mullido y con aspecto serio, el alcalde Fox se hundía en tazas de café mirando fijamente a una gran pantalla en el centro de la biblioteca, la cual mostraba un tintineante cuadro azul con las palabras SIN SEÑAL. —¿Cuál es el plan, señor? —preguntó Archer vaciando una pastilla de antibiótico en la mano útil. La del cabestrillo podía moverla, el problema estaba en el hombro. Fox no respondió, nada más señaló con el índice la pantalla azul. Uno de los técnicos habló en voz alta. —Transmitiendo en tres... dos... Las imágenes trepidaron frente a ellos, sustituyéndose unas a otras en pocos segundos, solo permaneciendo estáticas el tiempo suficiente para darle un vistazo completo a la panorámica. Eran los vídeos de las cámaras de seguridad en cada uno de los recovecos de la mansión. Se veía a los guardias deambulando con pasos cautelosos, verificando cada una de las habitaciones. —Tenemos que planear nuestro siguiente paso, señores. —dijo una voz desde sus espaldas, era un policía que recientemente había aumentado su popularidad, y acababa de llegar, caminando con dos botas enormes y pesadas de color negro—. El alcalde estará a salvo aquí. Richard no pudo evitar sonreír por la ironía. "¿Bromea, Parker?" —En la comisaría creían lo mismo. —Esto no es la comisaría. —repuso Mónica—. Aquí sabemos exactamente qué esperar, detective. Además, este es solo un puesto de mando. —Con todo respeto... —interrumpió Archer paseando su mano en la silla de ruedas—. Pudo haber seguido a cualquiera de nosotros hasta aquí. Y podría intentar. —Que lo intente. —dijo el alcalde Fox y les mostró en la pantalla cómo instalaban un sistema de cableado eléctrico. Si pisaban alguno de esos, o alcanzaban el rango de un láser, era como una trampa para animales—. Cualquier movimiento en el perímetro será registrado en esa computadora. Mónica se hizo a un lado para mostrarles: un monitor negro con líneas verdes y rojas, formando un plano arquitectónico del complejo, los muros y los jardines estaban señalados por sectores. —Ya sea por las cámaras o por los sensores, el sistema nos notificará cualquier presencia. —la mujer levantó una ceja. —Si el alcalde mandó a traerlos —indicó Parker cruzado de brazos— es porque son fuentes de información valiosas, y pueden darnos lo necesario mientras replanteamos la estrategia. Archer y Schaefer compartieron una mirada antes de que la asistente del alcalde les pidiera que se retiraran por un segundo, a lo que el inspector, sin inmutarse en su silla de ruedas, reaccionó indignado reclamando por qué los habían llevado hasta allí si al final iban a sacarlos. Parker chasqueó los dedos y un reloj analógico activó su cronómetro encima de la pantalla principal. Era la cuenta atrás. 21h 27m 09s 21h 27m 08s Nadie respondió. El alcalde Fox, el comandante Parker y el jefe de seguridad se quedaron en la biblioteca hablando con el grupo de hombres que monitoreaban la seguridad de la mansión. Afuera, conforme la tarde empezó a avanzar, con lentitud la nube negra cubrió casi toda Long Island sumiéndola en una densa oscuridad, oscuridad de huracán. A las trece horas empezó a llover a cántaros. Richard y Archer estaban en el balcón de una habitación de descanso, con equipo para hacer ejercicio, dos caminadoras grandes, una pequeña camilla para hacer pesas Richard y Archer estaban en el balcón de una habitación de descanso, con equipo para hacer ejercicio, dos caminadoras grandes, una pequeña camilla para hacer pesas... El detective recargó los hombros en el concreto del balcón observando a los guardias de seguridad cubriéndose de la lluvia torrencial que caía embravecida, como si doliera. La cabaña de dos pisos que estaba pasando la fuente, disfrazada por los troncos, se humedecía, sudaba. Nada le reconfortó más que el viento trayendo la brisa, el frío; casi podía imaginarse las calles sacando humo por el cambio de clima repentino. Algunos se quejarían por el calentamiento global pero él no. Cerró los ojos escuchando las gotas golpear la superficie. Archer lo sacó de su relajación con una pregunta de lo más justificable. —¿Cuánto dinero del presupuesto público crees que haya desviado el alcalde para financiar todos estos sistemas de seguridad? —No tengo idea. No es algo importante. ¿Por qué lo preguntas? —Creo que son demasiados sistemas sencillos funcionando a la vez. —Archer suspiró y acarició su cabestrillo—. Gracias por haber estado anoche en el hospital con mi esposa, detective. Fue un gran gesto. De hecho... no me lo esperaba de usted. Richard asintió. No estaba sorprendido. En cierto modo, así como Rasche sentía la pérdida de Bernie, él habría cargado con la muerte del inspector, que extendió su mano a las grandes y pesadas gotas de lluvia. —La lluvia es casi curativa... el calentamiento global hervirá el norte, nunca sentí tal calor en Nueva York. Vamos, detective, sienta las gotas, son silenciosas por sí solas. Obedeció y puso la palma abierta hacia el cielo. Recordando la primera vez que estuvo en Nueva York, cerró los ojos y pensó en cuántos años habían pasado desde entonces. Su hermano, Alan (aunque en su equipo escolar preferían llamarle "Dutch") iba dormido en el asiento de al lado; Richard era mucho más pequeño que él, y se mantenía despierto porque iba a ser su primera Navidad en Nueva York, como en las películas de "Solo en Casa" o, Dios, la nieve, bajó el cristal de la camioneta y sintió en sus palmas las bolas heladas quemándole la mano. Su abuelo conducía la camioneta, la abuela dormía plácidamente a su lado, en cualquier momento iban a frenar y encontrarse con los padres de los niños para instalarse en la casa. El abuelo estaba obsesionado con Frank Sinatra, decía que fue su primer descubrimiento al llegar a Norteamérica como inmigrante, y había puesto "New York" en la radio mientras el pequeño Richard veía las luces de ciudad por la ventana, pasando como fantasmas frente a él, la música, las personas. Cuando vio la estatua de la libertad. —Te prometo que subiremos a la estatua, Ricky. —sonrió el abuelo. —¿Se puede subir? —preguntó embelesado, boquiabierto. —Por supuesto que sí, campeón. Considéralo un premio por ser el mejor en tu curso de idiomas. Devolviéndolo al presente, Mónica Martínez apareció en la puerta con un teléfono pegado al oído, y caminó hasta donde estaban ellos para pedirles que la acompañaran. Accedieron mientras ella cerraba la ventana del balcón porque las gotitas empezaban a caer en el piso de madera de la casa. —¿A qué te referías con demasiados sistemas sencillos a la vez? —preguntó Schaefer. —Debe haber un retraso... como en el circuito cerrado que estaban reinstalando en la comisaría, hay una diferencia de tiempo entre lo que sucede y el tiempo en que el sistema lo interpreta y envía al monitor. Además, tantos sensores... con la lluvia. —Esto se pone cada vez mejor. El comandante Parker los saludó otra vez y les mostró un cañón lanzagranadas, les explicó que una unidad del departamento de policía que estaba enlazada con él desde la comisaría se estaba alistando para atraer al asesino transparente. Les relató la arriesgada estratagema que había tejido para atrapar al asesino. —Sabemos que le gustan los conflictos, cualquier lugar donde pueda patear traseros y obtener batalla —dijo Parker y señaló la pantalla. Richard volteó a verla y desorbitó los ojos cuando reconoció en ella a la novata al lado de su amigo, el detective Rasche Riggins en un puesto improvisado justo encima de la comisaría. El alcalde, con ropa de jugador de golf, y caminando hasta donde estaban todos congregados, extendió los brazos relajando los músculos y luego se puso las manos en la cadera. Como un súper héroe de cómic de la época de oro. —Señores —dijo con voz temeraria—, oficialmente nos quedan dieciséis horas para matar a ese infeliz. Necesitamos que nos den una descripción de lo que vayamos a encontrar. Con un solo paso, el rubio alcanzó al alcalde y estuvo cerca de tomarle los hombres. —Creo que hay algo que no ha entendido. Están cometiendo un grave error. —lo miró fijamente a los ojos y un relámpago centelleó afuera. Empezó a hablar en voz baja—. A los que nos enfrentamos no es humano, no es de este mundo... —¡Alcalde! —exclamó Archer sobrecogido—. Por favor díganos que lo que ordenó Parker es una broma. Si la Guardia Nacional viene todo estará en su punto crítico pero... lo que planea hacer el comandante es una locura, no sabemos cuántos civiles corran riesgo en un operativo todavía más grande. Reunir a tantos policías en un punto baldío de la ciudad es casi una misión suicida, si él va por ellos, si se siente atraído, solo Dios sabe lo que pasará. En la pantalla, todos los sensores de movimientos emitían señales por los golpes de la lluvia. * * * En el exterior de la mansión, Jeremy Trout estaba sentado en el lugar del conductor de su Audi, observando los gruesos muros de piedra que le impedirían pasar. Extrajo de la mochila que tenía a su lado el equipo que había preparado. Tenía una calibre cincuenta al lado suyo, dos granadas de fragmentación y un rifle con mira láser, y su respectivo par, el que correspondía a Andy. "El alcalde está desafiando a la muerte —pensó Trout poniéndose los binoculares—. O va a matar a decenas de policías o a él." Analizó los puestos de seguridad que estaban dispuestos por los jardines. Necesitaba un modo de entrar en caso de que todo se fuera a la mierda. Había visto a Schaefer en uno de los balcones y se lo hizo saber a Rasche por teléfono. ¿Por qué diablos el alcalde Fox había dejado a Rasche en la comisaría? Trout no tenía la menor idea. "Tal vez es un plan de contingencia." Siguió mirando por los binoculares: un sendero con rocas directo a la entrada principal, las cámaras de seguridad, el portón principal y justo entre el follaje de uno de los enormes árboles que custodiaban el perímetro de la residencia, pudo ver a dos ojos de color amarillo desaparecer con un destello y camuflarse con el entorno. El cazador estaba allí. Y el agua le impedía activar su camuflaje. —¿Qué estás esperando para entrar, maldito? —susurró Jeremy acercando la mano desocupada a su mochila—. Eres demasiado inteligente para arriesgarte ¿no es así? "A menos que..." Escudriñó todo el perímetro de nuevo, cambió la visión de sus binoculares a sensores térmicos y movió su rango visual por todos lados. Nada. El alienígena había desaparecido. Por algún motivo, no sospechó que se encontraba justo detrás de su auto, hasta que se deshizo de los binoculares por la interferencia de la lluvia y vio por el retrovisor el cuerpo macilento respirando a escasos metros de él. No le sorprendió. "Tiene todo el sentido. Nos ha estado siguiendo tal como siguió a Carr. No piensa dejar vivo al alcalde de la televisión que presumió haberlo eliminado". Lentamente, deslizó sus dedos por el seguro de la puerta y lo retiró. Una refrescante ráf*ga de viento le dio la bienvenida al mundo exterior. Una refrescante ráf*ga de viento le dio la bienvenida al mundo exterior * * * Dentro del puesto de mando improvisado en el techo de la comisaría, el detective Rasche le dedicó un gesto nervioso a la novata que estaba a su lado, porque el agente Trout ya no le respondía el teléfono.
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Post by clowdown on Nov 16, 2020 20:11:15 GMT 2
Capítulo 23 Jeremy Trout corría bajo la lluvia, vaciando el cargador de su arma, apuntando hacia atrás, cuando se le acabaron las balas, se ató el cordel del rifle con mira láser a la espalda y dio media vuelta para apuntar con él, pero el cazador había desaparecido. El denso bosque a su alrededor lo mareaba, la lluvia le dolía sobre la cabeza pero no le importó, tenía el labio inferior temblándole, todo su entrenamiento, los años de preparación y experiencia, todo estaba puesto en juego ahora. Ya no importaba más lo que pasó antes, en esos momentos, solamente eran Archer y el cazador. Giraba sobre los talones, daba vueltas, apuntando a todas direcciones, el muro de la mansión ya estaba lejos, bastante lejos. Lejos de las cámaras, era imposible que lo vieran y detectaran su presencia para apoyarlo. Se sorprendió a sí mismo, solo, bajo la lluvia, afuera de su auto y con las municiones dentro de él. El coche estaba a unos diez metros, fácilmente podría alcanzarlo en una carrera. —Señor —vociferó uno de los técnicos desde su computadora—, hay disparos afuera, en la calle. —¿Tenemos imagen? —preguntó el jefe de seguridad cruzado de brazos acercándose a la pantalla principal. El sujeto dio clic a la tecla CTRL y enfocó la imagen con dificultad, era un auto, fuera del camino de concreto, se había salido de la calle para meterse entre los árboles, y se veía a Jeremy Trout saliendo del coche y abriendo fuego. Abriendo fuego, después de que el sensor detectara los disparos. —Se lo dije. —la voz de Archer llamó la atención de todos—. Hay una diferencia de tiempo con las cámaras. —Eso no cambia nada. —chilló el comandante Parker y tomó al alcalde del hombro—. Debería irse ahora. Enviaré a mis hombres por el sujeto de allá afuera. —Felicidades, señor alcalde. —dijo Archer—. Cumplió su cometido. Lo atrajo. Dos guardias de seguridad caminaron hacia el portón que se abrió automáticamente, y desde el centro de mando en la biblioteca, Parker se dio cuenta de su gran error: la lluvia estaba alterando los sensores de movimiento, las cámaras tenían un considerable tiempo de diferencia, todo absolutamente en la mansión dependía de la seguridad y el suministro de emergencia de la cabaña, y afuera, por alguna razón el agente Trout daba vueltas apuntando con su arma. Era evidente que había visto al asesino pero por alguna razón este no lo asesinaba, la cámara infrarroja no detectaba a nadie más en esa zona aparte de Trout. Richard también se dio cuenta de lo mismo. Trout no podía habérselo imaginado, definitivamente estaba alerta. Comprendía al agente, lo habían sacado del caso del mismo modo que a él, y se resignaba a no detener al criminal que le había quitado a su compañero. Pero ahora el cazador no se mostraba interesado en matar a Trout, era como si lo hubiera dejado solo, distraído como un juguete. Todos en la biblioteca prestaban atención a la figura de Jeremy, expectantes y en silencio, sin ver otra cosa más que no fuera el suspenso que acontecía afuera, sin prestar atención a nada más. Ni a las demás cámaras. —¡Mierda! —gritó Richard al darse cuenta—. ¡Que vuelvan sus hombres y cierren el portón! —¿Qué sucede, detective? —preguntó el alcalde Fox con el rostro blanco del miedo. Pero el comandante ya lo había comprendido. —¡Es una distracción! Un relámpago iluminó el cielo y todos devolvieron su atención a su entorno, sobresaltados porque dos cámaras ya no emitían señal, y eran las del noroeste, a solo veinte metros de la ubicación de Jeremy Trout y otras dos cayeron también después de registrar un destello azul que las derritió dejando a ciegas a todos en el sector de la esquina frontal derecha. —¡Alerte a todos en esa zona! —ladró Parker y salió corriendo con el lanzagranadas. —¿Qué hay allá? —preguntó Archer señalando el punto donde las cámaras se habían destruido. —Nada, en realidad. —respondió Fox chasqueando los dedos para que el vigilante proyectara en las pantallas las cámaras cercanas a dicho punto—. Solo hay un pequeño almacén y en la esquina está el poste de luz... Los dos hombres que acudieron por Jeremy Trout no paraban de temblar, por el frío y la lluvia, y por la expresión de pánico e ira desenfrenada del agente con barba de candado, que les apuntó con la mirada embravecida, como si estuviera por dispararles a los dos sin importarle nada más en el mundo. Habían sido entrenados para situaciones de combate y defensa convencionales, como intentos de asesinato repentinos a corta distancia, persecuciones e incluso secuestros, pero todo el ambiente de misterio que rodeaba la custodia de la mansión del alcalde Fox los ponía en una situación de limbo emocional. Y la actitud de todo mundo dentro de la mansión no ayudaba en lo más mínimo a relajarlos tan siquiera un poco. Se acercaron advirtiendo que no iban a dispararle, bajaron sus armas y lo invitaron a que los imitara. Las radios de ambos crepitaron a la par con un fuerte zumbido estático, y a lo lejos, a su derecha, en la esquina de enfrente, un poste de luz emitió una potente luz antes de escupir una ráf*ga de chispas y desplomarse en el interior de la mansión, que estaba ahora totalmente a oscuras. —¿Qué fue eso? ¿Un rayo dio con el poste? —Recemos porque haya sido un rayo. —¿Y el reactor de emergencia? —cuestionó Parker alejándose de los fragmentos de foco que habían caído en medio del piso. Mónica se encogió de hombros. —Debería estar funcionando ya. El jefe de seguridad que detenía los ladridos de su perro Brutus al fondo, habló en voz alta sacando un bastón aturdidor, eléctrico, que puso en su cinturón. —Se debe activar manualmente. —Genial. —musitó Archer—. Igual que en Parque Jurásico ¿No es así? —En realidad no, inspector. Todos los sistemas conectados ahora podrían haber causado un corto circuito si se reactivaba automáticamente. —logró que el perro se calmara. La asistente Mónica Martínez se apresuró a tomar la radio más cercana. —Le advertiré a los guardias que estén cerca de la cabaña que vayan al almacén de máquinas. —Si es que siguen vivos. —argumentó Richard Schaefer, y para ello, apuntó con el dedo a las pantallas de seguridad, donde los técnicos silenciosamente garrapateaban en sus teclados. Las cámaras no emitían más que un incómodo y profundo color negro. —¿Qué carajo? —se quejó el alcalde rojo de cólera— ¡Explíquenme cómo carajo está pasando esto! ¡¿No se supone que estábamos preparados para cualquier cosa! ¿Cómo es que sus computadores aun funcionan? La única mujer presente se llevó las manos a la boca con una fuerte expresión de terror observando a la ventana. El encargado de los monitores se hizo pequeño al dar la respuesta. —Señor, nuestras máquinas tienen carga sin estar conectadas pero sus cámaras funcionan con la electricidad de la casa, y están conectadas a su casa. Fox luchaba por recuperar el equilibrio. —Que todos entren a la casa y llamen a la policía. Parker soltó una risa irónica. Archer, por su parte, suspiró. —Bueno, el comandante de la policía está acompañándonos en esta sala, y usted tiene a medio cuerpo policíaco en la ciudad preparándose para eliminar a un infeliz que podría estar dentro de su mansión justo ahora. Jeremy Trout y los dos guardias de seguridad se hacían señales para entrar al jardín principal de la ahora oscura mansión, el pasto estaba perfectamente podado y era fácil resbalarse en él si no se llevaban botas. No tenían linternas. —¿Cuál es tu nombre hijo? —inquirió Trout al más joven. —Axel... —contestó. —Muy bien, Axel, necesitamos algo con qué ver ¿Okey? Por alguna razón la radio no emite más que estática así que alguien debe estar causando interferencia ¿Vale? El novato evidentemente no estaba preparado para situaciones de crisis como a la que se enfrentaban ahora. Jeremy lo notaba. Axel era musculoso y alto, pero descerebrado. Ahora se explicaba por qué era guardia de seguridad de un alcalde. —Tengo unos binoculares con visión nocturna en mi auto, el Audi negro de allá. Necesito que me cubras mientras voy por ellos, cualquier movimiento que percibas inusual, abre fuego sin piedad, a todo lo que se mueva, sin importar que yo esté allí. Axel miró a su compañero. Estaba hecho. —Debemos ir y activar el generador de emergencia y pedir refuerzos. Hay algo interfiriendo con la señal de radio de onda corta y el teléfono, restaurar la electricidad es nuestra única oportunidad. El jefe de seguridad tomó al alcalde del hombro y le indicó que lo acompañara. —Señor García. —espetó el alcalde Fox— ¿Qué quiere ahora? —Lo sacaremos de la mansión en el Jeep. Archer dio un respingo en su silla de ruedas y con dificultad se incorporó, caminando hasta el alcalde con mirada desafiante, el inspector de cabello gris era casi tan alto como Schaefer y se hizo notar ese detalle al estar frente a frente con el político. —¿Nos trajo para dejarnos aquí solos? —Otro transporte puede venir por ustedes, por ahora la oscuridad no es nuestra aliada, y aunque todos odiábamos el sol, esta tormenta no ayuda a darnos luz natural. Fox estaba ensimismado, veía a todas las personas a su alrededor, trabajando en la protección de su casa, pagados para servirle y asustados, sin luz eléctrica y con las pantallas brillando, las confería un aspecto sombrío a las facciones de sus rostros. "Oh mierda, las reelecciones", pensó. Era un gran jugador de golf, un deporte que particularmente repudiaba y solo practicaba por guardar las apariencias, como una tradición. —García y yo tomaremos el Jeep. —objetó con mirada fija en Archer, García sonrió relajado—. Pero no vamos a salir de la mansión. —Espere, ¿Qué dice, señor? —García y su perro inclinaron la cabeza al mismo tiempo. Archer sonrió y agotado por el esfuerzo de caminar, volvió a la silla de ruedas. El alcalde miró a todos y asintió con la cabeza. —García, traiga a varios de sus hombres. Iremos en el Jeep a la cabaña de mantenimiento y reactivaremos el generador de emergencia. Después de todo, alguien debe venir a atender el poste en cualquier momento, ¿no? Había nerviosismo en su voz y mirada. Sorprendido, García ladró órdenes a sus hombres presentes en la sala y tres de ellos siguieron al alcalde, tomaron armas de la mesa y hablaron unos segundos con Mónica. Richard y el inspector veían todo desde una esquina, el detective movió un poco la cortina de la ventana y buscó con la mirada rastro de Trout y los dos guardias de seguridad que habían ido por él. Tenía un mal presentimiento. —¡Alcalde! —gritó el rubio justo cuando éste estaba por salir de la biblioteca. —¿Qué ocurre? —Fox lo miró, demasiado atento. —Recuerde que el agua inhibe su camuflaje, así que no puede volverse transparente bajo la lluvia. —Bendito sea Dios. Gracias, detective. Mónica Martínez suspiró y miró las pocas cámaras de seguridad que seguían hábiles. Ordenó a todos los presentes en la biblioteca mantenerse ahí, que nadie debía separarse, aunque debían encontrar un modo de establecer contacto con el resto de los guardias particulares de la mansión, de los cuales no sabían absolutamente nada; debían prepararse para reparar la radio y establecer contacto con el exterior tan pronto como el alcalde devolviera la luz a la residencia. Archer retrocedió. Bendijo el agua, y respiró hondo, tenía esperanzas de salir vivo. Por primera vez sentía que, en esa cacería brutal de hombres, en las que fungían como presas, ellos tenían una ventaja sobre el cazador. Pero cuando prestó atención a la expresión del detective Schaefer, le inquietó lo que él transmitía. Por lo visto no compartía su entusiasmo, su fe. Jeremy Trout tampoco tenía señal telefónica. Axel y el otro guardia estaban a su espalda, recibiendo el acribillamiento de la lluvia de poderosas gotas que caía sin piedad sobre ellos. Habían vuelto al Audi del agente y subieron listos para entrar a la mansión con mayor armamento y unas gafas de visión nocturna. —Estaremos más seguros si volvemos en el auto, supongo que el portón permanecerá abierto ¿no es así? Axel respondió que sí a Trout. —¿De dónde sacó todas estas armas? Jeremy se rascó la barba observando su teléfono. No podía hablar con Rasche Riggins. —No importa de dónde las saqué, hijo, eran de un compañero que ya no está. Lo que importa es que si queremos sobrevivir deberíamos usarlas. Encendió el motor y lentamente, pisó el acelerador. Maldijo a la lluvia. Nadie pasaba cerca de la mansión, convenientemente. Estaban solos. Vigilantes, Axel temblaba, el frío, la ropa empapada, el cambio repentino de clima: una fiebre segura. Con las luces apagadas, el Audi negro entró a la mansión Fox como una jeringa.
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Post by clowdown on Nov 27, 2020 4:47:44 GMT 2
Capítulo 24 Rasche Riggins y la novata estaban ayudando a los policías a quitar el puesto de mando improvisado, la lluvia los obligó a entrar de nuevo al interior de la comisaría. El detective Rasche estaba consternado, ni Richard, ni Archer estaban allí. Los demás principales implicados en el caso y con conocimiento de la existencia del alienígena estaban muertos, incluso el enorme y musculoso agente Andy, cuyo cadáver ya estaba en la morgue, misma que se encontraba en el limbo porque Ken Koharu, el forense líder, igual había sido asesinado. Los blogs que leyó no hicieron sino recordarle que estaban frente a un hombre, si es que hombre era correcto, que se dedicaba a reclamar humanos como trofeos. Tenía experiencia y un sadismo profundo. Estaba moviendo todas las fichas a su favor y pronto ganaría al menor descuido. Los tenía acorralados. Y Trout no le respondía. —¿Adónde fue el comandante Parker? —preguntó la novata secándose gotas de lluvia de la frente. Había policías moviéndose por todos lados. Una bocina los alentaba "todos los efectivos preséntense en..." —En la mansión del alcalde. —contestó Riggins—. El detective Schaefer y el inspector Archer están allá también. La chica respiraba agitadamente mientras caminaban a su puesto, estaba encargada en la zona administrativa y en esencia era la jefa del piso, los peritos que seguían investigando en donde Amanda McComb fue asesinada, y donde Carr fue abierto en canal por el asesino transparente, hacían su trabajo estresados. El penetrante calor había sido reemplazado por una potente lluvia. —¿Cree que venga la Guardia Nacional? —se veía curiosa, más que preocupada. —Espero que no. Sería como poner la ciudad en un estado de emergencia. Por ahora los medios han ayudado a mantener todo oculto pero no sabemos cuánto tiempo pueda mantener la calma. —No se han comunicado con nosotros. Tal vez por la tormenta o... o algo les pasó. —¿Qué quiere decir, novata? —Me llamo Emma Green, y no insinúo nada, solo que deberíamos esperar un tiempo y si no se comunican con nosotros, mandar efectivos allá. —Emma, no quiero insultar tu inteligencia pero todas las unidades están muy ocupadas ahora. —Entonces deberíamos ir nosotros. *** El joven técnico que estaba sentado frente a la pantalla principal (donde se habían emitido las señales de las cámaras) empezaba a transpirar conforme Mónica Martínez se le acercaba para hacer preguntas. Él ni siquiera la volteaba, nada más contestaba con voz afligida como si no pudiera despegar los ojos del teclado. —Señora —comenzó—, la interferencia de la señal de radio solo puede venir de una señal emitida por un transmisor de alta potencia cerca, si el intruso sabe que estamos preparados para recibirlo era de esperarse que trajera una antena o algo para defenderse de nosotros. —¿Hay alguna forma de determinarlo? —Sí, señora. Podemos apagar todas las radios y encenderlas de nuevo, para ver si se puede aislar cualquier fuente de interferencia eléctrica pero... si estuviéramos reaccionando a transmisores cercanos solo tendríamos interferencia cuando el ocupante de ese transmisor hable y escucharíamos la mitad de su conversación. Las radios solamente crepitaban. Zumbando como en una guerra. —Y no escuchamos nada, además, sin las cámaras no sabemos si hay una antena cerca o un equipo de uso sostenido. Mónica Martínez cruzó los brazos y ordenó: —Que todos apaguen sus radios. Y así lo hicieron, sin dar resultado. —El alcalde debe estar en el Jeep justo ahora. —musitó Archer. Ambos policías se encontraban al fondo de la biblioteca, viendo a través de la cortina, sin decir nada en voz alta, como si temieran que el comandante Parker, sentado en donde antes había estado el alcalde, en ese sillón marrón aterciopelado con grabados de madera en la base escritos en algún idioma asiático, pudiera escuchar o leerles los labios. Parker negaba con la cabeza. El chico del ordenador se talló las sienes. —Creo que podemos hacer algo. Sus compañeros lo observaron con temor. Todos sabían desde un principio aquella alternativa, pero no mencionaban nada. Fulminaron con la mirada al chico cuando profirió aquellas palabras, como si de un sacrilegio se tratara. —¿A qué te refieres? —Mónica empezó a darse cuenta de la reacción de los demás jóvenes. —El alcalde nos mandó a traer, y vinimos en una furgoneta con todo este equipo y otros aparatos en caso de emergencia, como sabe, es muy paranoico... —Al grano. —Podemos probar con un amplificador de señal que tenemos en la furgoneta, aparcada en el jardín trasero, solo es cuestión de ajustar la frecuencia y recuperaríamos las radios. —¿Y la señal telefónica? —Necesitaría ayuda pero... —Está hecho. Uno de ustedes —señaló las cabezas aterradas que estaban frente a sus monitores y aparatos, fingiendo que hacían algo—, tiene que venir a ayudarnos. El chico agachó la cabeza. Sabía que eso pasaría y tendrían que requerir el apoyo de uno de sus compañeros, y lo que menos querían ellos era correr el riesgo de morir —Comandante Parker, sería un honor que nos acompañara. —comandó ella caminando hacia el sillón. Parker, medio encabronado porque una asistente le diera órdenes se levantó esperando que uno de los muchachos tuviera el valor de acompañarlos, estaba por sacar su arma y apuntarle a uno cuando el de la pantalla principal se ofreció. Era de ojos verdes y pequeño, sabía que él fue quien reveló la idea, y tenía que hacerse cargo. Suspiró y el comandante le entregó un arma pesada y negra. —Maldita sea, detective —Archer observaba atónito cómo se quedaban solos con los técnicos inofensivos—. ¿Ya se dio cuenta? —Sí. Nos estamos dividiendo. El aliento de Brutus se esparcía en la camioneta Jeep, que avanzaba fuera del camino bajo la lluvia, era profundo y hediendo, pútrido. Fox empezaba a preguntarse qué diantres le daban de comer al perro para tuviera semejante aroma. García estaba nervioso, tamborileaba con los dedos en el volante. No se habían encontrado con guardias de seguridad en su trayecto, como si se los hubiera tragado la tierra. A su lado conservaba el bastón electrificado, listo para usarse. —Es allí. —anunció el alcalde apuntando con el dedo a la cabaña de madera con dos pisos que se ocultaba entre los arbustos. —Lo sé, jefe. Trabajo aquí. —Tendremos que bajar del Jeep. Dicho esto, García frenó el vehículo. Brutus no paraba de ver al alcalde. —Jefe —dijo García dándose vuelta en el asiento hacia Fox, enseñándole una nueve milímetros, cargada y sin el seguro puesto—, ¿sabe usar una de estas? —Dámela, y baja a este perro gigantesco del Jeep. Descendieron, Fox se abrigó en su saco, la lluvia le masacraba el cráneo y sentía sus golpes enfurecidos. Tenía el pulgar en el gatillo de la nueve milímetros, y empezó a caminar por el accidentado sendero hacia la cabaña donde estaban las máquinas y el generador de emergencia. A unos veinte metros, pasando los exóticos matorrales que los jardineros apreciaban tanto. Emprendieron la marcha a toda velocidad, cuidando no resbalar con alguna de las rocas decorativas. El canino detuvo su andar y se aferró con las patas a la hierba, gruñendo, García intentó jalarlo mediante la fuerte correa, pero Brutus no reaccionaba, solo dio un salto al frente y quedó fuera del poder de su amo, soltándose de la correa y lanzándose, ladró con violencia y acto reflejo, Fox soltó un disparo que dio contra un árbol. De la nada, un disco se extendió sacando varias navajas curvadas alrededor suyo, y giró en el aire. García se cubrió intentando disparar pero el artefacto le atravesó el hueso de la mano, y la extremidad cayó al suelo, como el alcalde, que empezó a arrastrarse horrorizado al cuerpo de su jefe de seguridad, mientras el perro se debatía con alguien en el follaje. La radio de García crepitaba en su cintura, junto al bastón eléctrico, cuando un disparo de color azul redujo a Brutus partiéndolo por la mitad. Indefenso, el alcalde luchó por tomar la nueve milímetros, pero una patada lo propulsó contra el mismo árbol al que había disparado. Cerró los ojos por el dolor y sintió que se le llenaron de lágrimas, con toda esa agua en sus globos oculares, la que caía sobre él no hizo más que dejarle la vista borrosa. Entre el llanto vio cómo una gigantesca silueta con cabello largo y un atuendo de guerrero, con hombreras y un cinturón adornado con restos óseos, se alejaba, caminando con toda seguridad bajo la lluvia, no sin antes dispararle al Jeep. Entre el llanto vio cómo una gigantesca silueta con cabello largo y un atuendo de guerrero, con hombreras y un cinturón adornado con restos óseos, se alejaba, caminando con toda seguridad bajo la lluvia, no sin antes dispararle al Jeep —Está demasiado oscuro. —pronunció el comandante moviendo su linterna mientras caminaban por el pasillo de mantenimiento en dirección al jardín trasero—. Y la casa es enorme. Un relámpago iluminó el camino y vieron un líquido de color carmesí escurriendo en el suelo, Mónica dio un brinco y casi chocó con el joven técnico que iba a su lado. Cruzaron corriendo y el muchacho sostuvo el arma que le habían dado con fuerza mientras pasaban por un pequeño cuarto que parecía la bodega de una cocina antes de pasar dos puertas y finalmente llegar a una que estaba cerrada por fuera. —Atrás. —comandó Parker retrocediendo y entregándole la linterna a la mujer, que apuntó preparándose para que el hombre diera una potente patada. Arremetió contra la puerta, una, dos veces. Retrocedió, y pateó con mayor fuerza, se sacudió, y dio un rechinido, mas no hubo ningún cambio. Seguía intacta. El comandante jadeó, mascullando algo entre dientes, y tomó su arma y apuntó, y jaló el gatillo, abrió fuego, tres disparos, dos dieron en el cerrojo y la puerta cedió, rápido quedó abierta hacia afuera y escucharon la lluvia, cerca; corrieron sin descuidarse debajo del enorme porche y pasaron rodeando una gigantesca alberca que bullía por la tormenta como si en cualquier momento fuese a brotar como un tsunami. La furgoneta estaba allí, justo pasando un borde de concreto que daba al jardín trasero. Axel se persignó, iba viendo por la ventana, y en su trayecto en el Audi de Trout, encontraron dos cadáveres brutalmente apuñalados y abiertos de en medio de las costillas hacia los lados, sus entrañas se revolvían con la lluvia como si estuvieran hirviendo, y las caras estaban en un color enfermizo y oscuro, con sangre diluyéndose a su alrededor. No se detuvieron. Trout se atrevió a encender las luces y comprobó que el sendero empedrado hacia la rotonda de la entrada principal, cuya fuente estaba apagado por el corte de la luz eléctrica, estaba repleto de sangre. —Tienen suerte de haber salido a buscarme. —dijo Jeremy—. De lo contrario estarían como sus amigos. Rotaron alrededor de la fuente, y apagaron el motor. Desde la biblioteca, Richard pudo distinguir las luces apagándose. Parker rompió el cristal izquierdo de la furgoneta con la culata de su arma. —El amplificador debería estar detrás. —les indicó el de ojos verdes subiendo primero. Abrió la puerta corrediza y un putrefacto aroma lo hizo arquearse. Había sangre en el piso, derramada junto a una sustancia amarilla y viscosa que no logró identificar. —¿Todo bien? —Mónica habló desde afuera. —Sí. —contestó cubriéndose la nariz. Algo había pasado allí. —Si algo pasa, grita. —sugirió Parker con voz clara. Se acomodó e hizo acopio de todas sus fuerzas, moviendo los brazos frenéticamente, buscando lo que necesitaba hasta que lo encontró. "Solo debes amplificar la señal..." Empezó a trabajar casi sin pensar, su mente estaba en otro lado, en el miedo, las potentes goteras retumbaban como tambores en el techo de la furgoneta, sobre él, acechándolo. Una luz roja vibró en su bolsillo, tragó saliva. Un grito desgarrador lo hizo saltar, era Parker y su voz se distorsionó hasta convertirse en una tos ahogada, como si estuviera escupiendo algo. Disparos, una bala pasó por encima de la pared de la furgoneta y otra le hizo un agujero. El ojiverde se estremeció y se tiró al suelo pecho tierra, llorando. Interpretó con dificultad los sonidos por encima del torrente de agua: Mónica gritando algo y disparando, alguien corriendo en la grava, y finalmente, silencio. Solo el arrullo líquido y silencioso. Movió sus dedos despacio, hacia el aparato de su bolsillo, y oprimió "ENTER". La radio dejó de crepitar, sonrió, y entonces, pereció. Una lanza del tamaño de un hombre le atravesó por debajo de las costillas, y lo clavó al piso de la furgoneta; lo último que vio, fue a un fibroso alienígena, con un casco grisáceo, roto, que dejaba ver un pequeño y brillante ojo verde, como el suyo. El ente ronroneó y vio a su víctima morir por el desangramiento. Mónica Martínez se arrastraba, perdía cada vez más la visión, estaba desmayándose bajo la tormenta, un relámpago encendió las nubes y gimió, dando gritos, fuertes alaridos que le hacían arder la garganta, se arrastró y agarró su muslo con la mano, tenía la carne viva palpitando, las gotas se le metían y la lavaban. La herida se repetía en la parte contraria de la pierna, se la habían traspasado. El cazador salió de la furgoneta caminando bajo el diluvio como si no le afectara en lo más mínimo ser visible. Pasó al lado de ella y la dejó allí, ignorándola por completo, caminó en el sendero, acarició las flores con sus garras y justo cuando estaba lo bastante lejos de Mónica, movió la cabeza como si se arrepintiera; se acercó e hizo pequeña la lanza, la colocó en su mochila, y volvió, la tomó del cabello y la arrastró hasta donde estaba el cadáver de Parker, cuya garganta estaba abierta como una cesárea. Tomó al comandante de la columna, y le clavó las garras en la base, cerca de la cola de caballo, sobre el coxis. Tiró hacia arriba lentamente. Enmudecida, la asistente vio cómo la columna vertebral y el cráneo del policía emergían frente a sus ojos, salpicándola de sangre hasta en la boca. Martínez sintió cómo lanzaban su cuerpo contra la ventana de la cocina, entró a la mansión como un proyectil y escupió sangre por el impacto, ya no podía ver, el golpe la había dejado ciega e incapaz de moverse; el cazador la tomó de los tobillos y comenzó a arrastrarla: aún podía hablar y empezó a gemir, lamentándose. Cuando pasaron unos segundos, se detuvieron. Solo veía color negro, y podía sentir cómo le clavaba nuevamente la navaja en la pierna, luego, le amarraban un objeto extraño a la espalda. Escuchó la voz de Parker susurrarle al oído. —Si algo pasa, grita. El cráneo viscoso del comandante empezó a frotarse contra su rostro, sentía las cuencas vacías y los dientes paseándose en su mejilla, tibios. El Tsuru olía a que necesitaba ser lavado, había restos de panecillos en el asiento del copiloto, donde Emma se ponía el cinturón de seguridad. Una patrulla iba atrás de ellos, en respaldo por si debían usar refuerzos. Rasche esperaba no necesitarlos. Pisaba el acelerador y los limpiaparabrisas se movían con violencia rechinando frente a él, dejándole la vista confusa por los chorros de agua y las luces del Nissan. El BlackBerry del detective estaba en la guantera del vehículo, sacudiéndose al frenar en algún semáforo. Ya no intentaban llamar por teléfono, era absurdo cuando siempre recibían como respuesta un "no se encuentra disponible o fuera del área de servicio". Tenía que darse prisa. Lo que estuviera pasando en la mansión, no quería imaginárselo. —¿Qué podríamos encontrarnos? —le preguntó Emma agarrándose por una embestida del sedán a acceso de velocidad. —No quieres saberlo.
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Post by clowdown on Dec 5, 2020 3:19:03 GMT 2
Capítulo 25
I
El grito femenino de Mónica los hizo reaccionar y apuntar alrededor suyo.
La radio zumbaba pero podía escucharse claramente la voz del alcalde pidiendo ayuda. Justo entonces, Archer pudo entender qué estaba sucediendo. "Cavamos nuestra propia tumba".
—Está aquí. —dijo el detective sosteniendo en su mano la radio que emitía la agotada súplica del político.
Archer apretó los dientes.
—Esto está mal, detective. Tenemos que ir por el alcalde. No vamos a dejarlo morir.
Las potentes pisadas se acercaban justo hacia la biblioteca.
—Lo dices como si fuera importante. —replicó Schaefer caminando hacia la mesa de armas—. Él convirtió su casa en un terreno de cacería.
Los muchachos se aferraron a sus monitores y contemplaron al policía rubio de metro ochenta, que suspiró y le entregó una poderosa Colt al inspector Archer, por lo visto la silla de ruedas no le impediría defenderse. La entrada de la biblioteca era grande, y oscura.
Una diabólica risa resonó en todos los rincones de la mansión. Y luego solo se escuchó el rumor del agua.
Los técnicos también se armaron, después de todo eran guardias de seguridad, estaban capacitados para abrir fuego, aunque, al igual que su compañero, nunca se habían encontrado en una verdadera batalla.
Eso era una carnicería.
La cortina se movía a sus espaldas, todos estaban amartillando y listos, la risa no volvió a hacer presencia, pero era como si su esencia flotara en el aire, rebotando, repitiéndose en la memoria de cada uno.
Richard estaba en posición, listo para recibir a lo que sea que pudiera aparecer por la entrada de la biblioteca, como un guerrero medieval, blandiendo su espada, listo para dar batalla hasta la muerte, respirando sin modular sonido alguno.
Calma.
Unas poderosas botas corrían justo hacia donde estaban, y se extrañaron por ello, por el sonido de voces murmurando, alarmadas.
La ventana a sus espaldas se rompió en pedazos y una gigantesca lanza metálica de color plateado empaló al inspector Archer a su silla de ruedas, vivo, gritó y abrió los ojos como platos presionando el gatillo por inercia.
Con absoluta sencillez, el cazador entró columpiándose cual simio y cayó encima de uno de los jóvenes, reventándole los huesos. La fibrosa mole de piel amarillenta rugió y sacó un disco expandible, con el cual eliminó al resto de los técnicos partiéndolos por la mitad, dejando caer los torsos de sus cuerpos primero que las piernas, en perfecta sincronía. Recibió el disco y fanfarroneó con otro rugido más potente que el anterior.
El policía era el único sobreviviente ahora en la biblioteca, retrocedió en una carrera para ganar distancia y disparar, sin ser lo bastante veloz para el nivel del cazador. Una cuerda de tensión metálica rodeó los tobillos del detective y en un parpadeo, quedó colgado boca abajo como los cadáveres que había visto desde el principio, despellejados.
Nunca habría imaginado una muerte así, despellejado y pendiendo como un reloj antiguo. Por fin pudo ver al cazador por completo, al Diablo. Dándole la espalda, levantando su disco.
Su armadura era sintética y cubría solo las partes esenciales del cuerpo, tenía una larga cabellera compuesta de tubos de color azulado, que terminaba en delgadas puntas y se sacudía con su caminar.
—¿Me recuerdas? —preguntó el detective mientras el extraterrestre lo rodeaba, y sacaba un cuchillo preparado para despellejarlo vivo.
Era un método inquietante.
—Es sencillo ¿No? —Richard sentía la sangre yendo toda hacia su cabeza, no quería dejar los brazos abajo y se esforzaba en permanecer rígido, un amarre rudimentario lo sostenía con una especie de gancho al techo, la madera rechinaba y soltaba aserrín con el movimiento natural del cuerpo girando en su eje—. Con toda la sangre del cuerpo en la cabeza los mantienes vivos el mayor tiempo posible, y sienten tu trabajo. Pero conmigo cometiste un error...
El ojo vidrioso era verde y pequeño, como el de un felino, con una pequeña línea vertical como pupila, que se hacía pequeña; el casco roto le permitió al detective ver cómo la piel del rostro se movía al compás de un sonido de reptil.
—¿Me recuerdas? —escuchó con su propia voz hablar al casco.
Richard se sorprendió y devolvió la mirada arriba, el gancho se movía con cada balanceo. Como en un columpio. Tenía que calcular bien sus movimientos si quería vivir.
Empezó a reír. Necesitaba mostrarse tranquilo, y esa actitud intrigó al asesino, que inclinó su cabeza con curiosidad, y llevó su codo hacia atrás listo para dar la primera puñalada al musculoso detective de metro ochenta, que iba al gimnasia y pesaba más que Ken Koharu, y que Carr.
—Tu cuerda es resistente pero la mansión es vieja.
El cazador lanzó la puñalada al centro del cuerpo, para abrirlo en canal, pero Richard empujó todo el peso de su cuerpo a un lado, todo el músculo se tensó y se columpió con fuerza haciendo que el techo de madera se partiera y cayera al piso como un costal, se golpeó el hombro y la rodilla.
En la entrada, tomando como base los estantes de libros, Jeremy y Axel colocaron dos armas de alto calibre con ráf*gas continuas, y dieron inicio a una ofensiva brutal contra el alienígena, que saltó en dirección al detective Schaefer, tirándolo como jugador de rugby; Trout sujetó en sus manos una de las granadas de su mochila y asintió al compañero de Axel, que la tomó entre sus manos y le quitó el seguro, dejando una a su lado para un segundo ataque.
El rubio se desató los tobillos y aprovechó la distracción para caminar hacia el puesto de mando.
El "Diablo" vio la granada caer a sus pies y la pateó devolviéndola contra los tres hombres que le disparaban desde los libreros gigantescos.
Richard desde atrás, con la pantalla entre sus manos y, ataco y la impactó contra el casco roto de color gris rompiéndola en pedazos y chispas. Se defendió y tiró al detective hacia atrás.
Aturdido, el enemigo movió la cabeza limpiándose los trozos de cables de la pantalla, y al recobrar la vista, se dirigió hacia Axel, su compañero yacía muerto a un lado suyo por la explosión de la pequeña bomba, él y Trout en cambio, al estar en los lados pudieron cubrirse, no sin quedar medio sordos.
Y el asesino transparente los miraba victorioso, moviendo sus tubos capilares en señal de dominación.
Richard fue hasta Archer, cuya mirada estaba clavada en el cielo, con la lanza dentro de él.
Lo tomó de los hombros y el inspector asintió comprendiendo las intenciones del rubio.
Jeremy Trout se quedó pasmado cuando la mole de piel verdosa y con escamas salpicadas en sangre, tomó a Axel del cuello y lo levantó, mirándolo a través del casco roto. Le apuntó con el arma de plasma de su hombro, señalando la frente del joven con tres puntos rojos, y soltó un último rugido, cuando su propia lanza se le enterró en el hombro, y brotó sangre verde.
Richard Schaefer había logrado extenderla exitosamente apuñalando a la criatura. Festejó con un jadeo y Jeremy asimiló el momento, tomó la granada que el guardia había dejado en el suelo y saltó quitándole el seguro y colocándola en la mochila del ente que rugía enfurecido dejando caer a Axel, vivo.
—¡Abajo! —gritó el detective corriendo lejos.
Jeremy tomó a Axel del brazo y tiró de él afuera de la biblioteca.
Un estallido de energía lanzó al alienígena por los aires y llenó de humo la sala, el sillón del alcalde se estaba quemando al igual que algunos de los cadáveres de los técnicos.
El cazador se deshizo de su mochila y quedó expuesto de la espalda: Jeremy y Axel estaban tirados, y vieron cómo respiraba agitadamente rasgando la tela quemada de su armadura tribal.
Uno de los gigantescos estantes antiguos cayó encima de él y lo derribó quebrando el piso e inmovilizándolo.
Richard tenía las manos hacia delante, lo había empujado y casi cae por el esfuerzo.
Axel se incorporó al igual que el agente Trout.
—Creo que la Guardia Nacional ya no tendrá que venir. —anunció el chico, notablemente alegre. Estaba lastimado y por poco lo ahorcaban, pero no le importó.
Los tres caminaron en dirección al estante que estaba tumbado con decenas y decenas de enciclopedias y libros. Era pesado y Richard quedó con un entumecimiento en los hombros por la fuerza que requirió; se acercaron pasando por encima de la pistola de plasma.
—Debemos ir por el alcalde...
El casco parpadeaba una luz amarilla, en el único ojo funcional, como un visor.
Desde abajo, sin moverse ahí, detenido, los observó y, contrario a todo pronóstico de los tres, empezó a reír.
En su guantelete, cinco pequeñas pantallas se encendieron con extraños símbolos rojos, como números de una calculadora, y la primera se apagó con un sonido electrónico.
—Por lo visto los ricos de esta zona están en sus vacaciones de verano. —dijo Emma.
—Además el terreno que ocupa la mansión es enorme —añadió Rasche girando el volante para entrar. Al ver lo que tenía delante, acertó, enorme era el adjetivo correcto.
La reja de acceso estaba abierta, y la lluvia la lamía en el caer de la tarde.
Y la tormenta con sus nubes negras parecía indispuesta a terminar.
Una luz cegadora, como los fuegos artificiales del cuatro de julio, emergió a lo lejos del camino, era la mansión estallando en una explosión que terminó pocos segundos después de comenzar, una onda expansiva color rojo consumiendo todo, y luego haciéndose más pequeña, una implosión hasta que reducirse a un pequeño punto rojo.
Las patrullas frenaron con el estallido y Rasche salió del auto aguzando la mirada.
—¡Maldición!
Su amigo, Archer, el alcalde... vio todo perdido en la silenciosa explosión. Pero Emma lo hizo entrar de nuevo al auto, para buscar cualquier cosa que pudieran salvar, o por lo menos respuestas.
Rasche abrió los ojos como una lechuza al verlo.
No la mansión destrozada, sino el Audi negro de Jeremy Trout justo allí, acelerando en dirección a la parte trasera del jardín, a toda velocidad. Por radio, pidió solicitaran una ambulancia de inmediato.
El Tsuru y la patrulla restante, siguieron al Audi que en ningún momento se detuvo y seguía manteniendo una ventaja considerable, en dirección al pequeño bosque, algunas piedras y caminos artificiales los hacían sacudirse dentro y entorpecían la marcha, pero el sedán del agente Trout se movía esquivando las irregularidades del camino.
—¿A dónde van? —preguntó Emma aferrándose a su asiento.
—No lo sé. Solo espero que sea lo último.
Se equivocaba. Una última calamidad le acechaba.
II
Richard iba en el asiento de atrás, le dolían los músculos del hombro. Había lanzado un estante de biblioteca con todas sus fuerzas, y estaba cansado, necesitaba descansar pronto. Solo debían ir por el alcalde ahora, según la borrosa voz que les hablaba por la radio, estaba en la pequeña cabaña, había ido a reactivar el generador eléctrico para usar la reserva pero ahora que su mansión estaba desmoronada, no tendría sentido terminar la tarea.
Solamente lo rescatarían, porque su voz daba a entender que se hallaba lastimado, más que sus palabras.
Axel los guiaba en el camino. Era un guardia de seguridad y conocía el trayecto a la perfección.
Al avanzar vieron que la furgoneta seguía intacta el jardín trasero, y los restos de Parker distribuidos cerca. "Al menos el amplificador surtió efecto". Aunque la transmisión seguía borrosa, señal de que la interferencia no se detuvo con la explosión. Seguía preguntándose qué era lo que la ocasionaba.
Tenía demasiadas incógnitas justo ahora, como el modus operandi del cazador, su forma de despellejar criminales y policías... ¿por qué? Rasche le había leído los blogs, lo que se rumoraba en los sitios oscuros de internet. Los había seguido desde que puso el rastreador a Ken, para identificar si alguien tomaba su tecnología ya que el forense, Koharu, tenía restos de ella en su poder y había revelado que la constitución de las armas era ajena a un material conocido por el hombre.
Bernie también había muerto buscándolo. Quería divertirse, cazar, sin que lo interrumpieran.
Y ahora tenían su arma en la cajuela.
¿De dónde venía? ¿Había más como él?
Le atormentaba todo eso, pero ahora, solo quería subir al alcalde al Audi y volver a casa.
Trout desaceleró hasta detenerse. El Jeep estaba justo a su lado, con una gran abertura chamuscada en el motor. Toda la lluvia repiqueteaba en el techo del vehículo que no podía ir demasiado rápido en el terreno irregular, además, tampoco quería morir en un accidente después de todo lo que habían vivido.
García gimoteaba al borde de la inconsciencia, estaba tirado en el suelo apretándose con la mano derecha un muñón ensangrentado con un trozo de su uniforme. Era un torniquete improvisado pero que lo había mantenido con vida hasta el momento.
El perro, o lo que quedaba de él, una masa de carne palpitante con la piel invertida por un disparo del arma de energía, tenía pequeños espasmos, convulsiones en las patas, cerca de lo que no era otra cosa sino la mano cercenada de García, el jefe de seguridad.
Axel corrió a auxiliarlo mientras Jeremy caminaba hacia los arbustos.
Allí, Fox estaba, recargado al tronco de un árbol, había restos de madera cerca, y él sostenía uno como un palo, en posición de defensa. Cuando los vio sonrió y dejó caer la radio en el charco que lo rodeaba.
Richard ayudó a subirlo cuando reconoció el Tsuru de su compañero de patrullaje, el detective Rasche, que bajó frenando de repente seguido de una chica que desconocía, con uniforme de policía y armada.
Una patrulla con la sirena encendida se estacionó poco después.
—Subámoslo a esa, con García. —sugirió Axel—. Si encienden la sirena llegarán rápido.
—Vienen ambulancias en camino. —dijo la muchacha guardando su arma—. ¿Qué pasó aquí?
—Larga historia, poca sangre. —replicó Trout indicándoles que solo eran dos heridos, subieron de nuevo a los autos, el agente Jeremy acompañado de Axel, y Richard, en cambio, subió al Tsuru y se acomodó en el asiento de atrás, mientras la chica iba en el de copiloto y Rasche conducía.
—Mi nombre es Emma, detective Schaefer. Creímos que no lo lograría.
"Yo también." Pensó recargándose en el asiento.
—¿Y Archer? —preguntó su amigo, Rasche, acelerando detrás del Audi.
Richard negó con la cabeza y cerró los ojos.
Riggins suspiró, y miró a Emma Green con cierta lástima.
La patrulla, que iba hasta el frente de los tres autos, tenía dificultades en el terreno, la lluvia lo volvía pantanoso y confuso.
En un segundo de infarto, Rasche frenó, el Audi derrapó hacia un lado y tomó por sorpresa a todo. Emma se golpeó en el cristal y soltó un grave "¿qué demonios?".
Al abrir los ojos por el arrebato, Richard escaneó todo a su alrededor intentando ver qué había sucedido, igual que el resto de los tripulantes del Tsuru.
A unos quince metros, la patrulla volcada era difícilmente visible, pero no lo suficiente para impedirles ver que el policía que iba al volante, salió despedido partido por la mitad, entre fragmentos de acero, sus piernas cayeron en el pasto y el resto impactó en el parabrisas del Audi, donde Axel ya estaba abajo corriendo hacia la cajuela esquivando una larga vara de metal color rojo que saltó del automóvil dañado.
Rasche tomó su arma y salió.
Trout estaba disparando desde el frente del vehículo cuando Axel desapareció en la oscuridad.
Enmudecida por el horror, Emma empezó a hiperventilarse. A duras penas veía las descargas de Jeremy, limpió el vapor que empañaba el cristal para ver mejor, y la espalda de Axel quedó frente a sus ojos cuando chocó contra su puerta dejando pequeñas gotas rojas que se limpiaron con el aguacero.
Richard bajó junto con Emma, que apuntaba su arma alrededor, el azul moribundo del cielo era como si estuviera anocheciendo.
Otro policía salió de la patrulla hablando por la radio y pidiendo refuerzos al resto de los policías que buscaba heridos en la mansión, cuando una lanza (la misma que Schaefer había ocupado) lo clavó a la puerta del auto.
El alcalde salió arrastrándose, García estaba totalmente mareado y tomó el arma del policía que se asfixiaba con su propia sangre agarrando el tubo metálico que pasaba en la zona de sus pulmones.
Fox se cubrió alerta.
Con una herida fluorescente en el hombro, por el ataque con lanza de Richard, el cazador saltó detrás de García y lo lanzó directo a Jeremy Trout, impactando ambos cuerpos y cayendo al suelo. Sostenía un afilado cuchillo negro en la mano izquierda, la derecha la tenía lastimada y le temblaba.
—¡Corran! —gritó Richard a los demás.
El alcalde se quedó pasmado, viendo al cazador disponerse a matar a los oficiales de la otra patrulla, que venía en dirección a ellos, caminando con una dolorosa dificultad, tenía un trozo de madera clavado en la rodilla, haciendo evidente un colosal esfuerzo para cobrar velocidad.
Emma disparaba sin calcular, las descargas eran bastantes y solo dos dieron en el blanco.
Tropezó con un pedazo de madera y cayó de espaldas, a merced del cazador que caminó hacia ella, Rasche abrió fuego desde lejos y le dio en directo al casco, dañando la otra mitad.
En un acto desenfrenado, como si se arrancara un trozo de pie, se deshizo de la máscara, la tiró al suelo y relevó dos mandíbulas paralelas, que se abrieron y cerraron escurriendo saliva, rugió esta vez sin barreras que disminuyeran la potencia del sonido, que erizaba el vello.
Richard estaba petrificado. Había sobrevivido a la explosión... "No, no es posible. Huyó igual que nosotros."
Emitía pequeñas nubes de vapor al mover la boca, sin labios, rojiza, enmarcada por delgados pliegues carnosos que se arrugaban por acción de cuatro dientes superiores y seis inferiores similares a los de un perro. Pequeñas puntas le rodeaban el rostro, de color pálido, y volvió a hablar, esta vez, con la voz de Ken Koharu.
—Creíste que sería tan fácil.
Agarró a Emma Green del cuello y le clavó el puñal en el vientre con un golpe que le sacó el aire y la dejó tendida cual bandera en la hierba. Con Rasche que acudió en su auxilio.
Estaba enfurecido, y su mirada no se despegaba de Richard, fijó su nuevo objetivo, estaba evidentemente harto de él y se dirigió con un salto, que hizo gotear el líquido fluorescente de los múltiples agujeros y cortadas que le cubrían la piel descubierta por su abollada armadura; le asestó un golpe de boxeador al humano, sacudió su rubia cabellera y su oreja por el inmenso poder de su oponente, que se acomodó en posición para propinarle una puñalada final. Reía enloquecido modulando sonidos guturales, y siniestros.
Aturdido por el brutal ataque, el detective retrocedió unos palmos eludiendo por pura suerte el filo de la navaja oscura y tirándose el piso por el mismo terreno en el que vio a Axel por última vez... si tan solo lograba llegar a la cajuela y tomar una de las municiones de Trout, fácilmente podría extender su tiempo de vida hasta que los refuerzos llegaran.
Un musculoso brazo lo agarró del tobillo para arrastrarlo y terminar con todo, él sacudió sus manos entre el pasto y se aferró a un objeto helado y delgado que encontró, el mismo que Axel había esquivado, y ahora él sostuvo con firmeza. Y empujó con gran esfuerzo entre capas de músculo que cedieron resbalándose por el efecto punzocortante.
Rasche había tomado el bastón eléctrico del cinturón de García, y lo empuñó, arremetió contra el asesino por la espalda y logró captar su atención, le concedió tiempo suficiente al rubio para incorporarse y terminar de empujar el objeto clavado al macilento cuerpo repleto de heridas y costras de un verde brillante.
La vara metálica era roja hasta que emergió por la espalda del cazador, ahora no solo tenía una perforación hecha con su propia lanza en el hombro, tenía uno de los restos de la patrulla que él mismo había volcado, pasándole a la altura del vientre.
Se quedó pasmado y extendió el cuchillo dispuesto a exterminarlo ya, una potente luz blanca lo iluminó por atrás volviéndolo una macabra silueta negra, el sonido de un motor acelerando a toda velocidad: Richard a duras penas logró hacerse a un lado con la luz cegadora de los faros cuando, del otro extremo del malherido ente, su amigo le advirtió que se quitara del camino.
El Audi pasó hecho un relámpago y se llevó consigo al maltrecho cazador, lo atropelló y dejó de él cerca del detective, nada más el cuchillo, que Richard tomó.
Se detuvo hasta chocar con un tronco y teñirlo en el brillante color con un estruendoso choque.
Ambos detectives fueron en dirección al automóvil, y dentro, sosteniéndose del volante, Jeremy Trout les devolvió en una sonrisa, sangraba por la boca y tenía una gran contusión, estaba empapado y no se movió de donde estaba sentado; Rasche se le acercó para examinarlo y preguntarle si se encontraba bien.
—Mejor que nunca, detective Riggins... Mejor que nunca...
Schaefer lo encontró, en medio de las llantas delanteras, las piernas se encontraban tendidas, unidas al resto del cuerpo por los vestigios de una columna vertebral. El otro tramo del cazador se encontraba enterrado por el metal al tronco, con las manos tendidas hacia los focos que iluminaban su cara con las luces altas.
—¿Me recuerdas? —preguntó Richard aproximándose despacio, hasta encontrarse a solo unos centímetros de él, tenía la cara repleta de sangre verde y mucosidades le brotaban de un ojo. El otro veía fijamente al rubio, que acercó el propio puñal negro a la cara destrozada por el atropellamiento.
El malherido humanoide se agitó e intentó moverse, solo para comprobar que prácticamente le habían arrancado las piernas al arrollarlo, movió las manos y pegó la cabeza a la hierba sacudiendo el cabello hasta que se quedó quieto, y aceptó su destino.
Suspiró, el detective liberó todo el aire de sus pulmones y lo hizo. Le enterró la navaja a la enorme frente de la bestia, justo a la mitad, la cabeza se hizo para atrás con el puñal todavía incrustado.
Acumulando sus últimas fuerzas, se tocó el guantelete y habló con una voz que no era de este mundo, casi mística, y agotada. Chasqueando como si ronroneara.
Dirigió sus últimas palabras al detective.
—¿Quién... eres...?
También lo escuchó Rasche, y Jeremy, que quedaron petrificados, inmóviles ante esa escalofriante forma de imitar la voz humana que tuvo la criatura, la cual finalmente cerró el único ojo que le restaba y quedó en un estado laxo. Muerto.
—Eso fue por todos. —dijo el detective. Una ambulancia sonaba su sirena a lo lejos, acercándose.
Con cautela, Schaefer dio unos pasos para atrás y entonces, dejó de sentir la lluvia.
Tanto Jeremy como Riggins se dieron cuenta de ello, había dejado de llover de un segundo para otro, solo encima de ellos y en toda la zona cercana, en un pequeño pero significativo radio.
Alrededor de ese perímetro, seguía la tormenta.
Todos levantaron la mirada el cielo intentando hallar una respuesta allí, no se explicaban lo que sucedía.
El primero en verlo fue Trout, luego, Richard también lo comprendió... "Las estrellas", reconoció en su pensamiento al tiempo en que lo que veía encima de ellos, las supuestas nubes, desaparecieron cual holograma y se convirtieron durante un par de segundos, en una pequeña nave negra del tamaño de un tráiler, tenía la forma de una ballena y era silenciosa, flotando sobre ellos, y en ese breve instante en el que se hizo visible, apuntó con una luz al cadáver.
En cosa de un segundo, toda evidencia física: el cadáver, el cuchillo, la lanza... desaparecieron volviendo a la nave que de algún modo (probablemente lo había hecho el cazador al presionar algo en su computadora de muñeca) los recogió con esa luz, luz que zumbaba como un panal de abejas al llevarse consigo todo aquello que pertenecía al alienígena.
Terminada la abducción que duró apenas unos segundos, desapareció llevándose la interferencia electromagnética consigo, el arma de la cajuela tampoco estaba. El agua volvió a caer con la misma furia de antes sobre ellos, consecuentemente, limpiando sangre fluorescente y roja por igual.
Al menos ya sabía qué ocasionó el fallo eléctrico. El cazador había tenido su nave aparcada cerca, de ese mismo modo conseguía moverse en una ciudad como Nueva York con facilidad.
Sentado en el lugar del conductor y con un rostro de fatiga incuantificable, rechazando la ayuda de Riggins, el agente Jeremy Trout sonrió y miró a Richard, que caminó hacia ellos bajo el chubasco torrencial que caía entre relámpagos.
—Por favor, Schaefer —dijo acariciándose la barba de candado—, dígame que esta vez, estamos seguros de que ya no habrá que llamar a la Guardia Nacional.
Richard asintió, cansado, pero no tuvo tiempo de reposar ahora.
—Tienen que irse. —continuó Trout acomodándose en el asiento—. En cuanto lleguen los demás policías, empezarán a hacer preguntas, y el gobierno también vendrá. Todos. —advirtió—. Díganle a su alcalde que guarde silencio, y ustedes también. Van a venir y lo mejor es que ustedes no digan nada si quieren estar tranquilos...
Cierto. Richard recordó que el alcalde estaba allí, paralizado, sin poder hacer nada, con moretones y adolorido... lo buscó con la mirada cerca de la patrulla volcada.
—También viene una ambulancia. —le comunicó Rasche.
—Sé cómo arreglármelas solo.
—Pero está sangrando, Trout.
El aludida sonrió ofendido, recordando una frase que Andy le dijo alguna vez y repitiéndola ahora.
—Yo no tengo tiempo para sangrar.
Asintieron. Rasche sostenía el bastón eléctrico, lo apagó decidido a caminar por el sendero mojado al lado de su amigo, hallaron a Fox, que había corrido con esperanzas de ocultarse y sobrevivir. Subieron al Tsuru y se encontraron con las ambulancias y las demás patrullas de policía.
No los dejaron salir de por el portón. En la entrada, un policía los detuvo y sacó al alcalde, al cual subieron a uno de los vehículos de los paramédicos, y ellos se quedaron allí, contemplando desde el interior del auto los vestigios de la mansión Fox, la autodestrucción le había dejado un gran agujero que casi se veía de chiste. Iba a costar mucho dinero de presupuesto repararla si es que el alcalde quería volver a tenerla, o venderla.
Richard también estaba lastimado, se recargó del cristal mientras Rasche consiguió que los dejaran irse a un hospital detrás de la ambulancia donde iba el político.
Estaban en silencio, como hacían habitualmente.
Schaefer vio por el retrovisor, e inhaló. Dejaba atrás la mansión por fin.
Su compañero conducía y de repente le dio por hablar mientras veía que más patrullas venían.
—Creo que llegan tarde... —hizo un mohín—. Tengo más dudas que respuestas, pero... maldición. —encendió el parabrisas—. Creo que mañana deberíamos tomarnos el día libre. Esta lluvia no parece querer irse.
Estaba en lo cierto. Richard miró por la ventana, sintió la humedad, agradecido con que por fin lloviera. En cierto modo, era un regalo.
Era de esperarse con tantos días consecutivos de calor furioso y sequía total, la deshidratación masacraba el estado de Nueva York, y a la ciudad en especial.
Ahora la naturaleza los recompensaba.
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aipkeeena
Honorable Moderator
el dia que termine el fic , dejare mi mayor legado en ésta vida
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Post by aipkeeena on Dec 7, 2020 10:10:43 GMT 2
felicitaciones por tu continuidad en tu historia , yo aca a ratos vengo a escribir esta pandemia no me quita la inspiracion pero si las ganas de escribir, aunque si me mantengo viglante para evitar invasion de spam eb el grupo saludos
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Post by clowdown on Dec 12, 2020 3:40:40 GMT 2
felicitaciones por tu continuidad en tu historia , yo aca a ratos vengo a escribir esta pandemia no me quita la inspiracion pero si las ganas de escribir, aunque si me mantengo viglante para evitar invasion de spam eb el grupo saludos Pues ni tanto, escribí esta historia hace muchos años y de hecho está publicada completa en wattpad desde hace un buen tiempo al igual que su secuela. Aún así, gracias. Y sí, me di cuenta del spam, aunque bastante tarde; el chico mandaba mensajes privados, quizá solo quería apoyo para su película jajaja, me alegra que haya moderadores activos, ¡saludos!
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Post by clowdown on Dec 12, 2020 3:58:37 GMT 2
Epílogo
Alaska. El frío es infernal, las temperaturas bajan a niveles increíbles durante la noche. Es territorio estadounidense, y aun así, en sus residentes más viejos queda un sentimiento de otredad, enajenados. En una cornisa de nieve, helada y prácticamente desierta, una de las antes que antes había trabajado por el HAARP, captó una señal de radiación inusual que se activó en el cielo durante pocos segundos. El objeto que la había causado estaba diseñado a la perfección para no ser detectado por sistemas como ese, sin embargo, una fisura en el casco les hizo una mala jugada. El ingreso a la atmósfera fue violento e inesperado, se habían salido de la trayectoria acordada y su panel de telemetría se dañó con el impacto a la superficie helada. El joven alienígena era el científico de la nave, y como tal, sabía que su responsabilidad, más allá de guiar la misión, era salvaguardar la integridad de la nave y hacer la extracción del material con seguridad. Sostuvo el jarrón de la peligrosa sustancia que llevaba en su laboratorio, la aseguró para evitar que cualquier ser vivo pudiera tener contacto con ella. Sus tres compañeros habían salido ilesos al accidentado ingreso en la mesósfera. Para sus naves esa sección en especial era difícil, y no habían calculado la avería que no iba a permitirles ascender, así que dejaron al científico solo, en la oscuridad, mientras hacían un reconocimiento del terreno. *** Dos horas más tarde, el teniente Andrew Garneth se cubría con una pesada chaqueta de las corrientes de aire entumecedor, tenía las mejillas rojas y no sentía los dedos de los pies. Uno de sus compañeros interrumpió su descanso abruptamente. Su estado era inquietante, un ataque de histeria, psicosis. Al soldado le temblaban los dedos y el párpado derecho como un tambor. «Es el rostro perfecto para representar que algo está mal. Demasiado mal.» —¿Todo bien? —preguntó aunque no era necesario, levantó una ceja. Su compañero recobró la respiración y habló jadeando. Solo así, cuando recuperó la compostura y dejó de tiritar, notó que tenía las manos manchadas en una sustancia espesa, negro-rojiza. —Teniente Garneth, por favor venga. Dicho esto, el soldado de las manos ensangrentadas, giró sobre los talones en la nieve y se internó a toda velocidad en las paredes de la base Hopkins en Alaska. Llevó a Andrew a la bodega donde almacenaban refacciones y maquinaria de la refinería. Al teniente le costó mantener el paso, estaba agotado, pero la carrera duró poco. Un grupo de siete mandos uniformados se encontraban congregados en el umbral, uno de ellos tomaba fotografías y salió del habitáculo frío y oscuro, con varios collares en su mano. Collares con placas, y nombres grabados en ellas. —Enciendan la luz. —pidió apretándolas con el puño, gotearon líquido coagulado. Los cuerpos despellejados brillaron con los rayos de luz formaron sombras en el piso, se columpiaban como niños pequeños sin cabezas. Quienes alguna vez fueron conocidos suyos, ahora estaban así. Mutilados, sus bocas estranguladas, cabeza abajo, desnudos. Andrew Garneth tomó el radio más cercano y notificó a Washington que estaban en graves problemas. Aunque problemas era tal vez una palabra muy corta. *** El general Phillips tenía la oportunidad de su vida, en cuanto obtuvo el comunicado de defensa y recibió las fotografías, se alistó para tomar el vuelo más próximo a Alaska. Por su parte, el agente Burns recibió la llamada de su superior, Michelle Truman, para volar de inmediato al Noreste del país aunque fuera domingo y tuviera derecho a descansar. —¿Tenemos información táctica? —cuestionó por el manos libres mientras iba en dirección al aeropuerto. —Un agente le hará entrega en cuanto llegue al hangar. Burns exhaló a medida que el vehículo avanzaba, miraba por la ventana con curiosidad incrementándose con cada minuto que pasaba. Michelle Truman solo lo podría haber convocado por una razón, la anomalía de la que hablaban en Alaska, era un extraño anuncio para él... En su billetera llevaba todo perfectamente en orden, sus identificaciones y billetes acomodados de menor a mayor, por color y por tipos. Era alguien sistemático y con poco espacio para las dudas y la improvisación. Cuando le hicieron entrega del folder con las fotografías, comprobó su idea. La sanguinaria forma en la que estaban dispuestos los cadáveres de los militares en la fotografía (tomada hace menos de una hora en la base militar Hopkins, en territorio estadounidense de Alaska) solo podía corresponder a un tipo de autor. Burns era muy listo, no solo debía vigilar el desempeño del general Phillips, dado que el hombre había acudido a misteriosas reuniones con el mismísimo Peter Weyland, además de eso, tenía que evitar cometer el mismo error que Jeremy Trout. Él se había ensañado con la criatura y puesto en riesgo toda la operación, eso sin contar la impertinencia del alcalde Neoyorkino. Si algo tenía en claro Burns, era que un error podía costarle la vida tal como a Andy. No lo olvidaba. Ni siquiera cuando habían pasado cuatro años desde los incidentes en aquel verano en Nueva York. "Ahora han vuelto de cacería a Alaska", pensó, "cada vez vienen más al norte": Durante el vuelo se la pasó enviando mensajes de texto a su contacto de la industria armamentística, Bruno Borgia, y vio el panorama de Manhattan por la ventana cuando el potente jet privado surcó el cielo nocturno de la ciudad de Nueva York. Con el tiempo habían logrado mantener en secreto todo lo sucedido, como la muerte del equipo de la OWLF en el Hudson, cuyo único sobreviviente no despertaba de la inconsciencia aun después de cuatro años. Cuatro años, cuatro años desde entonces. Bajó del jet con dos de sus acompañantes vestidos de negro, acomodándose el uniforme, y le hicieron entrega de un maletín especial para guardar sus cosas, en él venía toda la documentación y datos que tenían del detective; había sido inteligente limpiando su rastro pero no lo suficiente para evitar que Seguridad Nacional sospechara y con el tiempo, confirmara todo. Esperaba que el refrán no fallara con él, que "lo que bien se aprende no se olvida". Truman quería la asesoría de alguien en la misión. Y al no encontrarlo en su departamento ni en la comisaría, lo buscaron en uno de los lugares que frecuentaba de acuerdo con los registros de seguimiento. A las ocho de la noche, Burns entró al gimnasio que cerraba tarde hoy, era el día libre del policía y el encargado del establecimiento se lo informó mientras subían las escaleras a la sala de entrenamiento físico del tercer piso, el lugar estaba prácticamente vacío e inquietaba por su oscuridad, había pósteres de hombres musculosos y bebidas proteínicas. Finalmente, Burns estuvo en la puerta del cuarto de preparación física, y pudo escuchar una respiración agitada, probablemente haciendo lagartijas, tras muchas repeticiones. En el tablero, el reloj de arena se daba vuelta cada cierto tiempo otra vez, y los granos empezaban la cuenta atrás. La temporada de cacería siempre regresa. El dueño levantó una ceja al abrir la puerta y señalar al enorme rubio de metro ochenta que se ejercitaba en el suelo de madera, iluminado bajo una sola luz amarilla filtrada, con pequeños bancos y casilleros en las esquinas... le dijo un simple: "Es él. Definitivamente es el detective Schaefer". Al verlo, no le costó creer que ese sujeto que siguió en lo suyo, con cierta indiferencia y frialdad, había matado a una de las especies más peligrosas con las que el hombre podría haber tenido contacto. El hombre que había derrotado al máximo cazador.
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aipkeeena
Honorable Moderator
el dia que termine el fic , dejare mi mayor legado en ésta vida
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Post by aipkeeena on Dec 14, 2020 7:08:39 GMT 2
me encanta como pones los letreros comocuando uno termina de leer un libro x3
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Post by clowdown on Dec 23, 2020 21:27:31 GMT 2
me encanta como pones los letreros comocuando uno termina de leer un libro x3 ¡Oh sí! Los hice hace un año para promocionar la historia y me gustaron bastante, al menos en Wattpad me han valido reseñas generalmente positivas. Aprovecho para desearte una feliz navidad, si no la festejas ignora eso, un feliz fin de año. ¿Ya has pensado subir tu saga a otras redes? Creo que Wattpad es una gran opción, tiene mayor alcance que Sweek, aunque otras opciones serían fanfiction.com, si bien ha perdido usuarios a lo largo de estos años. No digo que abandones el foro, es cool que haya un lugar exclusivo para consumidores del AvPU, sin embargo expandir los horizontes nunca es malo.
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