el cazador se ha lbrado de sus persecutores o.o
Capítulo 9
El calor de la mañana era asfixiante, se te pegaba en la piel del rostro, en el sudor.
Subir las escaleras hasta el departamento de Schaefer siempre me sacaba el aliento, y la espalda se me humedecía. Pero por alguna razón me negaba reticentemente a usar al ascensor. En alguno de los departamentos alguien tenía a todo volumen "Lose Yourself" de Eminem. Siempre me preguntaban en la comisaría si Richard tenía algún hobby o una pareja, a lo que yo respondía con la verdad. "Sólo va al gimnasio y practica idiomas, hace un año me invitó a un curso de tiro y balística."
Tenía un hermano mayor del cual rara vez hablaba, Dutch, era militar, un mercenario de la Fuerza Delta de la armada, según tengo entendido, los encargados de hacer el trabajo sucio. La última vez que me habló de él, fue hace varios años, cuando éramos casi unos novatos en el Departamento de Narcóticos, y Dutch se fue a una operación a Sudamérica.
Su hermano no cumplía ni los veinticinco cuando fue a esa misión, y creo que Richard estaba algo preocupado.
Cuando dejó de hablar sobre el tema, no le pregunté. Le gustaba guardarse las cosas. Y yo respetaba su discreción.
Llegué al marco de la puerta y llamé dos veces, calmaba mi pesada respiración.
Teníamos que empezar el turno y el la patrulla estaba en mi poder por obvias razones.
Me abrió casi de inmediato, y mi sorpresa fue mayúscula al ver a Ken Koharu sacando sus pertenencias ensangrentadas de una bolsa transparente, se le veía demacrado y viejo, muy viejo. Me explicó que dio el alta voluntaria casi tan pronto como el agente Trout se metió sin permiso a verlo, y a duras penas tuvo tiempo de cubrirse el artefacto con una de las vendas que la doctora Jacobson les acababa de traer.
—Estuvo apunto de verlo, pero la doctora no es muy fan del gobierno. —pronunció el forense asiático con una sonrisa de sueño.
—¿Y lo trajiste a tu casa, Schaef? —pregunté cerrando la puerta a mi espalda, la luz de la mañana neoyorkina entraba por las grandes ventanas de la sala-comedor— ¡Si esa cosa es una rastreador podría ubicarte ese malnacido!
—Eso no estaría tan mal. —argumentó Ken—. Podríamos tenderle una trampa o algo así.
—¿Están jugando verdad? —negué con la cabeza—. Anoche una furgoneta de algún equipo paramilitar cayó despedida del puente poco después de lo del metro y todo mundo ya lo relaciona aunque en las noticias no lo hagan tan evidente, ese tipo, Schaefer, mató a todos los amigos de Lamb y de Carr en minutos, no pretendes darle la dirección de tu casa al diablo.
—¿El diablo, dijiste? —me preguntó acercándose de la barra de la cocina y tomando un trago a su zumo de arándanos. Algo cambió en su mirada.
Respiré hondo y le conté todo lo que había investigado ayer en las bases de datos de distintas policías en el país y foráneas, y los sitios en español que traduje. Ambos escuchaban atentamente, Koharu desde el sillón, mi amigo desde la cocina. Estaba vestido con una camisa blanca de manga corta y tirantes. Me miraba fijamente mientras hablaba y comprendí su expresión.
Asintió al final.
—Sé que tienes razón, Rasche. —me dijo—. No vamos a tenderle una trampa improvisada en mi departamento, debemos preguntarnos ¿Por qué dejó con vida a Ken?
—Tal vez es una amenaza. Podría estar viéndonos justo ahora para saber qué tan cerca estamos de descubrirlo. —objeté y di unos pasos hasta poder sentarme en una de las sillas altas para la barra de bebidas.
—O es un juego. —propuso Schaefer empezando a lavar los trastes—. Si el "diablo" se lleva trofeos es un deportista, es como ponerle un rastreador a un alce y darle unos segundos de ventaja, tal vez está siendo deportivo, sabe que estamos detrás de él, y se quiere entretener.
Abrí los ojos como platos, no me sentía seguro en el departamento de Schaefer ahora. Tal vez tenía razón, si quisiera hacerle algo a Koharu por el momento, ya estaría muerto. La idea daba vueltas en mi cabeza como una canica en un vaso.
—Aparte —dijo Ken con la mirada perdida en la ventana, el sol empezaba a darle en la cara—, el dispositivo que tengo en el cuello —se señaló la venda que tenía pegada cerca de la yugular— parece estar apagado, ayer cuando él estuvo cerca de mí noté que el objeto estaba parpadeando con una luz muy tenue, no hacía ningún sonido como en las películas, creo que eso lo haría obvio. Y estaba hirviendo.
—¿Despedía calor al parpadear?
—Exacto, supongo que para encontrarla fácil.
—Tenemos que aprovechar la ventaja que nos está dando, consciente o inconscientemente —comandó Richard acomodándose los tirantes y yendo por su placa y su arma acomodadas sobre la mesa—, intentar hacer algo más rápido que él.
Era una locura. No sabíamos ni siquiera cuánto tiempo teníamos para actuar, él tenía la ventaja en todos los sentidos. Recuerdo que Schaef caminó hasta la ventana y dejó caer las persianas oscureciendo todo. Hora de trabajar, pensé. Estaba desgastado por anoche, me la pasé hasta la madrugada pensando en todo lo que sucedía, y únicamente conseguí media hora de sueño.
Koharu nos acompañó y lo dejamos en nuestro cubículo de la comisaría, supusimos que estaría a salvo rodeado de oficiales armados. No comentamos con nadie que tenía un rastreador como el que le ponen a las ballenas, en parte porque no estábamos seguros de ello.
Éramos como cebras, piezas de cacería, en el juego de un depredador sádico, y si queríamos sobrevivir no podíamos hacerlo solos.
McComb todavía no sospechaba que seguíamos dentro del caso, y probablemente ella tampoco tenía la más remota idea de lo que se trataba.
Mi hijo Kyle quería ser actor, y solía comentarme cuando veíamos películas de terror que la mayor estupidez era separar al grupo en grupos más pequeños. Tenía razón. Se lo comenté a Richard y estuvo de acuerdo conmigo, necesitábamos reunirnos todos en un lugar discreto, en el cual Trout ni McComb pudieran pillarnos.
Era un juego de vida o muerte.
Cazar o ser cazado.
Tuvimos un doble asesinato al mediodía, le dimos poca importancia, un neurótico había estallado y apuñalado a su cuñado cuarenta y tantas veces hasta dejarlo hecho un tapete. Un par de horas más tarde nos entregaron los documentos pertinentes del forense, nos preguntaron por Koharu y no dijimos nada, revisamos los papeles y supusimos que el bastado no tardaría en aparecer.
Me quedé dormido en el asiento del copiloto mientras Richard conducía, hablando por teléfono con Bernie...
Desperté poco antes de llegar al viejo café de Bruno & Bud s, estaba cayendo la tarde y el cielo casi se veía naranja.
Me dolía la cabeza y los oídos captaban un sonido extraño, hueco, como esas escenas de las películas en las que el audio se pierde poco a poco en un plano secuencia, y el protagonista contempla el caos a su alrededor.
Me acomodé y descubrí un ya particular dolor en el cuello, mortal.
Joder, parecíamos dos detectives privados sin trabajo más que meter las manos en el fuego, estábamos descuidando los demás casos, y era cuestión de tiempo para que Trout o McComb nos pescaran. En la radio hablaban del incidente del metro, y era como el "tema de café" de todo mundo en Nueva York.
Si el alcalde quería hacer algo para cambiar el ya de por sí deplorable status quo de los neoyorkinos, éste era el momento. Schaef se bajó primero y me pidió que esperara, accedí bostezando.
El teléfono sonó, era mi esposa, pero no le respondí, solo vi la pantalla con el nombre de su contacto hasta que dejó de marcar. No quería hablar con ella, tal vez no quería hablar con nadie hoy. Tal vez me estaba ganando que dejara de amarme.
Desde la puerta del establecimiento Richard me hizo una señal para unírmele en el interior del local, salí y traje las llaves del Tsuru conmigo.
En una mesa al fondo estaban todos, el inspector Archer con su imponente cabello blanco engominado y su expresión de elegancia y mortalidad europea, a quien conocimos en la empacadora de carne donde hallamos al hijo de Lamb; el cara de chiste, Bernie, por darnos el primer testimonio con el adolescente Lionel que había visto al "fantasma"; a Simmons, quien había estado con nosotros en la guarida de Lamb en la noche de la masacre entre las dos bandas, y a Ken Koharu, por obvias razones, con su vendaje cubriéndole el asunto.
Todos estábamos en la mesa, listos para enfrentarnos a lo que fuera que acechaba la ciudad.
Sin embargo, ignorábamos la presencia de un invitado más, uno que nos vigilaba desde fuera del establecimiento y había predicho nuestros movimientos.
El primero en hablar fue Bernie.
—Joder, Rasche, tu cara parece el trasero de un mandril, ¿es que tu mujer no te ha dado de comer?
Mi aspecto era terrible, de pronto sentí que era capaz de dispararle.
Predecible, hasta ahora todo era sumamente predecible y así lo fue hasta que la conversación terminó, expusimos todo lo que sabíamos hasta el momento, Simmons y Archer eran los que menos hablaban, el primero por miedo y el segundo por analítico, solo nos miraba, calculando nuestras palabras, y a veces agregaba un pequeño comentario, interesante y profundo, era de la estatura de Schaefer y no se molestaba en doblar sus piernas bajo la mesa.
Un equipo de policías, debimos vernos ridículos esa tarde. Pedimos café, o cerveza, necesitábamos charlar, poner las cartas sobre la mesa.
Simmons nos trastocó, su mirada aterrada y su tez sombría casi superaban las mías.
—¿Quién fue el que le dio el soplo a Lamb de que su hijo estaba muerto?
En la comisaría solo había el ermitaño al que todos odiábamos férreamente, era John Manson, el bastardo que estaba afuera aquella noche en la que encontramos al joven hijo del mafioso despellejado. De pronto yo no confiaba en Manson y no sabía por qué, y todos concordábamos en el que ese mismo insulso era el que delataba con McComb todas las irregularidades o nuestras pequeñas faltas.
Somos policías, no perfectos.
Seguir el protocolo siempre te lleva a estar encerrado, te debilita. Uno ya no puede ser una policía totalmente recto, y si alguien de la corporación iba a delatarnos con McComb era John Manson. Y seguramente trabajaba para Lamb, y ahora estaba sin jefe.
Los pillos de Carr habían iniciado una cacería contra el "asesino transparente", se había corrido la voz y cuando nos comunicamos con Crowell, el dealer que nos pagaba con información a cambio de que no lo encerráramos nos lo hizo saber: el terreno se pondrá feo, si la guerra de pandillas era fuerte, ahora la esposa de Lamb estaba a cargo y quería ver correr la sangre.
De pronto Simmons se puso de pie tomando su radio, había un 10-4, "novedades negativas".
—Un 16-2. —murmuró antes de dejar los billetes en la mesa de su café—. Lo siento, no quiero participar en esto, nos meteremos en un lío gordo ¿entienden? —tocó el hombro de Bernie— ¿Vienes conmigo, amigo?
Él no respondió nada.
Simmons negó con la cabeza.
—Esto no saldrá bien, se los juro.
Se fue y nos dejó solos.
Bernie tomó el control de la conversación.
—Les juro que no hay nada entre Simmons y yo. Él es un sucio pervertido, en serio, ve porno de enanos en internet, todo mundo lo sabe. Pero dejando a Simmons de lado ¿Qué fue lo que viste aquella noche en el drenaje, Schaefer? Tengo entendido que alguien bajó a buscarte cuando empezaste a seguir a esa cosa que nadie sabe qué es, y desapareció ahí abajo.
Richard puso una mano sobre la mesa y agarró una servilleta.
—Había una placa con el nombre "Rutherford", y una pasarela que terminaba en el agua.
—Si "la cosa" estaba huyendo por ahí... significa que debe tener una ruta subterránea.
Richard asintió con la cabeza y me observó.
—Tiene sentido considerando el ataque del metro, "él" cayó encima del vagón, no los atacó por un lado, y escapó... tenemos que buscar los planos de las estaciones de metro.
—Olvídalo. —chilló Bernie sacando su BlackBerry—. Podemos buscarlos justo ahora.
Estuvo así, por un momento y nos enseñó las imágenes que iba buscando en la galería. Todos los puntos en donde "el asesino transparente" había atacado los señalamos con la vista, y estaban cerca a estaciones del metro y coincidían con puntos amplios del alcantarillado de la ciudad.
—Ahí lo tienen —concluyó—, hemos resuelto el misterio del cocodrilo de las alcantarillas... y, Schaefer, creo que debemos investigar allí.
Archer sonrió y preguntó en voz baja:
—¿Quién?
Bernie lo miró. No teníamos medios para ordenar un cateo, ni el apoyo.
Pero entonces percibí algo en su mirada, había captado un desafío en la voz de Archer, y no se resistió:
—Yo tengo los pantalones para hacerlo. Esta misma noche.
Alto, estaba enloqueciendo. Intentaron hacerlo entrar en razón pero no parecía bastarle, y en el fondo a mí me daba igual, era Bernie, el mismo imbécil pelirrojo que uno encuentra en todas partes, al que todo mundo amaba y se convertía en el alma de las fiestas, haciendo bromas sarcásticas que todo mundo adoraba y contando historias exageradas en voz más alta de la que debería.
Por mí, pensé, podía desaparecer igual en las alcantarillas y era un alivio. Es más, lo motivé a hacerlo, y los demás me miraron extrañado, en especial Koharu, pero Bernie se emocionó, dijo que yo sí lo entendía, y que este caso era suyo desde el principio.
Se fue y me dio unas palmaditas en la espalda, como un niño que cae en la broma de que la niña de sus sueños está enamorada de él.
—Al fin usas esa bigote para decir algo con sentido, Rasche.
Quise responderle un "cállate", pero no lo hice, sonreí forzadamente y le hice una especie de cumplido.
Que se fuera al carajo, ese día no quería ni ver la luz del sol. ¿por qué no me pegué un tiro? ¿Era la crisis llegándome? Yo no era joven como ellos.
Se fue y Archer no tardó en imitarlo. Le deseó una pronta recuperación a Koharu y nos prometió informarnos de todo lo que pudiera.
Nadie quería al FBI o la CIA haciendo nuestro trabajo.
Ken no me tocó con la mirada desde ese momento, casi sentía su desprecio por la forma en que me había aprovechado de la seguridad de Bernie para motivarlo a indagar en el drenaje. Estaba seguro de que no lo haría y le dije a Schaefer que de seguro eran puros cuentos, no tenía el coraje para meterse ahí solo.
Richard tampoco me contestó.
¿Qué tenían todos? Maldita sea.
Ken se quedó hablando en la barra con el cocinero del café y le pidió un panecillo extra, él como forense ganaba mejor que nosotros dos y se daba el lujo de sacar sus mugres billetes grandes.
Me subí al coche, en el asiento del conductor y Schaefer en el copiloto, mientras esperábamos al chico Koharu.
Entonces vimos una mirada en el retrovisor del centro, y la boca de una pistola tocó la sien de Schaefer. Era mi pistola, la que había dejado en el auto.
Era el agente Trout, y sujetaba mi arma cargada apuntando a la cabeza de mi amigo.
—Basta de ironía, detectives, quiero que abran la boca o los mato a los dos aquí y ahora.
Koharu se acercó entonces y nos miró atónito.
Trout le ordenó que subiera y este obedeció.
—Rasche, llévanos a charlar a un lugar seguro.
Me hizo manejar hasta un callejón oscuro donde un mastodonte musculoso y sin cuello llamado Andy nos esperaba a un lado de una camioneta.
—Suban o morirán aquí mismo.
Simmons estaba en su patrulla atendiendo los restos del disturbio.
A pocos metros, bajándose de una motocicleta, John Manson.
La batalla campal entre los esbirros de la familia Lamb y de Carr fue breve, y un Ferrari negro estaba lleno de agujeros bala que lo probaba.
El oficial Simmons le dedicó una sonrisa hipócrita a Manson, que masticaba un perro caliente. Su aspecto huraño y de ojos grandes, su dentadura deforme, y su complexión jorobada con la baja estatura, sin contar su forma de actuar tan... diferente.
Por algo se ganaba el odio de todos, si algo raro sucedía en la comisaría, se rumoraba que era su culpa.
Y McComb lo apoyaba por su discapacidad, eso lo dejaba como el mimado.
Simmons se le acercó comprobando su olor rancio, y se alejó tomando su teléfono.
Envió un mensaje a Carr: "TENGO INFORMACIÓN PARA USTED SOBRE EL DETECTIVE SCHAEFER Y RASCHE."
Y posteriormente le notificó a McComb que sospechaba quién era el soplón de la corporación: "capitana McComb, acabo de escuchar claramente que fue John Manson que le advirtió a Carr de las zonas donde haríamos los operativos."
Capítulo 10
Bernie es lento, tiene unos cuantos kilos de más en la cintura, que sabe disimular muy bien con el cinturón.
Adentrándose en el extraño recoveco oscuro por el que Richard había ingresado la noche del incidente. La noche en la que Smith había desaparecido buscándolo.
Bernie suspira abriéndose camino entre las sombras con una linterna que falla.
Su corazón se precipita.
Ha decidido investigar solo. "Es como en las películas", reflexiona, "es cuestión de tiempo para que Schaefer me robe el protagonismo del caso que yo mismo descubrí."
La pasarela de metal termina, rodeado solamente por el espesor del drenaje, con su olor asfixiante, que se atora en la garganta, se adhiere a la ropa, y hace llorar los ojos. El sonido del agua corriendo como ríos de heces. Las ratas murmuran a lo lejos, sus pequeños ojos brillan, lo vigilan, esperando a que cometa un error... como todos.
Como una película de terror.
Pero Bernie no es tan estúpido como un protagonista de película de terror, él lleva consigo una cámara de visión nocturna, en la misma mochila donde tenía sus zapatos. Ahora llevaba botas. Encendió la vídeo-cámara y la montó consigo. También porta consigo un arma, y su teléfono celular conectado con su PC.
Bernie sonríe, pasa encima del barandal y hunde sus pies en el líquido.
Busca con la luz artificial la palabra de la que Schaefer les habló en la reunión del café, misma palabra de la que buscó en Google, y ahí está, en una vieja placa que parece no envejecer, la palabra del día: "Rutherford", en mayúsculas.
Pero no era Rutherford... Schaefer tampoco es Batman, así que cometió el error de leer mal. Dice "Roosevelt".
Es más sencillo de lo que parece. La vieja estación de metro privada que usó el presidente Franklin Delano Roosevelt para llevar su limusina y ocultar su discapacidad.
"¿El asesino se oculta en una estación de metro abandonada?"
Tenía los planos en su teléfono, era sencillo, únicamente debía avanzar...
El agua casi se le mete en las botas, empieza a lamerle las rodillas, hasta que encuentra un camino de concreto al lado del túnel, el que usan los trabajadores.
Lo que no sabe es que las ratas empiezan a delatarlo.
Chillan, corren, huyen de la luz, otras la ven, pero él resalta entre el barullo del agua.
Está conectado a su PC por lo cual es casi imposible que su ubicación se pierda.
Entonces, sin darse cuenta, pisa un objeto que estaba oculto en el suelo, activándolo.
El mecanismo se activa y la pierna de Bernie es atrapada por lo que él supone, es una especie de trampa para osos.
El hueso se colapsa y se fractura, el líquido invade la zona afectada justo sobre el tobillo, la hemorragia está comenzando y grita, pide ayuda.
Grita, grita, se desgarra la garganta.
Llora derrumbándose al lado de su pie atrapado, y en la caída éste se separa del resto de su cuerpo.
Nadie lo escucha.
Pasan los minutos, y sólo puede sentir a las ratas acercándose a mordisquear el trozo cercenado de carne roja, beben la sangre, arrancan trozos de piel, y Bernie sólo puede verlas, el pánico lo inmoviliza por completo, como una parálisis del sueño, como una parálisis en los nervios por el traumatismo de su hueso roto.
El pie está a poca distancia de él, arrancado, todavía sujeto a la trampa.
Bernie empieza a sentir los efectos del desangramiento, necesita su arma, necesita pedir ayuda, necesita atención médica inmediata, seguir viviendo.
Pero no obtendrá nada de eso.
De pronto las ratas se van.
Dos cuchillas aparecen en la oscuridad, y la cámara lo graba. No es invisible.
Bernie, aterrado, con los ojos rojos del llanto, se mueve, se arrastra por la adrenalina, no le importa estar derramando sangre, no le importa nada más que impulsarse con sus brazos, como un militar, gime, la garganta la tiene llena del hedor nauseabundo del desagüe.
"Bernie no debe morir aquí, vamos Bernie, saca tu arma, haz algo".
Justo cuando cree haber recorrido algo, cae en la cuenta de que sólo logró avanzar un par de metros.
Toma su pistola pero es demasiado tarde.
Sus costillas han sido atravesadas del mismo modo que las de un guerrero medieval por una flecha, y ahora la hemorragia invade sus pulmones, que no tardan en llenarse, mueve sus manos, se toca el cuello y escupe sangre intentando decir algo, sacar por lo menos aire, pero sangre es lo único que sale de él, mueve sus piernas, incluso la herida, se agita como un gato envenenado, se pone morado.
Dos ojos lo observan extinguirse a través de una máscara.
Los ojos se le salen de sus órbitas, y entonces, Bernie lo ve, el cadáver de Smith ha sido devorado por completo, por las mismas ratas que ahora vienen hacia él chillando de felicidad, de hambre.
Una a una, las siente husmear en su ser, meterse y rasgar, clavar sus dientes infectados, amarillos... una a una las siente acabando con él.
Capítulo 11
Andy iba al volante igual que un gángster, sus mangas estaban levantadas y mostraba sus poderosos músculos.
Trout miró a Richard, impasible. El detective le intrigaba demasiado, toda aquella corpulencia en el escuadrón de homicidios no eran casualidad, Rasche le importaba menos, sólo era un policía segundo.
—Me hace sentir mal que no me hayan invitado a su reunión, detectives. —dijo Trout mientras la camioneta Chevrolet frenaba, estaban en la parte de atrás, él iba justo frente a ellos, le daba la espalda a la cabina del conductor y quedaba viendo a la luna trasera del vehículo—. Me gustaría saber de qué se trató...
Rasche suspiró profundo, miró a través de las ventanas polarizadas, no quería hablar, y a diferencia de él, Schaefer prefería dar esa clase de respuestas. ¿Hasta dónde estaba dispuesto de llagar Rasche por su amigo? ¿Qué tanto era capaz de hacer? Infringir la ley... desobedecer órdenes de la capitana Amanda McComb, entrar en conflicto de intereses con federales como Trout...
—Trout —dijo Richard sin apartarle la mirada—, usted sabe que lo que está pasando es más que una guerra de pandillas.
—¿Su capitán está al tanto de que ustedes y su equipo de policías siguen en el caso?
Silencio.
Koharu, que hasta ese momento permanecía sin abrir la boca, se llevó la mano al vendaje que le cubría el dispositivo clavado en el cuello. Mirando por el cristal, el auto estaba dando vuelta para volver. Iban a dar vueltas en círculos. Estrategia.
Trout dibujó una sonrisa en sus labios secos por el calor.
—Eso imaginé. —se aclaró la garganta y sacó un arma con silenciador del costado de su asiento, apuntó a Schaefer con ella—. Si no me equivoco ustedes dos fueron sacados del departamento de narcóticos porque el detective Schaefer lanzó de un quinto piso a un narcotraficante de Colombia...
Richard sonrió y asintió con la cabeza. El asunto del narcotraficante Eschevera lo había vuelto famoso...
—Sacó un millón de dólares de una mochila y los puso frente a nosotros... así que lo pasé por alto y lo dejé caer por el balcón.
Andy levantó una ceja gratamente sorprendido.
—Usted no le teme a la muerte, detective, pero nosotros no somos la muerte.
Trout continuó:
—Queremos cooperar con usted.
Era suficiente, Richard movió la cabeza en una extraña negación, y finalmente dijo todo, no le importaba si era Trout quien pillaba al asesino, esa pizca de egoísmo la repondría después. Schaefer ya había resuelto otros casos y dejado los créditos al detective encargado, pero el caso que tenía ahora, el Diablo que caza hombres... era suyo... dijo todo, excepto los descubrimientos del drenaje y sus ideas.
Al final, el agente Trout dio un par de chasquidos con la lengua, sopesaba sus opciones en voz baja y susurró algo a Andy, quien aceleró.
Bajaron a una manzana del lugar y Trout les amenazó antes de irse, dejándolos a los tres en una esquina oscura, cerca de donde habían aparcado la patrulla.
Subieron y Rasche condujo hasta el departamento de Schaefer, dejó a Koharu y a Richard en la esquina y se fue sin decir más.
Ken y Richard subieron dispuestos a descansar. El tiempo que el asiático pasaría en la casa del rubio era indefinido, y en opinión de Rasche era un suicidio. El detective le invitó una cena vegana pero el forense la rechazó y se plantó en el sillón mirando las luces de ciudad por la ventana, el panorama escandalosa de la Nueva York nocturna...
El detective se fue a dormir a su habitación y Ken permaneció atónito, perdido en lo que la ventana le regalaba. Y vio su reflejo en el cristal... "tengo una bomba de tiempo adherida a mí", observó el artefacto que el cazador le había clavado en el cuello... "podría estar vigilándome ahora, saber dónde estoy en cualquier momento". Soltó una risa nerviosa, el alienígena podría estar invisible justo ahora, frente a él y no lo sabría. Quieto, esperando que se fuera a dormir.
Con los ojos hundidos, vio cómo la noche transcurría, y no logró conseguir el sueño durante un solo minuto, mareado, con náuseas, fue a la alacena del detective y sacó un sobre para depositarlo en la cafetera.
Ken Koharu tomó un sorbo al té y lo devolvió a la taza de un escupitajo tan pronto como pudo.
Lavó su recipiente y esperó a que el detective despertara, en eso, aprovechó el tiempo para lavarse la cara y ponerse una camisa.
Cuando Rasche pasó por ellos en la mañana, tenía un semblante parecido. Los tres se encontraban en estados similares, en un estado de sopor y duda tal vez Schaefer era quien menos afectado se veía.
La aparición de Bernie muerto en el drenaje los tomó por sorpresa...
En la comisaría, la capitana McComb se subió en una pequeña base de madera y habló en voz alta para todos los oficiales que estaban en el piso de administrativos y oficinas, entre ellos, los detectives y el forense, que cruzaron los brazos en posiciones parecidas.
Simmons, el delator que informaba a Carr de todo, estaba parado cerca de Amanda McComb, que se aclaró la voz y dio la noticia a todos. Simmons aparentó una expresión afligida para ocultar su completo desinterés por la muerte del carismático Bernie.
Rasche tragó saliva... Bernie siempre había sido el tipo cuyos chistes eran escuchados por todo mundo, por quien un piso entero detenía sus actividades para escuchar una anécdota indudablemente exagerada en detalles.
La comisaría no sería la misma sin Bernie.
Simmons se le quedó viendo a Rasche con una expresión aterradora: una sonrisa siniestra que le recordó lo sucedido ayer.
Rasche había motivado a Bernie a meterse a las alcantarillas a buscar al asesino transparente, y eso lo hizo sentir un retortijón en la boca del estómago, dejó de escuchar el discurso tras la mitad y su mente no dejaba de repetir todo lo que había dicho.
Archer no estaba, pero seguramente ya sabía, debía encontrase en el centro atendiendo una intrusión a propiedad privada.
Ken también observó a Rasche con ojos acusadores, era más que sencillo interpretar todo: Bernie había ido a buscar algo que terminó por encontrarlo a él, era una señal.
Simmons permaneció al lado de Amanda McComb hasta que miró a todos y les informó que el alcalde Fox estaba al tanto de todo, e iban a esgrimir un operativo total para detener al responsable de las brutales muertes que acechaban la ciudad.
Sorprendido, Simmons abrió los ojos como platos. Se suponía que los federales iban a encargarse del asunto, pero el alcalde estaba a la defensiva... si no hacía nada, la opinión pública sería desfavorable, y estaría visitándolos esa misma tarde para planear la estrategia.
—¿Qué no deberíamos ser nosotros los que vayamos a la alcaldía? —preguntó Ken en voz baja.
—Efectivamente. —respondió Richard.
—Lo que quiere es que los noticieros lo fotografíen entrando a la comisaría —sentenció Rasche sin mirarlos—, como si fuera todo un vaquero dispuesto a trabajar codo con codo con nosotros.
Su campaña, con la que ganó la alcaldía, se basaba en eso. Visitar instituciones de salud, seguridad social y demás para verse activo a diferencia de la mayoría de los políticos de escritorio.
Todos volvieron a sus actividades, y Ken se quedó en la zona de descanso trabajando en unos análisis forenses desde el ordenador, cosas pendientes que debía retomar para distraerse, antes de que el pánico lo consumiera. El miedo a que un asesino potencialmente peligroso entrara en la estación y matara a todos.
Bernie estaba muerto, y eso ponía en peligro a todos los que tomaran cartas en el asunto.
Ken temía ser el siguiente.
Richard por su parte, no sabía qué hacer. Tenía tantas cosas en la cabeza que prefirió conducir mientras volvían a un cateo de la escena del crimen de la primera noche.
Justo entonces, recibieron una llamada de un número privado:
Era Carr.
—¿Quién te dio mi teléfono, Carr? —gruñó Richard al descolgar.
—Como verás tengo gente contigo, mi viejo amigo Schaefer —soltó una carcajada nasal—, iré al grano, estoy algo encabronado con este tío que anda matando gente y masacró mis muchachos esa noche en la reunión con Lamb, y el mismo pajarito que me dio tu teléfono dice que sabes cosas sobre el asesino transparente, y vamos, tú lo quieres muerto, yo lo quiero muerto.
Rasche ni siquiera prestaba atención, intentaba aflojar los músculos de la espalda.
Shari no le había llamado en todo el día.
Archer estaba bebiéndose un café de la máquina del piso de administrativos cuando el alcalde salió del elevador acompañado por menudos guardaespaldas.
Hipócritas aplausos le dieron la bienvenida mientras saludaba personalmente a cada uno y al estrecharles las manos les prometía que en su gobierno no permitiría que hubiera más policías muertos.
Esa promesa le bastó para ganarse la simpatía de muchos. Era un alcalde que consentía a las instituciones.
Se metió a la oficina de la capitán McComb y todos callaron a la expectativa de escuchar algo por la puerta, Archer entró detrás consciente de que Amanda iba a requerir su presencia.
La capitana tenía una nueva cicatriz en su piel negra, probablemente por culpa de un gato.
El alcalde Fox se acicaló en la silla principal mientras sus guardaespaldas se pegaban a cada esquina con audífonos.
Habló sobre la situación deplorable de la ciudad y la inminente guerra brutal de pandillas que los asesinatos de Lamb estaban provocando, el ambiente de miedo e incertidumbre que gobernaba a la ciudad.
—Señor, no es por desestimar su ayuda —insistió Amanda—, pero el agente Jeremy Trout aquí presente fue enviado precisamente para encargarse de...
—Capitana, no pretende que nos quedemos con los brazos cruzados, Jerry Trout puede continuar su trabajo pero nosotros haremos el nuestro porque estamos hablando de un asunto de seguridad dentro de nuestra ciudad... así que he discutido esto ya con otros mandos y acordamos lanzar un operativo masivo desde mañana mismo.
—Pero, señor, estamos hablando de movilizar y organizar a miles de policías de un día para otro...
El alcalde Fox era de piel morena, su baja estatura se compensaba con una voz grave tan formal que al interrumpir sonaba educada.
—Capitana McComb, si cree que su unidad no está en condiciones para el operativo de mañana es mejor que me lo diga.
La aludida pudo sentir cómo la sangre se le subía al rostro y no le quedó más que retractarse para mal gusto de Trout y acceder a disponer de sus unidades para la ofensiva el día de mañana.
Todos en esa oficina, incluso el más frío lado de Archer, sabían que la idea era peligrosa, más si las bandas de Lamb y Carr aprovechaban el momento. El fuego cruzado sería enorme.
Pero por lo visto, con tal de aprehender al asesino transparente el riesgo valía la pena.
Cuando Rasche Riggins arribó a su puesto para verificar el cambio al turno de la noche, y Schaefer llegó detrás suyo, Ken Koharu y Archer los esperaban en el área de descanso.
Ninguno se imaginaba que el departamento de Bernie tenía un visitante indeseado, que había entrado forzando la puerta y estaba recogiendo todo lo que pudiera servirle. Era Andy, y guardó con sigo el disco duro de la pc de Bernie no sin antes escanear cada rincón del hogar. Debía estar listo para mañana, teniendo por lo menos toda la información posible que el finado pudiera haber dejado.
¿Cómo pensaba el alcalde detener al asesino con un operativo a gran escala?
No lo sabían, ni siquiera Archer ni la misma McComb tenían idea, y sería en las primeras horas del día siguiente cuando todos recibieran las instrucciones de enviar escuadrones al drenaje circundante a la zona roja, y la naranja.
La roja era la que rodeaba directamente los lugares donde aparecieron los cuerpos desollados en un círculo, la naranja eran los próximos doscientos metros con todas sus calles e inmediaciones. Irían descalificante terreno, y un equipo de técnicos de vigilancia estaban preparándose para el monitoreo a través de las múltiples cámaras de seguridad
Discretamente, durante el pasar de la noche, se le notificó a bancos, cajeros automáticos, restaurantes e incluso empresas pequeñas equipadas con sistemas de videovigilancia que debían integrarse al monitoreo.
Richard notó por la expresión de Simmons que algo estaba por suceder cuando McComb citó a John Manson a su oficina, el camarote, y el pobre enclenque de Manson salió de ella con los débiles brazos apretados por una indiferente policía que lo llevó a la prisión preventiva.
Lo que ambos detectives no comentaron ni siquiera con Ken Koharu era la llamada telefónica con Carr, el líder del bando criminal más buscado tras la muerte de Lamb, y el peligroso pacto de cooperación al que habían llegado.
Capítulo 12
Amanda McComb sostuvo por la mañana una bochornosa llamada con un general, superior del agente Jeremy Trout, de apellido Phillips, para cuando este colgó, la capitana estaba sofocada porque no tenía la menor idea de cuál sería el resultado de la operación planeada por el alcalde, y ahora un alto mando le advertía que estaba obedeciendo órdenes que iban en contra de la investigación solitaria de Trout.
Jeremy estaba justo frente a ella, pegando al escritorio con los nudillos, como un modelo en comercial de relojes.
—Capitán McComb —dijo él poniéndose de pie—, déjeme ponerla al tanto de la situación... anoche mi compañero Andy fue a casa de su oficial desaparecido y efectivamente, un video que él mismo estaba trasmitiendo a su computadora como respaldo nos comprueba que fue liquidado por el asesino transparente.
Amanda se dio vuelta desde su silla giratoria y vio por las persianas entreabiertas.
—Sus hombres pueden correr riesgo allí abajo, señora, es terreno que le pertenece a "él"...
La fémina se levantó igual y caminó hasta Trout dándole unas palmaditas en el hombro indicándole con la otra mano que se retirara.
—Intente convencer al alcalde de eso.
Archer entró a la par de que Trout salía, y solo dio peores noticias, el gobernador respaldaba al alcalde... "estamos entre la espada y la pared —pensó ella—, y estamos apunto de golpear la espada con la pared".
Varios pisos abajo, en la primera planta, John Manson descansaba en una celda de prisión preventiva acusado de una traición que no había cometido. Desde el otro lado de las rejas, Simmons lo miraba sin culpabilidad alguna.
Simmons únicamente le tomó una fotografía para enviarla en un mensaje por correo a Carr, y confirmarle que había ocupado a un señuelo y ahora nadie sospecharía de él como el informante.
La esposa de Lamb estaba a cargo del la banda ahora, la muerte de su hijo y su esposo a manos del mismo criminal que ahora la policía se disponía a liquidar con una ofensiva a gran escala la estaba trastornando, había comido casi nada durante los últimos días y ahora su vida misma corría peligro.
Temía ser asesinada en cualquier momento por uno de los criminales que habían trabajado para su esposo, alguno que buscara quedarse con el trono eliminándola del camino. También tenía gente allegada y fiel que daría su vida por ella, pero ellos tampoco estaban a salvo.
Cuando Simmons le comunicó mediante Crowell que Carr iba a infiltrarse en el operativo para matar al asesino transparente ella supo lo que debía hacer.
La señora Lamb tomó el radio que estaba en el buró junto a una botella medio vacía de Jack Daniels y una caja de cigarrillos Marlboro... y ordenó a tres de los más peligrosos de sus hombres seguir a Carr y matarlo en cuanto lo tuvieran enfrente... o mejor aún, traérselo con vida.
—Mi señora, eso sería demasiado peligroso —argumentó uno—, secuestrar al jefe.
No estaba dispuesta a atender excusas, los desafió, les dijo que tras la muerte de sus dos líderes principales no iban a rendirse, que la familia Lamb renacería de entre sus cenizas con más fuerza que nunca y las calles se bañarían de sangre con todos sus opositores.
Les habló de gloria, y de la recompensa que tendrían cuando Carr estuviera frente a ella.
El caos empezaría a las siete en punto.
6:38 PM.
Richard había visto todo o que necesitaba en televisión para darse cuenta de que todo podía salir completamente bien o ser un maravilloso desastre en cuanto entraran a las alcantarillas y las estaciones de metro abandonadas, circundantes a Roosevelt.
Archer fue quien le comunicó que él y Rasche no estaban incluidos entre los elegidos para ir al operativo. Por obvias razones Amanda McComb los quería mantener afuera del caso.
Sin embargo, no les importó,
Ni siquiera Ken Koharu se resistió a acompañarlos, evitaron cada uno de los puntos estratégicos de la operación y se quedaron aparcados cerca del mismo punto en el que Schaefer había seguido al cazador, al lado de la guarida donde había ocurrido la masacre de los dos bandos de Carr y Lamb... la misma entrada que usaron Smith y Bernie y que estaba cerrada con cinta policial amarilla.
—Esto es una locura... —dijo Rasche en voz baja, con el arma cargada en una mano y alerta—. Schaef, ¿Cómo sabemos que no es una trampa de Carr?
Tenían todos los puntos por los cuales los más de cincuenta oficiales iban a entrar, los planos se los habían dado a todas las comisarías que dispondrían de sus unidades para la búsqueda... muchos dudaron respecto a si lo más inteligente no era llamar a la Guardia Nacional, pero no les importó demasiado, es decir, sólo eran pequeños escuadrones de cada comandancia y bueno, eso no los hacía sentir la verdadera magnitud de los acontecimientos. Todavía desconocían lo que iba a suceder una vez abajo, pero los reglamentos que el equipo del alcalde les mandó eran claros: grupos cerrados transmitiendo a su respectivo cuartel con radio para confirmar su estado y posición, a su vez, las dependencias estaban comunicándose entre sí para alertar a cada equipo de cualquier cosa que pudiera suceder con otro.
Y los escuadrones se mantenían en rutas unibles, es decir, unos podían fácilmente correr para socorrer a otros.
Habían compartido los puntos negros (donde la estrategia no llegaba) con Carr, para que pudiera tener acceso. Estaban jugando sucio. Pero Carr no lo sabía todo... iban a aprovechar la oportunidad para atraparlo, únicamente debían avisarle a Archer...
—¿Por qué no van a entrar por aquí? —preguntó Ken mientras Richard levantaba las cintas de los peritos.
Rasche apuntaba con una linterna.
—Porque saben que nuestro objetivo ya está alerta de que lo han buscado aquí.
—Oh... entiendo, Schaefer, es como cuando dos hormigas salen del mismo punto y empiezas a vigilarlo porque podría haber toda una colonia en tu pared.
—Exactamente. —dijo una voz a sus espaldas, conocida, malditamente conocida.
Todos se voltearon para comprobarlo y tuvieron razón, era Simmons cargando las bolsas negras de las que Carr había hablado por el teléfono.
"Maldita sea —pensó Rasche—, Simmons usó a Manson para cubrirse." Corrían riesgo de que Simmons no les permitiera advertirle a Archer para que detuviera a Carr... si Simmons los vigilaba, si Simmons le advertía.
—¿Carr va a entrar por aquí? —preguntó Ken con el labio inferior temblándole.
Simmons asintió y le dijo que debían irse, para dejar que el del cabello naranja llegara en calma, así que los siguió hasta el Nissan Tsuru que Schaefer conducía hoy, no sin dejar las bolsas al lado de un contenedor de basura.
Por lo visto Simmons iba a vigilarlos, y a ir con ellos.
No quedaba opción.
Entonces, una furgoneta de colores verdes fluorescentes y con grafitis se estacionó justo en el mismo lugar que ellos habían abandonado minutos atrás. Carr y sus hombres de confianza bajaron de ella y rápidamente se vistieron con los uniformes de policías que Simmons había dejado en las bolsas negras.
Amanda McComb estaba supervisando a sus hombres, indicándoles dónde seguir el camino y reiterándoles que estaban en un procedimiento estándar. Unas furgonetas de la NYCN y la CNN y el canal 8 arribaron a la zona.
El alcalde acababa de llegar también, se bajó de un Ford Focus del año, de un profundo color negro, seguido por media docena de guardaespaldas, que formaban un hexágono de seguridad alrededor suyo. El verano irradiaba su calor incluso ahora, que el sol estaba terminando de desaparecer en el horizonte.
Los micrófonos que lo rodearon, fueron recibidos con su radiante sonrisa. El alcalde Fox supo manejarlos hasta que lo dejaron en paz.
Simmons, por su parte, fluctuaba entre la relajación y el pánico. Era informante de los dos bandos enemigos, trabajaba para Carr y la familia Lamb al mismo tiempo, vendiéndoles información de la policía, y también consiguiendo gente fácil de extorsionar, pero desde el que mercado laboral se abrió con el nuevo método, tuvo que adaptarse y servir a ambos amos. Ahora las bandas te seguían y reclutaban mediante amenazas.
Richard frenó cuando llegaron adonde Archer los esperaba, discretamente, el alto les hizo una señal con la mano para decirles que pasaron bajo la línea de restricción que cruzaba el pequeño túnel.
Una suave brisa los lamió cuando descendieron a la oscuridad y se iluminaron el camino con linternas halógenas, avanzaron varios metros en riguroso silencio mientras Archer silbaba una canción que solo Richard reconoció... Era una pieza clásica de Tchaikovsky...
Los guio hasta que llegaron a un punto ampliamente iluminado rodeados de la corriente de agua maloliente, hablaban en voz baja pero en conjunto formaban un escándalo de susurros y algunas risas burlonas.
—Creo que pisé mierda, amigos. —gritó alguien.
Pasaron unos cuantos minutos en lo que los detectives y Ken Koharu se introducían entre todos los uniformados, cuidados por Simmons y Archer, había unos codos y un completo desorden. Obviamente los altos mandos, ni el alcalde, habían considerado el caos y la indisciplina que surgiría allí abajo.
Richard miró hacia arriba cuando una gota le cayó en el hombro, un techo de concreto lleno de musgo y hongos babeaba sobre él, ni siquiera el sonido de los autos se escuchaba. Tenían una de las ciudades más densamente pobladas del mundo sobre sus cabezas.
"Estamos debajo de Nueva York..."
Los demás equipos distribuidos en puntos más o menos cercanos estaban en situaciones parecidas, estaban instalando las luces para organizar los escuadrones y todos se preguntaban cuál era el plan una vez que ubicaran al objetivo...
Koharu sintió fuertes deseos de irse cuando un hombre de espeso bigote mandó a todos a guardar silencio y tomó la palabra.
Amanda McComb se presentó frente a todos y les dijo que iban a apagar las luces durante unos segundos para calibrarlas en una intensidad moderada para no oscurecer todo a su alrededor. Levantó tres dedos en el aire y empezaron a contar... tres, dos...
Las luces se fueron con un tamborazo.
—¡Oigan! ¿Quién me tocó el trasero? —chilló una voz nasal.
De inmediato un largo y contundente "SHHHH" los calló, silencio.
Cuando las luces, esta vez más oscuras y en tonos azulados, se reencendieron, Amanda les aclaró los pormenores de la operación, y los dejó ir advirtiéndoles que debían mantenerse al tanto y en comunicación en todo momento, mientras ella y al alcalde vigilaban todo desde una furgoneta y mantenían contacto con todas las comisarías que recibían confirmaciones de estado cada ciento veinte segundos. El jefe de cada equipo de búsqueda tenía su reloj programado para sonar entonces.
—Esto es como una película de Batman. —bromeó Simmons mientras avanzaban lejos del resto, afortunadamente McComb no los había visto.
Un alarido de ratas asustadas pasó a su lado huyendo de algo que no alcanzaron a ver, todo era silencio y ausencia de luz, el agua de colores opacos corría cerca suyo, temían contraer alguna enfermedad, por lo que todos iban bien cubiertos y algunos con cubrebocas, mientras todos tenían la duda de la ubicación, el grupo formado por Schaefer, Rasche, Simmons, Ken Koharu y Archer, ellos estaban más cerca.
Buscaban llegar a la estación de metro Roosevelt.
El aire era denso, asfixiante, moscas empezaron a hacer acto de presencia, el ruido de pasos siguiéndolos. Era aterrador, daba escalofríos en la parte baja de la espalda.
Estaban a solas, en el drenaje, en la garganta de un monstruo, con hedor a materia fecal y orín. Caminaban intentando hacer el menor sonido posible.
Schaefer resbaló y por poco cae en el camino de las aguas residuales, recuperó el equilibrio y siguió adelante, de repente, las lámparas comenzaron a parpadear, y el color verde a su alrededor.
Schaefer tragó saliva y una mano fría como iceberg le tocó la espalda... atrayéndolo de golpe hacia atrás, como un demonios queriendo llevárselo al infierno.
Una voz le susurró en la oreja.
—Quieto.
Era Archer, levantando el brazo en señal de alto, y señalando al mismo tiempo una mancha fluorescente a unos cincuenta metros, líquido brillante y verde, una salpicadura del tamaño de una mano, como pintura, una herida de bala... y se estaba moviendo, avanzaba lentamente, como un tigre, un fantasma, similar a la forma de una botella de agua.
Se desvaneció de un segundo a otro. Y el pulso se le aceleró, intentó ver en todas direcciones en busca de algo, de algo que se moviera. No lo encontró.
Entonces, Ken Koharu comenzó a gritar.
Una luz roja parpadeó en su cuello, bajo la venda... lo hizo otra vez, a los pocos segundos, y otra todavía más pronto hasta que se encendía y apagaba intermitentemente.
El forense aterrado se tiró al suelo húmedo con las manos en el aparato que tenía clavado en el cuello, como asfixiándose.
Una esfera reactiva de color azul salió disparada en el aire e impactó contra el hombro de Archer lanzándolo como un costal con una explosión de sangre brotando de sus arterias y salpicando el rostro de Simmons de barbilla a frente.