Capítulo 1
El detective Richard Schaefer estiraba sus músculos cómodamente. Ese pequeño gimnasio que tanto frecuentaba le proporcionaba la sensación de tranquilidad. Una sensación que él ya no conocía durante el resto de los días que no se ejercitaba.
El deporte le hacía olvidar el mundo en que vivía.
Era un hombre muy musculoso, tal vez le gustaba olvidar muchas cosas.
Su cabello rubio empezaba a caerle en la frente con el sudor al tiempo en que empezó a hacer lagartijas. La camiseta sin mangas blanca ya estaba algo sudada.
Para lástima del detective de casi 40 años, un sonido interrumpió su pasatiempo. La puerta acababa de ser abierta por fuera. Sin darle importancia el hombre de aspecto pulcro con maletín que ingresó al gimnasio siguió haciendo lagartijas.
–Es él –dijo el dueño del gimnasio, un viejo gordo cualquiera, que acababa de entrar junto al del maletín, le señaló.
–Gracias –replicó el del traje, que colocó su maletín sobre una banca que estaba cerca de los casilleros. Se volvió al dueño–. Puede irse.
El gordo cerró la puerta al salir.
–Detective Schaefer –prosiguió el del maletín–. Soy el agente Burns, necesito hablar con usted sobre un asunto referente a usted. Y su experiencia.
–¿Mi experiencia? –Preguntó Richard sin dejar de hacer ejercicio– Lo dice como si fuera algo importante.
–Y lo es, detective. Estamos al tanto de su contacto con ciertos criminales poco usuales –el tal agente empezó a abrir su maletín.
–Es mi día libre, agente Burns, además es domingo, y son las 7 de la noche.
–De hecho –corrigió el pulcro– Son las 8 en punto. El dueño del gimnasio opina que exige mucho a su cuerpo. A decir verdad, nunca había conocido a un policía tan robusto como usted.
–No sé si agradecerle o qué –Richard se levantó, mostrando su imponente altura de un metro ochenta y seis, provocando que el agente tuviese que mirarle hacia arriba en lugar de hacia abajo como hace un momento–. Pero estoy muy cansado para esto, dígame qué diablos quiere, ahora.
–Necesitamos que nos acompañe, soy de Seguridad Nacional –mostró una placa, que Schaefer ni siquiera se molestó en revisar.
–¿Seguridad Nacional quiere ayuda de un policía Neoyorkino? Diablos, la situación está muy mal.
–Esto es serio, detective –Burns sacó un folder de su maletín y lo extendió a Richard.
–¿Qué es esto? ¿Una carta del presidente pidiendo mi ayuda?
–Algo así, detective, más bien, es su nuevo caso.
Schaefer sujetó el folder, pero sólo para ponerlo de nuevo en la banca, junto al maletín.
–¿Y cree que voy a ir?
Burns soltó una risa sarcástica, acomodando su smoking negro.
–Señor Schaefer, soy de Seguridad Nacional, no le estoy preguntando si va a ir.
Una camioneta negra se dirigía al aeropuerto de la ciudad de New York. En la parte trasera, Richard Schaefer se preguntaba en qué momento se subió al coche. El agente le había ordenado vestirse casi a punta de pistola, y ahora el detective estaba sentado en un auto del ejército, vestido con unos vaqueros y una chaqueta café. La ciudad de New York seguía tan activa como si fuera medio día. Como siempre.
En el asiento de copiloto, permanecía Burns, que acababa de hacer una llamada telefónica a alguien, diciendo que iban en camino.
Tal vez, de lo único que se arrepentía el detective era de no haber revisado el supuesto caso del folder, pues ahora sentía una extraña curiosidad por saber qué decía, sin embargo, en el fondo sabía que no quería hacerlo.
Miró por la ventana del auto, le sorprendía seguir vivo, en sus años como detective su trabajo había sido excepcional hasta ahora, tanto que tuvieron que transferirlo al escuadrón de homicidios para que en narcóticos las cosas se calmaran. A decir verdad, no le costó adaptarse a la sangre.
–Detective –le llamó Burns desde adelante.
–¿Sí? –Replicó Richard, sin dejar de ver por el vidrio.
–Debe saber que su participación será útil para nosotros, no se ha metido en ningún problema por si así lo cree.
Richard sonrió.
–Algo me dice que ustedes me están metiendo en un problema. Hablando de eso, me gustaría saber ¿Por qué me eligieron a mí para su mentado caso?
–Señor Schaefer, sabemos qué hizo el verano pasado. Bueno, de hecho, hace 4 veranos.
En ese momento, a Richard le dieron ganas de abrir la puerta del auto en movimiento y saltar al pavimento antes que escuchar el caso. Suponía de qué se trataba.
La foto que le entregó Burns sólo hizo que sus dudas se desvanecieran. Cuatro hombres despellejados y colgados boca abajo. Palideció.
–Detenga el auto, Burns.
–¿Señor Schaefer?
–¡Pare el auto, con un demonio!
Burns pareció reflexionar, entonces volteó a ver al chófer, y asintió. La camioneta se detuvo.
Un pitido se escuchó, era el teléfono del agente Burns. Descolgó.
–Todo está bien, señor..., sólo será un segundo.
Detenerse le sirvió a Schaefer para caer en la cuenta de que el agente estaba recibiendo órdenes de un alto mando, y es que la palabra "señor" dicha por un militar sólo puede significar algo. Cuando Burns colgó, se dirigió a Richard.
–¿Por qué quiso que paráramos?
–Necesito aire –Richard se apresuró a abrir la ventana y acercar la cabeza para inhalar profundo, ahora sí tenía la oportunidad de salir huyendo.
–Detective –insistió Burns–. No haré la pregunta otra vez, ¿Por qué demonios detuvimos el auto? Tengo órdenes de llevarlo al aeropuerto ahora mismo.
–No iré.
–No tiene opción, detective.
–Claro que sí, siempre tenemos opción.
Schaefer actuó rápido, Lanzó un golpe directo a la nariz de Burns, que casi rebotó por el impacto. Luego abrió la puerta derecha y salió a la acera. Estaba casi despoblada, a excepción de unos vagabundos que fumaban sentados en el pavimento. Richard se acercó a ellos. Pero le dispararon en la espalda antes de que pudiera hacer algo más.
Los vagabundos vieron como subieron al detective rubio, inconsciente. Uno de los dos hombres que lo subió tenía la nariz rota, y al notar que los indigentes veían el espectáculo, les mostró su placa. Estos continuaron fumando tranquilamente. Los hombres abordaron la camioneta negra, que arrancó y se perdió en un mar de autos.