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Post by clowdown on Nov 7, 2020 21:34:39 GMT 2
C I U D A D C E R O | A T L A N T I S
PALABRAS DEL AUTOR:
Creemos que escribir es un oficio... Mi primer fanfic de Predator lo escribí antes de los 14 años, era solo un niño imberbe que tenía ganas de crear algo en su tiempo libre, a partir de una idea original, haciéndola mía y aportando mi limitada inventiva a su códice. En esta historia he querido redimirme con mi niño interior, he reunido varias de mis muchas aficiones, la ciencia ficción dura y cruda como debe de ser, la exploración y la aventura, los seres alienígenas de civilizaciones avanzadas, guerreros ancestrales y monstruos. Para crear lo que yo quería ver en una historia de este tipo. Está claro que la primera película de AvP fue un festival agridulce para mí, así que no os sorprendáis si hay bastantes paralelismos con ella, básicamente ésa es la idea. Además, el misterio irresoluble de la Atlántida, que tanto me apasiona, para lo cual he repasado muchas de mis fuentes de información y documentales para, ¿por qué no? añadir a esta mescolanza varias hipótesis con todo el rigor de la ciencia. Así que parte de las referencias a culturas, civilizaciones, obras de arte y acontecimientos son reales. Otras, sin embargo, son mero invento para darle sentido a la trama. Estamos hablando de ciencia ficción al fin y al cabo, por lo que os invito a leer con el corazón abierto como cuando éramos niños. Si habéis llegado a este punto, gracias. Este fanfic es el resultado de una larga serie de esfuerzos y dedicación escribiendo historias de ambos universos. Esta historia fue originalmente publicada en la plataforma Wattpad hace tiempo, por mí mismo, así que no piensen que estoy plagiando. Espero con todo mi corazón que os guste, tanto como a mi me ha gustado escribirla. Según algunas leyendas, el mar es la morada de todo lo que hemos perdido, de todo lo que no hemos tenido, de los deseos frustrados, de los dolores, de las lágrimas que hemos derramado. (Osho) La masa continental tan sólo representa el 29 por ciento de la superficie del planeta, el 71% restante... es agua.
Actualmente, hemos explorado menos del 6% del océano.
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Post by clowdown on Nov 7, 2020 21:35:18 GMT 2
Prólogo El mar se torna un mundo oscuro cerca de la zona abisal. Superada la barrera de los cien metros de profundidad, la temperatura desciende, ningún buzo puede bajar de forma tradicional y sin equipo, ya que la sangre y el agua atraviesan las paredes celulares para compensar la presión y los pulmones se comprimen a casi la mitad de su tamaño. Las únicas luces que parecen existir en este territorio son las brillantes extremidades y ornamentos que los depredadores usan para atraer a sus presas, y las luces del tecnológico objeto metálico que escanea la superficie en busca de algo. Varios peces grandes toman la iniciativa de acercarse, lo rodean y dan vueltas antes de alejarse a toda velocidad, algunos incluso obstruyen la visión limitada de la pequeña cámara de alta resolución del submarino no tripulado NAUTILUS W-Y 20.31. El submarino baja varios metros más cuando encuentra una gran apertura en la roca y conforme se acerca, detecta un pico de radiación apenas perceptible, fuera de lo normal. Se está acercando. El sistema de localización lo corrobora: el objeto debe estar a menos de cien metros. Tiene que acercarse con cuidado, un movimiento en falso... significaría un total fracaso en la misión. —50 metros para el objetivo y acercándose. ¿Están seguros de esto, control? He hecho este recorrido varias veces y no creo que haya cambiado mucho con el terremoto. Sobre el nivel del mar, a kilómetros de distancia, una joven rubia opera los controles desde la oscura cabina de un barco de la corporación china Moebius, ve todo lo que registra la cámara a través de unos lentes de realidad virtual negros. A su derecha, recibe las órdenes del departamento de supervisión. Una representante de la directiva responde su pregunta. —Descienda de acuerdo a lo planeado y trate de no cuestionar nuestras órdenes. —Entendido. —se encogió de hombros y continuó el trayecto. Seguir el rastro del sismo de la madrugada era algo nuevo, al principio se mostró dubitativa, pero cuando le enviaron las imágenes de los sensores, no pudo resistirse. Aunque creía que era un error de cálculo, sabía que de ser real podía ser la explicación de los rumores que rodeaban esa ruta marítima: las desapariciones y la interferencia electromagnética. Cinco segundos después, estuvo sobre la zona. El derrumbe había creado una nueva cavidad en la fosa, como el cascarón de un huevo al quebrarse. Y dentro, ahí estaba. —No puede ser. —fue lo único que dijo. No le quedó aire para más. Transmitió en vivo directo a su superior. Definitivamente había algo ahí. Algo que cambiaría la historia. Ante sí, no solo descansaba una maltrecha pirámide hundida, sino toda una ciudad.
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Post by clowdown on Nov 7, 2020 21:51:54 GMT 2
CAPÍTULO 1
1
—Anoche hablé con la chica de National Geographic y si todo sale bien podríamos lanzar el documental en enero, Ambra. Todos olvidarán el incidente del History Channel. Será todo un bombazo, ya verás. Hablar con Niel Robertson era todo un dilema para la exploradora Ambra Vidal. Por una parte, sus llamadas solían traer buenas nuevas para el financiamiento de la fundación, pero siempre venían acompañadas de condiciones o largas esperas. Eso, sin contar que Robertson, por contrato, recibía un mayor porcentaje de las ganancias entre más grandes eran estas, dejando a duras penas un pequeño margen para que Ambra se diera algunos escasos lujos como un teléfono decente. La exploradora y guía de piel morena se recargó de la puerta del camarote mientras Niel seguía su elocuente y enrevesado discurso financiero. Ambra bostezó y dejó de prestar atención, cerró los ojos y sintió la brisa salina del mar arrullándola junto a la suave marea de la costa de Yucatán. Su viejo barco, el Victoria, llevaba alrededor de dos semanas enganchado a la bahía mexicana esperando que llegara la confirmación por parte de National Geographic para saber si las peligrosas noches de buceo habían valido la pena. La anaranjada luz del atardecer le acarició las clavículas, su piel canela resplandeció llena de vida y gotas de sudor que le perlaban casi todo el cuerpo. Acostumbraba ejercitarse todas las tardes. Estaba agotada. Conocía la extraña costumbre de Robertson de guardar los detalles importantes para el final de la llamada. —...saben que eres la mejor, aunque saben ponerse duros y creo que tendrás que acostarte con el subdirector regional. Pero descuida, tiene problemas cardiovasculares; creo que a los dos minutos estará exhausto y caerá dormido. —¿Lo dices por experiencia, verdad? —Oye... pequeña... oportunidad... ¿estás?... escucho.... interferencia... ¿Ambra? El sonido de las hélices de un helicóptero interrumpió el molesto ruido de la estática en el viejo teléfono de Ambra. El aparato era como un gran abejorro negro con franjas amarillas, viró audaz sobre el pequeño helipuerto del Victoria. Una cuerda negra salió del interior de este y una escalera. Iban a abordar, cuales piratas. "Visitas inesperadas", pensó al salir del camarote. Conocía el símbolo que estaba tatuado en el costado del helicóptero, lo había visto decenas de veces, en comerciales y panfletos. La pregunta era, ¿Qué hacía una de las compañías multinacionales más grandes del planeta abordando su barco? Por lo visto, los dos hombres de traje que descendieron como espías y dijeron su nombre iban a responder todas sus preguntas. O al menos eso esperaba.
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Post by clowdown on Nov 7, 2020 21:54:05 GMT 2
2
En El Cairo, el restaurante Raj, propiedad de un afamado petrolero estadounidense, estaba casi vacío. Las pequeñas mesas circulares iluminadas con velas no eran especialmente de su agrado pero la comida que servían era espectacular. Prefería gastarse unos cuantos dólares de más antes que comer cualquier cosa, era un hombre de paladar difícil. Su pasante se notaba incómodo, tamborileaba los dedos en el mantel y sus rodillas apuntaban a la salida, se lo notaba angustiado, y con razón, le había confesado que era su primera vez en un restaurante de alta categoría. —Tranquilo, Lucas, no te van a matar. Mejor sígueme explicando lo que dejaste a medias. ¿Cómo va tu interpretación del códice? El aludido sonrió a la fuerza, e intentó controlar un poco su lenguaje corporal. —Bueno, señor, creo que lo que hicimos ayer es un gran descubrimiento; no me creyeron que usted tenía razón y lo que había enterrado no era una cámara sepulcral sino una vieja biblioteca, debió ver sus caras; y tal como predijo estaba devastada por alguna catástrofe natural, es mucho más antigua que las pirámides por lo que me ha costado interpretar algunos símbolos pero recordé lo que usted me dijo en la clase de criptografía... —¿Ajá...? —"Primero establece un patrón". Y bueno, no le sorprenderá saber que coincide con los recientes hallazgos de Perú. Es algo sorprendente que dos civilizaciones antiguas compartan símbolos de forma tan clara y evidente. Sobre todo la esfinge. —¿Qué opinas de La Esfinge? —Bueno... como sabrá la cabeza es demasiado pequeña, es obvio que un faraón la retocó, porque el retrato del códice describe la imponente cabeza de un león, y las marcas de esfinge sugieren que fue erosionada por la lluvia y no por el viento desértico... Pero ya no le prestaba atención, las dos grandes puertas de madera del restaurante se abrieron; su promotor acompañado un grupo de hombres con gafas de sol idénticas y maletines entraron al restaurante con estrépito. Dentro, los pocos comensales se levantaron sorprendidos, la encargada los seguía exclamando cosas inaudibles. Se dirigían justo a su mesa. Lucas se quedó quieto mientras su jefe suspiraba. Se perdería de una buena comida. El promotor, un hombre obeso y calvo vestido con ropa militar de barba pelirroja, era su representante legal asociado a Industrias Moebius, los patrocinadores de su investigación y sus pasantes; le entregó un teléfono a media llamada con un número de Hong Kong. Sabía de quién se trataba, el doctor Ido amaba las entradas dramáticas, así que le pidió a Lucas que se calmara. Sus pasantes siempre se asustaban cuando algo así sucedía. —¿Doctor Ido? ¿La encontraron? —La encontramos, Harry, y es tal como creías. Pero eso no es todo.
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aipkeeena
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Post by aipkeeena on Nov 9, 2020 7:31:52 GMT 2
ah la atlantida reamente ha sido inspiracion de muchas historias, y poruqe no de alien o predator
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Post by clowdown on Nov 16, 2020 20:58:17 GMT 2
ah la atlantida reamente ha sido inspiracion de muchas historias, y poruqe no de alien o predator ¡Lo sé! Desde niño se me había ocurrido hacer un retelling de AvP, pero ahora que he crecido al fin he ideado una forma más o menos coherente de desarrollarla sin que suene disparatado, porque ha sido muy difícil armar la historia con todas las limitaciones que implica un trama en el fondo del mar.
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aipkeeena
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Post by aipkeeena on Nov 17, 2020 6:18:21 GMT 2
y mas con la limitacion delas leyendas hacerca del sitio x3
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Post by clowdown on Nov 19, 2020 20:14:01 GMT 2
CAPÍTULO 2
3
El jet privado CESSNA X de Industrias Moebius era sin duda el vehículo más lujoso en el que había viajado en toda su vida, Ambra Vidal llevaba casi dos horas fantaseando con los ojos clavados en el majestuoso panorama que le ofrecía la pequeña ventana del avión; habían pasado ya varias horas desde que el helicóptero la había llevado a la pista de despegue privada, y ahora, se alistaba para arribar a su destino en la cede china de Industrias Moebius. Era todo un día afortunado, sobre todo por el ofrecimiento de financiar sus próximos recorridos e investigaciones en el mar si accedía tan solo a la reunión que tendría lugar hoy en la noche; era una oferta imposible de rechazar; sin lugar a dudas, dejó atrás todo, se dio una ducha y subió con los hombres de traje como si nada, con una sola maleta. Tenía el cabello recogido en una larga coleta, traía su viejo traje blanco que contrastaba con el canela de su piel y sus profundos ojos negros, enormes y cubiertos de ojeras por las prolongadas noches de estudio; bebió cuatro tazas de café consecutivas antes del aterrizaje en la isla artificial del aeropuerto internacional de Hong Kong, el mítico Chep Lap Kok, una de las construcciones más costosas de la historia. El aeropuerto era poderoso, casi un titán vivo, que se mecía en total quietud sobre la isla paradisíaca, infestado de legiones y legiones de personas arrastrando maletas, niños, y perros; para sorpresa de Ambra, eran casi tantos occidentales como orientales. Por su ex novio, actualmente arquitecto de IBI Group en Canadá, sabía que tremendo elefante blanco había sido construido en un impresionante lapso de siete años, y es que el idiota hablaba más de sus edificios que sobre su relación... Acosada por toda la inmensidad, escuchó a su guía hablarle del túnel submarino con seis carriles que conectaba el aeropuerto con la ciudad. Sólo quería largarse de allí. No era ninguna loca, pero tenía repentinos ataques de fobia social, estaba acostumbrada a los espacios abiertos y despejados, donde el aire corría libre y... Fueron veinte minutos de trayecto en auto, un cómodo sedán negro con vidrios polarizados; el chófer de ojos rasgados y una piel asombrosamente limpia, le ofreció una botella de agua mineralizada, Ambra la aceptó y se llevó las burbujas de la boca, se la bebió solo de dos tragos y soltó un plácido "ah". Sacó el móvil del bolsillo y revisó su bandeja de notificaciones, tenía unos setenta mensajes de WhatsApp, provenientes de su equipo que todavía estaba encallado en el Victoria, de Niel Robertson, y un video de sus padres invitándola a Barcelona, para celebrar el vigésimo aniversario de la florería. Torció un gesto con la boca al ver esto último, era una sensación agridulce. Una parte de ella quería ir, después de todo, se trataba de sus padres, los distribuidores de flores más exitosos de Barcelona quienes habían hecho toda clase de sacrificios para sacarla adelante, los amaba y respetaba, pero sus fiestas de aniversario eran extremas, y no las toleraba. Ambra no era el tipo de persona que quería pasar toda una tarde bebiendo café o té con panecillos rodeada de gente estirada que se la pasaba hablando de negocios y dramas del hijo del primo del tío que hizo aquello con la nieta de fulana; era algo somnífero, ya tenía suficiente con tolerar la amarga burocracia de Niel Robertson, aquel monstruo creado por el capitalismo que administraba a su equipo. Les respondió con una carita feliz y un ambiguo: muchas gracias, haré lo posible por acompañarlos. A secas, era suficiente. Levantó los ojos del teléfono y se recargó de la ventana, sobre la cual empezaron a caer pequeñas gotas; observó el fantástico panorama que se cernía ante ella, quedó embelesada, no pudo evitar sentirse pequeña con la ciudad de Hong Kong frente a sus ojos, los majestuosos de edificios de pisos incontables, relucientes, oscuros, modernas construcciones contemporáneas, curvas, grados imposibles en la colocación de ventanas, las luces digitales de hoteles y restaurantes, la sociedad de piel blanca y cuerpo magro que caminaba bajo la brisa nocturna, por Dios, era un viaje en el tiempo, para una mujer acostumbrada al mar, a la soledad del camarote. Sobrecogida, reparó en que ya no estaba respirando. Reanudó las inhalaciones, tragó saliva y se hundió en el mullido sillón del sedán. Se conformaba con ver su fondo de pantalla, una épica fotografía del arrecife de coral. Sí, así estaba mejor. El auto se detuvo frente a un imponente edificio negro con forma de cuchillo, con la fachada construida íntegramente de cristal que cambiaba de color y proyectaba imágenes en una resolución inimaginable, de naturaleza y células, el oleaje del mar y glóbulos blancos, hasta concluir en el logotipo de Industrias Moebius. Allí, frente al acceso con adornos orientales, estaba una barra a través de la cual pasaba texto en chino y en inglés diciendo: BIENVENIDO. Allí, una delgada mujer ataviada con un largo traje negro esperaba con una sombrilla. La lluvia estaba cobrando fuerza y el paraguas se sacudió en todas direcciones, el aire quería arrebatárselo a la chica asiática de impecables facciones y ojos delineados que sonrió cortés. Ambra bajó del coche y la joven salió disparada para cubrirla. —Bienvenida a Hong Kong, señorita Vidal, mi nombre es Sunli Bo —saludó con fluido español—. El profesor Ido la está esperando en la sala de conferencias. El trato demasiado cordial la inquietaba. No era el tipo de persona que acostumbraba recibir un trato tan cálido, y cuando venía de desconocidos era mucho peor, frecuentemente eso significaba una sola cosa... buscaban algo a cambio. —Acompáñeme. —continuó la asiática, le quitó de un movimiento limpio la maleta y siguió adelante como si nada—. Yo llevaré su equipaje. Las delgadas puertas de cristal se abrieron automáticamente acompañadas de un sutil sonido de bienvenida, en el primer filtro había varios andadores como los del subterráneo, con su respectivo lector de tarjeta, y un tubo que se movía para dar acceso. Un hiperrealista holograma interactivo con la forma de tiburón blanco emergió del suelo y se escucharon aplausos en el primer piso. Ambra se sentía dentro de una nave espacial de Star Trek. Tragó saliva y sintió un escalofrío en las mejillas al levantar la mirada. Por dentro, el edificio era similar al interior de una concha de mar, las escaleras y balcones de cada piso se movían en espiral volviéndose estrechas conforme ganaban altura, había una pirámide holográfica de cuatro lados proyectando motores y partes de vehículos marítimos que recordaban a cangrejos y orgánulos celulares. Atravesaron el gigantesco recibidor a toda marcha, estuvieron solo unos segundos en aquella enorme plancha blanca reluciente con hombres de ojos rasgados y piel espectralmente blanca yendo de un lado a otro, casi todos eran inusitadamente jóvenes o viejos, gente con bata de laboratorio, suéter negro y trajes holgados. Nadie prestó atención a la morena española que pasó justo debajo del tiburón, asentían y sonreían como hipnotizados. —Todos tienen audífonos de transmisión ósea —dijo Sunli de pronto—. Están escuchando el memorándum y el organigrama de la semana, lanzaremos un nuevo producto al mercado el próximo mes. —Vaya. —se sentía como una alienígena. Era una sensación curiosa, prefería la majestuosidad del mar, la brisa salina, los colores del arrecife a través del policarbonato. Aunque también era una nadadora de largo aliento, acostumbrada cincuenta largos matutinos para relajar los músculos, sintió que le faltaba al aire cuando vio lo que les esperaba. Un cubo de material transparente situado en el extremo posterior de la plancha, era como ver el elevador de cristal de la Fábrica de Chocolates en vida real, sin ninguna clase de soporte que lo conectara con los demás pisos, literalmente era como ver una cabina de teléfono inglesa abandonada ahí, tenía un delgado barandal de metal y colores azulados lo recorrían como líneas de luz deformadas por un prisma defectuoso. —Hubiera preferido unas escaleras... Sunli la miró a los ojos. —Descuide, el elevador magnético es muy seguro, los polos superiores e inferiores tienen garantía de un siglo. Podría ser funcional aunque nos quedáramos sin electricidad, y resiste impactos de media tonelada. Además, sin fricción tiene mayor velocidad. "Exacto. Uno no se sube al elevador esperando ir a toda velocidad. Al menos yo no." Las puertas nuevamente se abrieron por sí solas y entraron juntas. Sunli Bo levantó el mentón y dijo algo en su idioma. También había un teclado para aquellas personas que no pudieran hablar. Por lo menos era un gesto amable. Ambra apretó los dedos con fuerza y contuvo la respiración, la plataforma inferior del "elevador de cristal" se desprendió del suelo y comenzó a levitar elevándose en línea recta; bajo sus pies, veía el mismo color blanco, se le hizo un nudo en el estómago y sintió que la cabeza se le movía, tuvo que sostenerse del barandal. "El aire no es mi elemento." Respiró hondo. "Tranquila, eres una experta en expediciones de alto riego, has rescatado a solados de submarinos, sacado personas del fondo de plantas petroleras a mitad del mar, y entraste a la Fosa de las Marianas. Por favor, Ambra, no dejes que un simple elevador te derrote." Al llegar al décimo tercer piso, estaba lista. Sunli la miraba asombrada, la joven nunca había visto a alguien recuperarse de forma tan exitosa en su primera vez, le extendió la mano y le indicó que avanzara directo a la puerta gris que estaba al fondo de un largo pasillo donde estaban haciendo reparaciones, sustituyendo una ventana por otra. El camino tenía tres macetas de flores a cada lado, ventilaciones, había varios cuadros conmemorativos enmarcados en las paredes, separados por largos ventanales. Olía a incienso y a campo. —El señor Ido es fan de la naturaleza, señorita Vidal. Ella no respondió, caminó con paso firme, el sonido de sus zapatos retumbaba en los muros, oía su propia respiración y la de los hombres que se detuvo al borde de la entrada, un escáner facial leyó su rostro desde la parte superior y ésta se abrió en silencio, le abrió paso al interior de la sala de conferencias que estaba en completa oscuridad, no se veía nada en la absoluto, mas que la espesura del color negro. Era como descender a una zona abisal con las luces apagadas, pero esta vez, sus demás sentidos la orientaron, ingresó en línea recta detrás de Sunli y se vista se acostumbró, después del deslumbrante festival de afuera, le tomó un par de segundos concebir la imagen, el mismo ambiente de ingresar a una sala de cine, a una teatro abandonado, las hileras de ergonómicas butacas negras estaban dispuestas formando un medio círculo, el olor a incienso fue sustituido por el aroma a avellanas y café. Sunli dejó el equipaje al lado de un sillón y con un gesto indicó a Ambra que se acomodara en el sitio de su preferencia. Pero antes, le hizo entrega de un par de audífonos negros. —Póngaselos cuando empiece. —Gracias. —musitó. Le parecía gracioso ese hábito de hablar en voz baja en los lugares oscuros, era casi un reflejo. Tomó asiento al lado de su maleta y los huesos de la espalda se le encajaron de tal forma que sintió que podría dormir en cualquier momento, no era un sillón cualquiera, era uno de uso especial, pero no recordaba su nombre, estaban a la venta desde hacía unos meses pero eran usados por empresas y hospitales de renombre mucho tiempo atrás, había oído hablar de ellos en la última visita a su terapeuta, en enero pasado, con esa sensación en el cuerpo, la mente se le aclaraba de forma implacable, a veces el estrés era padre de los problemas de concentración; pero conforme pasaron los segundos, el extraño masaje de micro-vibraciones se detuvo y el tejido de endureció, y quedó alineada. Sunli asintió y se perdió en las sombras. Entonces pudo escuchar algunas voces más, alguien estaba también suspirando de alivio con el masaje, oía murmullos dispersos en toda la sala, no era la única ahí. Quien fuera el señor Ido, pensaba en todo, supuso, los quería en óptimas condiciones para escucharlo. Demasiado para una oferta, quizás. A menos que estuviera seguro de que no la rechazarían. Una luz tenue se encendió al frente, las voces guardaron silencio, era una pantalla gigante formada por puntos de luz disparados desde algún sitio; Ambra se puso los audífonos con cuidado; la pantalla se desintegró y formó la silueta de un hombre erguido en el centro de la sala, de pie en el centro del escenario, los detalles de su figura y rostro se definieron en la imagen, tenía un pequeño micrófono ajustado en la corbata y sonreía con la plena felicidad de un hombre que acaba de conquistar el sueño de su vida.
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aipkeeena
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Post by aipkeeena on Nov 23, 2020 8:58:37 GMT 2
misterioso personaje que aparece en el ultimo parrafo o.O
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Post by clowdown on Dec 18, 2020 6:48:13 GMT 2
4 Los libros nunca le bastaron cuando era pequeña, le insatisfacía la idea de tener que imaginarse el mundo mediante las cansinas explicaciones teóricas de los profesores; esa escasa afinidad, se acentuó en su época de secundaria y preparatoria. Lo que más disfrutaba eran las clases de natación y de ciencias en el laboratorio, donde tenía un rol activo; para ella gran parte de los contenidos tenían poco o nulo valor práctico. Los demás chicos la tildaban de "estúpida" y "sin futuro", su propia madre llegó a dejar de hablarle durante semanas para hacerla recapacitar cuando se le ocurrió dejar la escuela. Su profesor de matemáticas no tardó en notarlo. Recordaba a la perfección aquella tarde. Estaban discutiendo sobre lo arcaico del modelo educativo. Odiaba que los docentes se pararan y se pusieran a dictar. Su maestro de matemáticas la ayudó a orientarse en eso, al final mucho de lo que les enseñaban tenía poco o nulo valor práctico: "Si te gusta la ciencia debes encontrar la tuya, no toda la ciencia consiste en coger el libro y hacer apuntes encerrada en un laboratorio, Ambra." Era toda una ironía. Ahora trabajaba para National Geographic, su agente, Niel Robertson le había conseguido la oportunidad de filmar varios documentales medianamente exitosos con el History Channel que le abrieron camino para grabar su primer éxito: BAJO AGUAS DESCONOCIDAS. Pero la sensación que vino cuando corroboró los altos índices de rating, fue de lo más agridulce. Por un lado: ella estaba feliz, haciendo su trabajo, guiando a un grupo de exploradores en la fosa, rendía frutos y salía a la luz, y al público le gustaba y se interesaba. Por el otro: gran parte del contenido especializado fue recortado y sustituido por animaciones ingenuas que si bien, le gustaban, estaban puestas para quitarle tiempo de voz, y enfocarse más en su aspecto. En determinado momento, la productora, una mujer blanca de ojos verdes, le pidió "hablar menos y posar más." Y luego, para terminar de colocarle la cereza al pastel, había ocurrido cierto incidente incómodo con History Channel del cual evitaba hablar, que casi puso fin a su carrera; pero Robertson era el tipo más necio del mundo y movería mares y montañas para seguir ayudándola; estaban escasos de dinero, y su asociación navegaba al borde de la quiebra por carencia de fondos. Estaba al tanto de Industrias Moebius, el monopolio que crecía cada año más, comprando empresas pequeñas e inyectándoles vida con atrevidas inversiones que ni el mismo Bill Gates hubiese tenido el valor de hacer... Y ahora ellos venían, tocando su puerta, ofreciéndole financiamiento, llevándola en jet privado hasta su sede como toda una estrella, porque requerían su ayuda. La curiosidad la mataba: ¿qué diantre era lo que estaba sucediendo y por qué existía tanto hermetismo al respecto? En la sala de conferencias imperaban oscuridad y silencio cuando la imagen tridimensional creada por puntos cobró la forma de un anciano de vibrante aspecto, magro y con el rostro iluminado por un aura revitalizante, de grandes ojos rasgados y escaso cabello cano peinado hacia atrás. La entrada había sido espectacular, aquella tecnología le confería al hombre y su refinado esmoquin con estrellas azul un toque fantástico, daba la impresión de estar erosionándose como una montaña de arena en el desierto, como una especie de hechicero envuelto en una nube. Ambra estaba boquiabierta. Escuchó un grito ahogado en alguna otra parte de la gran sala, las demás personas debían estar tan impresionadas como ella. Aunque algo no tardó en llamar su atención... La voz del hombre retumbó orgánicamente dentro de sus oídos, era una voz sinigual, áspera y reconfortante, juvenil, de matiz melifluo, ancestral; Ambra quedó conmovida de solo escucharlo, exprimía una pasión que le recordaba a su abuelo contando anécdotas sobre la guerra. —Buenas tardes, yo soy el doctor Ido. No saben cuánto me alegra velos a todos y cada aquí reunidos, bajo este techo. Como ya habrán notado, no he podido acompañarlos esta tarde, pero estoy en espíritu con ustedes. —dibujó en sus labios una amplia sonrisa, sus mejillas se sonrosaron y llevó ambas manos hasta su pecho—. Los he convocado por una razón, y sé que tienen muchas preguntas ya que no pudimos darles detalles al traerlos aquí. Pero dejemos que todo se resuelva orgánicamente conforme avancemos. Entrelazó los dedos y comenzó a caminar por el pódium. —Se los diré yo personalmente. Hemos hecho un descubrimiento que cambiará la historia. Se trata de la respuesta a uno de los grandes misterios de la humanidad, un viejo enigma que ha cautivado de millones y millones de personas a lo largo de la historia, ha sido inspiración de toda clase de obras literarias y cinematográficas. Estamos hablando de algo tan grande, tan asombroso e importante, algo tan maravilloso e increíble, algo que durante siglos fue considerado un mito, una mala leyenda, una mentira... después de esto, estén seguros de que habrá un cambio de paradigma; si deciden unirse, nuestros nombres serán recordados al lado de los de Darwin, Copérnico y Platón. Amigos míos, vamos a reescribir la historia... Dejó que la idea flotara en el aire. Ambra se sentía cautivada, la experiencia era extrasensorial, la fluidez del sonido viajando desde el auricular, acariciando sus tímpanos, el sonido no se correspondía con el movimiento de los labios, la presencia surreal en la oscuridad era solo un reproducción hablando en su idioma natal, lo que ella escuchaba, era una traducción inmediata. Abrió los ojos por completo, y no parpadeó. Ido respiró profundo, el diafragma se le llenó de aire bajo el traje. —Así que les pediré que abran sus mentes a la revelación que compartiré esta tarde, como cuando éramos niños. Primero nos remontaremos al lugar donde empezó todo. —levantó un dedo en frente a su rostro y formó un círculo azul que a su vez formó una serie de líneas ramificándose, algunas menos azules que otras, y aparecieron blancas, hasta crear con espectacular realismo, gota a gota, el movimiento de las olas en alguna región del vasto mar. «La vida empieza en el agua», pensó Ambra, los insectos, las plantas, e incluso el ser humano daba inicio a su desarrollo embrionario en un ambiente líquido dentro del vientre materno. Ido desapareció del panorama, el bravo oleaje lo devoró entre la espuma. Su voz, en cambio, continuaba allí. —Nuestro origen es el agua. La célula se formó en la sopa primordial, una mezcolanza de sustancias que se hallaban en ella, nuestra composición básica: Carbono, Hidrógeno, Oxígeno, Nitrógeno, Potasio y Azufre. Una simple fórmula que dio paso a todo. Nuestro origen común, la primera forma de vida que salió del mar y dio a luz toda clase de mamíferos. Un dipnoo saltó de entre las mareas y miró las butacas con curiosidad, su mirada se cruzó con la de Ambra, se quedó pasmado unos instantes y de la espalda le crecieron brazos, alas y toda clase de extremidades. —Cuando el hombre primitivo dejó de ser nómada y comenzó a crear asentamientos fijos, lo hizo cerca de la humedad, luego, se aventuró a surcar los mares en barcos. —el dipnoo se convirtió en un pescador, sentado al borde de una roca que miraba la playa con ojos brillantes—. Hemos tenido una fijación por el océano desde tiempos ancestrales, por sus criaturas, su inmensidad, sus misterios. Nos recuerda lo pequeños que somos y que podemos llegar a ser. »Creamos toda clase de mitos alrededor de él —prosiguió Ido—, Poseidón, Neptuno. Siempre hemos conferido a sus aguas algo de místico, las historias de poderosas criaturas que de él emergían, y finalmente... civilizaciones que allí existieron. Ido volvió a aparecer, El silencio de la sala de quebró por un grito ahogado, un hombre exclamó a causa del asombro, ansioso, su respiración de agitó. Ambra estaba casi igual. Juraba que podía sentir las gotas de agua perlando su rostro. El pescador ya no estaba, ahora un poderoso barco del siglo diecinueve izó las velas a favor del viento. Entonces, hubo una pausa, la marea se detuvo y el sol se puso, el cielo se volvió de un color azul oscuro, nocturno, inundado de estrellas, y el barco se hundió dramáticamente entre las burbujas que cubrieron toda su superficie, para luego reaparecer lejos de la superficie; transfigurado en un submarino de última generación. —Actualmente contamos con la tecnología que hombres como Julio Verne soñaron algún día, y poco a poco hemos ido explorando este mundo desconocido. Nuestras últimas innovaciones en exploración submarina han roto, paulatinamente, aquellas limitantes que la naturaleza colocó para mantener sus secretos ocultos. El submarino se movía entre bestias de la fosa, rodeado de medusas amorfas, conchas y calamares gigantes, los restos de un megalodón y formas de vida con bioluminiscencia. —Con cada exploración descubrimos nuevas especies, nuevas aberturas y profundidades. Estamos tan empeñados en alcanzar las estrellas, que hemos olvidado la realidad: somos extraños en el mar, solo reinamos la superficie. Vivimos en el planeta azul, la mayor parte de nuestro mundo siempre ha estado cubierta de agua ¿o no? Las luces del submarino se apagaron y todo quedó en súbita negrura. Entre las burbujas, Ido regresó, parado a un lado del esqueleto de megalodón. —La verdad es que actualmente solo conocemos un tercio de las especies que habitan la Tierra, y se estima que más de la mitad de las que no hemos visto habitan allí, inmersas en el lecho marino. ¿Qué tanta historia ha quedado sepultada ahí abajo? Nunca lo sabremos con exactitud, pero creo que hoy daremos un salto cuántico hacia un conocimiento más amplio del pasado... Así que debemos honrar adecuadamente al hombre responsable de todo este, un filósofo de la antigua Grecia, maestro de Aristóteles, testigo de la muerte del gran Sócrates. Sí, Platón. Él fue el primero en darnos pistas del sucedo que dentro de unos días, sacudirá a la comunidad científica y se reivindicará fuera del fango de las pseudo-ciencias. Entonces, Ambra ya no pudo respirar. Se le hizo un nudo en la garganta, quedó fría. Ido estaba allí, tan expectante como ella, sus miradas se encontraron... —Yo soñaba con esto cuando era pequeño, y parece que hoy el destino ha decidido congratularme. Hizo una breve pausa y avanzó hasta el frente del pódium, las proyecciones del agua ya no estaban. —Hace dos días se reportó movimiento inusual en una fosa, un desplazamiento tectónico que generó sismos durante media hora, con réplicas. Lo que verán a continuación no es ninguna clase de efecto creado por computadora, se trata de la grabación que hizo, uno de nuestros más recientes submarinos al explorar esa zona. Era un video de alta definición, la cámara definitivamente era grande y no se escuchaba ninguna voz, por lo cual debía estar filmado desde un vehículo no tripulado. Había fragmentos de rocas y partículas blancas elevándose. Había un medidor de tiempo, con fecha y hora. Se movía con sigilo bajo una enorme roca que se mantenía ingrávida, luego, entre las sombras, la luz del submarino tocó algo, iluminó roca distinta, cubierta de vivo color verde, pero reconocible, era una estructura inmensa, de otro mundo, pero a la vez, familiar. Alguien al frente gritó. Y con razón, porque cuando la luz se acercó y un par de poderosos faros auxiliares se encendieron a los lados, frente a una ancestral pirámide tan alta como un edificio promedio, el felino rostro de una esfinge les devolvía la mirada con serenidad, como esperando que lo encontraran. Los restos de grandes murallas formaban un arco al frente, el submarino se adentró unos metros más, y retrocedió de vuelta a la superficie. Ido habló a sus oídos, con un español demasiado perfecto para ser real. —En sus "Diálogos", Platón nos describía un reino mítico nueve mil años anterior a él, ubicada en el Mediterráneo. Una nación que se sumergió en el mar por causa de terremotos, tenía un tamaño "más grande que la Libia y el Asia, quedó reducida a un escollo como un castigo por la soberbia de sus habitantes, que olvidaron las tradiciones le dieron la espalda a las Dioses. —No puede ser... —exclamó una voz masculina sin aliento al ver un escaneo del terreno, una recreación tridimensional de un valle, una ciudad, lagos artificiales... En el pódium, un primer plano del rostro de Ido sonrió y asintió. Estaba en vivo. —Hoy comienza una nueva era de descubrimiento, bienvenidos a una nueva era, hemos encontrado la Ciudad Cero, ese es el motivo de todo: hoy quiero hacerles una invitación para que vengan conmigo a explorar por primera vez el reino perdido de la Atlántida, les presento a la Madre de todas las Civilizaciones. La sala de conferencias se llenó de aplausos, vítores y júbilo. Ambra no supo si eran reales o parte de la ilusión audiovisual preparada por el doctor Ido, descubrió que estaba de pie con las manos en el rostro y los ojos cristalinos, podía sentir los latidos de su corazón en el cuello. Al diablo con las promesas de financiamiento por parte de Industrias Moebius, de pronto, sintió que flotaba. Entonces las proyecciones se apagaron, las luces blancas del techo se encendieron, y dejó de escucharse todo el jolgorio. Las paredes de madera pulida eran de color café, el pódium estaba vacío, las butacas grises estaban casi todas vacías, había unas diez personas nada más entre los cuarenta lugares todas de pie, intrigadas, miraban a los lados, buscando algo; solo alguien permanecía sentado en el centro de la primera fila, todos reconocieron su esmoquin azul con estrellas y salieron disparados de sus respectivas filas, corrieron hasta el frente de la sala. Ambra casi tropezó al descender por las escaleras laterales. El doctor Ido yacía sentado con las manos entrelazadas sobre el vientre, con una expresión satisfecha. Se levantó y acomodó el esmoquin, se volvió hacia sus invitados. —Espero que la presentación haya sido de su agrado... aunque creo que he olvidado incluir lo más impresionante en ella; el hallazgo por sí solo es histórico, pero eso no es todo.
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Post by clowdown on Dec 18, 2020 6:49:23 GMT 2
5 —Lo trascendental son las implicaciones. Harry Harding lo sabía a la perfección que el doctor Ido tenía razón al decir eso. Con tantos años como científico e investigador, estaba del todo seguro que un hallazgo de esa magnitud era comparable a una roca que cae en el agua. Todos los fenómenos del mundo traían consecuencias, generaban reacciones, aquellas verdades nuevas solían remover o desencajar el rompecabezas establecido al momento, y sumían al sistema en caos, ya que todo debía reconsiderarse, las demás verdades circundantes eran replanteadas desde cero, cuestionadas, y los paradigmas construidos por la historia, la biología y la antropología eran de los más anquilosados dentro de las ciencias. Siglos y siglos de compendios acomodados uno detrás de otro como los vagones de un tren, sumidos en caos. Después de todo, la ciencia era eso, orden del caos. Cada cierto tiempo, se reintegraba, desde el paso del Mito al Logos, Copérnico, Darwin... Einstein. Harry no terminaba de creérselo. Durante los primeros minutos de la dramática presentación creyó que estaba en un programa de cámara escondida, todo era demasiado rebuscado, y daba demasiados rodeos generando emoción hasta el cansancio. Pero cuando llegaron los momentos finales, todos los hologramas y recreaciones hiperrealistas surtieron efecto, estaba sumido en un estado de suspensión de la realidad, podría creer lo que sea. Podía desmayarse, el mundo daba vueltas en torno a él, vacilaba, los labios le temblaban, su corazón y sus tripas tuvieron arrebatos, tuvo ganas de ir al baño, orinar, se mordió los labios. Le hubiera fascinado que su pasante, Lucas, estuviera con él. El acelerado e incómodo vuelo desde El Cairo valía cada segundo. Todos los años que fue considerado un imbécil por su hipótesis, lo habían ridiculizado, tachado de sensacionalista, de asustar al público y perder el tiempo cegando a las masas con sus libros. "Buscas cosas donde no las hay", le decían sus colegas. "Yo reiré al último", pensó. Tampoco supo cómo, pero llegó al frente de la sala, y miró al director de Industrias Moebius, hambriento de más. —¿A qué se refiere con las implicaciones? —preguntó un joven tailandés vestido con un suéter negro de cuello alto y pantalones de vestir grises, calzaba zapatos de charol relucientes y era esbelto. "¿Cómo que a qué se refiere?" se burló por dentro. Momento "¿Cómo diablos puedo entenderle?" Harry Harding levantó ambas cejas y con este estiramiento de músculos faciales sintió la presión de los auriculares en sus oídos. "De verdad esto es un sistema de traducción instantánea." Babilonia podía irse al carajo. Ido estaba tranquilo. Se acercó al chico tailandés y lo tomó del hombro. —Creo que no soy el más cualificado para responder tu pregunta, Boom. —Ido avanzó para sentarse al borde del pódium—. El señor Harding aquí presente será encargado de mostrar las implicaciones de este hallazgo. A su tiempo. Espero que lo haga con el mismo entusiasmo que en Oxford. "Espera —tragó saliva— ¿él estuvo allí?" Se recordó a sí mismo dando una charla con sus viejos alumnos en la Universidad de Oxford seis meses atrás, estaba demasiado agotado, los ojos marrones se le hacían pequeños y sus pupilas se dilataban con los focos brillantes, no dormir dos noches lo dejó noqueado y pagaba las consecuencias, pidió un café a la asistente del decano y miró a los jóvenes bostezando, golpeteando sus libretas con los lápices, sobre todo los del fondo, ocultos en la sombra, los del frente no tenía de otra más que fingir que lo escuchaban. Dio el primer trago a su café y con un pequeño control remoto encendió el cañón. La primera diapositiva era la de una traqueotomía. —Pamplinas. Creo que mi exesposa y yo nos confundimos de archivo —dijo rascándose su poblada barba castaña, algunos lo tildaban de tener aspecto roquero. Se encogió de hombros y miró a los universitarios—. Yo los dejaría ir pero el decano me mataría, así que improvisemos. —estiró el cuello y le tronaron los huesos a medio bostezo, su vestimenta era demasiado típica, una playera gris de manga corta, pesadas botas gruesas, unos pantalones cafés—. ¿Alguien tiene alguna idea para comenzar? Por supuesto, relacionada al tema de la charla. Varias manos se levantaron. —Maravilloso —señaló a una chica rubia de ojos grises que estaba en la segunda fila—, empecemos por usted, Tracy. Tracy sonrió y miró sus notas por última vez. —Bueno, profesor Harding —Tracy se levantó y habló en voz alta, para todos sus compañeros—, me parece que la pequeña Isla de Pascua es un gran punto de inicio. Los escasos datos que tenemos del origen de la cultura que allí vivió, y las esculturas talladas en toba volcánica, los moáis, siguen siendo un misterio para la arqueología, el cómo los hicieron, y cómo un pueblo carente de ruedas y animales de tiró transportó cientos de estatuas de hasta 80 toneladas a distancias de 18 kilómetros. Impresionado, Harry asintió. —Exacto, Tracy. Las preguntas son la clave. Tome asiento. —se volvió al resto del auditorio—. Rapa Nui, como le llaman los lugareños, esa enigmática isla ubicada a tres mil quinientos metros al oeste de América del Sur, que tanto nos rompe la cabeza. Hace un par de años, durante el invierno austral, viajé yo mismo para ver qué encontraba, no soy el tipo que se conforma con postales, creo que por eso me dejó mi mujer, cuando se dio cuenta que prefería la soledad de los sitios arqueológicos que la compañía de nuestra cama. Hubo algunas risas al fondo. —Es una sensación vigorizante, el estar ahí, frente a una roca tallada en una cantera, no puedes evitar preguntarte ¿cómo lo hicieron? Si tan sólo pudieran hablar, ¿qué cosas nos dirían? —entrecerró los ojos y bebió un sorbo al café—. Los holandeses la descubrieron un domingo de Pascua de 1722 y encontraron a esta civilización de cavernícolas que construían moáis y les colocaban ojos de coral blanco y pupilas de obsidiana a rostros de piedra. Se cree que estos hombres y mujeres de la edad de piedra llevaban allí desde el 1200 después de Cristo. Como dijo Jared Diamond, la isla de Pascua es una parábola aleccionadora, un paradigma de una cultura ejemplo de ingenio y paciencia humana, pero que terminó extinguiéndose al destruir su propio ambiente. ¿No les suena familiar? —¡Como la Atlántida! —exclamó alguien en la esquina. Estallaron las risas. —Tom, por favor. El decano creerá que soy una especie de Dan Brown metiéndoles ideas locas en la cabeza, y eso no es verdad. —negó con la cabeza, retomó el tema—. Sobre todo si toco el tema de que Erich Von Daniken decía que los moáis eran obra de extraterrestres. Seamos serios, por favor. ¿Para qué diablos iban a venir y esculpir cabezotas? Es obvio que es obra del ingenio humano, todas las evidencias arqueológicas, genéticas y lingüísticas nos demuestran que los polinesios las hicieron. Un etnógrafo noruego, que será parte de su tarea, decía que las estatuas fueron creadas por pueblos peruanos preincaicos. Cuando llegaron los europeos en el siglo XVIII ya no se construían, y la isla tenía solo unos cuantos árboles enclenques; pero John Flenley encontró preservado polen en los sedimentos lacustres más tarde. Lo que indica que la isla alguna vez estuvo cubierta de árboles. Tosió, hablar le servía más que el café para mantenerse despierto. —De hecho John Diamond se basó en los hallazgos de Flenley para escribir su libro, Coloso, el cual todos ustedes conocéis. Él decía que los rapanui cometieron sin darse cuenta un ecocidio al querer establecerse en aquella pequeña isla fría y de recursos limitados. Cuando comenzaron a talar árboles para la leña y la construcción o incluso como medio de transporte para los moáis, comenzó la catástrofe. Les fue imposible construir canoas para la pesca, la vegetación no podía recuperarse al ritmo que necesitaban los habitantes, se alimentaron de aves cuando se terminó el pescado, y se alimentaron de sus propias familias cuando se terminaron las aves. La otra teoría sugiere que fueron las ratas que los rapanui trajeron consigo las que acabaron con la isla, el introducir un animal nuevo a un ecosistema ajeno al suyo suele ser catastrófico, por algo ustedes son tan generosos con los de intercambio. Más risas. —Si lo pensamos así, cualquier pequeña alteración en el sistema, por mínima que sea, en el orden, conduce al caos, y esa pequeña diferencia puede llevar a una civilización a la extinción. —Como los mayas —apuntó Tom, entre risas, haciendo rayones en su libreta—. Podían hacer calendarios con la precisión de Dios, alinear templos con estrellas, pero no aprendieron a sembrar. —Pero no siempre es la conducta o los animales —prosiguió Harry—. Hablemos de Pompeya, el volcán que terminó por destruirlos sin más. O de la cultura madre, en Mesoamérica, los Olmecas, de los cuales solo nos quedan sus ruinas, e incluso los aztecas. La leyenda sugiere que la ciudad de Teotihuacán estaba construida mucho antes de que ellos llegaran, ya estaba construida, en completo abandono. Las civilizaciones se extinguen, si pensaban que la Atlántida era una hipótesis insólita, estaban muy equivocados. Conocemos menos culturas de las que han existido. Y a lo largo de esta tarde, hablaremos de ellas. Una silueta oculta, cerca de la puerta, escuchaba atenta detrás de todos los oyentes, Harding no lo reconoció, no era ningún alumno, pero no le dio importancia, siempre y cuando no interrumpiera, lo dejaría, después de todo, las puertas del conocimiento estaban abiertas para todos. Jamás en su vida hubiera creído que se trataba del fundador de Industrias Moebius. Estaba enmudecido. Y por lo visto se notaba, ya que Ido lo miraba con una cara de travesura. —Pero ahora debemos ir al grano. —miró a todos los presentes. Harding no se había percatado de que fueran tantos, estaba ensimismado, les dio un leve vistazo por el rabillo del ojo, y siguió escuchando al anfitrión—. Ya habrá tiempo para los detalles en el viaje. —¿Quiere decir que iremos a...? —inquirió una mujer coreana de cabello corto peinado en punta, era un corte militar, contrastante con sus delicadas facciones femeninas. —¡Por supuesto! Es por eso que estamos aquí. Quiero que emprendan un viaje conmigo, para que juntos desentrañemos este misterio y se lo enseñemos al mundo. Si están dispuestos a aceptar mi oferta, Industrias Moebius se hará cargo de los gastos de sus empresas, asociaciones o investigaciones durante el resto de sus vidas. Un hombre japonés que debía medir más de dos metros, vestido en su totalidad de negro, con el cabello rapado y gafas negras de montura gruesa, se acercó dispuesto a tomar la palabra. —¿Y lo que acabamos de ver, señor? Los hologramas, las olas y la dramatización de la evolución... —¿Eso? —el anciano metió las manos en los bolsillos—. Es parte de la presentación que hemos preparado para este viernes, cuando hagamos público el descubrimiento en una conferencia frente a todo el mundo. Viernes. Eso era en tres días. Harry entonces perdió el equilibrio y las noches sin dormir sumadas a largas horas de estudio y expedición surtieron efecto, necesitaba que alguien lo pellizcara para saber si estaba despierto, estuvo a punto de caer cuando una chica morena lo sostuvo de los hombros evitando un embarazoso golpe. Ido los miró asombrado. —Creo que lo mejor será darles unos minutos para pensarlo.
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Post by clowdown on Dec 30, 2020 4:27:49 GMT 2
6 Ambra subió al helicóptero de Industrias Moebius y sintió el verdadero terror. Era una mujer acostumbrada a tener los pies en la tierra, a nadar y bucear. Volar no era la suyo, ya lo había hecho en avión y sus recuerdos no eran muy lindos. Se le revolvió el estómago y temió vomitar, y solo para completar la pesadilla, reparó en un detalle insólito. El helicóptero no tenía piloto. El otro, que estaba a pocos metros de este, debía ser igual. Ella era la primera en subir, pero los siguientes tres pasajeros tuvieron reacciones similares a la suya. De sorpresa, ligero temor, e incluso, de pánico por el joven árabe que abordó al final. —Sé que son el pan de cada día pero nunca me había subido a uno. —dijo una mujer pelinegra con mechones teñidos de rubio y las mejillas rosadas que se acomodó en el asiento justo frente al de la exploradora, Ambra le dedicó una sonrisa nerviosa y un asentimiento—. Mucho gusto, soy Jaqueline Goldsmith. Nadie tuvo tiempo de presentarse allá abajo. —¡Ja! —exclamó el árabe— ¡Yo ni siquiera pude ir al baño! ¡Descubriré la Atlántida con los calzones llenos de caca! Jaqueline rompió en risas. Y es que en el acceso del avión estaba Sunli, la delgada y blanca asistente, cuya espalda se mantenía aún recta de forma sobrenatural (Ambra siempre terminaba jorobada), y había escuchado todo. —¿Necesita ir al baño, señor Ve? —preguntó Sunli inclinando la cabeza a un lado. El aludido, a pesar de tener la piel morena, enrojeció ante la pregunta y simplemente negó con la cabeza. —Está bien, si alguien necesita algo, puede pedirlo con seguridad. —dijo Sunli mirando a ambas hileras de asientos ocupados—. Hay un paquete desinfectado de protectores de oídos para cuando se enciendan los rotores. Aunque la nave está diseñada para contener los sonidos del exterior, pueden ser bastante molestos. Ambra, al igual que el resto, metió las manos debajo de su asiento y encontró una bolsa como las que su madre usaba para meter los emparedados del almuerzo para el colegio, solo que esta tenía unos auriculares bastante grandes con un micrófono. Vaya. Estaba desorientada. Tenía puestos aún los auriculares, era el sistema de traducción instantánea más avanzado del mundo, y a ella le incomodaba la idea. Podía escuchar el sonido de sus idiomas originales por debajo de la traducción. ¿Cómo el doctor Ido había logrado desarrollar la capacidad de imitación de voz del usuario? El tiempo de diferencia de la voz y la traducción era apenas perceptible. Se puso los otros encima al igual que las otras tres personas que iban con ella. Jaqueline sonrió cuando los tuvo puestos. Tenía una sonrisa impresionante, tanto que dejó a Ambra ensoberbecida durante unos segundos, hasta que Sunli cerró la puerta con un azote y los rotores se encendieron. —El piloto automático los llevará al barco —dijo la voz de Sunli desde sus auriculares —, el resto del equipo despegará desde el otro helipuerto y todos se encontrarán allí. El doctor Ido les desea un vuelo cómodo. Despegaron. Los cuatro se sacudieron suavemente en sus asientos cuando el helicóptero empezó a cobrar altura, alejándose con parsimonia del imponente edificio central de Industrias Moebius, cuya moderna silueta curvada se volvió pequeña hasta desaparecer entre el resto de los rascacielos de la majestuosa Hong Kong, tierra de emperadores y poseedora de una rica historia, violenta y maravillosa por igual. —¿Entonces te llamas Ve? —preguntó Jaqueline al chico árabe que seguía ruborizado mirando cómo el mundo se hacía pequeño desde su ventana. —Ah, no. Solo me gusta que me digan así. —respondió él a secas, sin dejar de ver la ciudad de Hong Kong hacia abajo. Se formó un silencio espeso entre ellos. Anocheció, y el rojo atardecer dio paso a las luces nocturnas de la gran ciudad. Los autos parecían luciérnagas circulando en las abarrotadas calles que, vistas desde allí, parecían color cobre. —Mi nombre real es Hakim. —dijo el joven árabe de la nada—. Soy arqueólogo y especialista en arquitectura antigua. —Yo soy Jaqueline, es un gusto, Hakim. —terció la muchacha del cabello teñido—. Soy bióloga marina y taxónoma. —¿Para qué quieren una bióloga en una expedición arqueológica bajo el agua? —preguntó el cuarto pasajero, un hombre de barba blanca que debía rondar los cuarenta años, iba vestido con una camiseta negra sin mangas que resaltaba su musculatura, tenía los brazos tatuados al descubierto, y llevaba un maletín en sus manos. Este detalle puso a pensar a Ambra. A todos los demás les habían hecho dejar sus maletas para transportarlas por separado, pero a él le habían permitido conservar su estuche. —Bueno, señor —repuso Hakim mirándolo fijamente—. Estaremos en una zona inexplorada, el doctor Ido es fanático del mar y nunca desaprovecharía la oportunidad de clasificar especímenes y además, sus conocimientos en taxonomía podrían servirnos si encontramos alguna momia. —Momias. —se burló el de la barba—. Amigos, solo encontraremos pedazos de piedra amontonados. Pero lo entiendo. Pueden llamarme Víctor. —¿Y usted es Ambra Vidal, no es así, la española? —preguntó Jaqueline mirándola a los ojos. Entonces el corazón de Ambra pendió de un hilo, porque todos la estaban mirando fijamente, y sin darse cuenta, sus mejillas se pusieron tan rojas como las luces de las antenas de la ciudad. No supo exactamente por qué, siempre había sido una mujer dominante y temeraria, pero en ese espacio tan pequeño, en esas condiciones, su temple tuvo un ligero fallo. "Te han llamado porque eres tan capaz como ellos." Respiró profundo y recuperó la confianza. —Sí. Esa misma. —¡Genial! ¡He visto todos tus documentales! —exclamó Jaqueline. Hakim torció una mueca y siguió viendo por la ventana. —Su vértigo se le nota hasta las puntas de los dedos. —Déjala, Hakim. Es una celebridad. —prorrumpió Víctor—. Es un placer que gente famosa como usted y el señor Harding nos acompañen. —El placer es mío. —replicó con una sonrisa. Al parecer todos conocían al profesor Harry Harding como a ella, él era una especie de Indiana Jones de carne y hueso ante sus ojos. Su trabajo era apasionante, y ella, en el fondo, estaba de lo más emocionada por compartir este hallazgo con uno de los teóricos de la Atlántida más influyentes del mundo, sino es que el primero. Recordó las palabras de Dante Alighieri en su Divina Comedia: recordad esta noche, porque da principio a la eternidad. Embarcarse en una aventura de ese tipo, tan rápido, era una lluvia de información y emociones. Tenía adrenalina en la sangre. Jaqueline suspiró y le dedicó una última sonrisa a la exploradora antes de mirar también a la ciudad que se desvanecía, mínima como una réplica para coleccionistas, minimizada y ahora insignificante. Ambra hizo lo mismo, ahora iban por el aeropuerto internacional, donde había llegado poco antes de que el curso de su vida cambiara por completo: en su teléfono tenía varias llamadas perdidas y casi todas eran de su agente, Robertson, el pobre debía estar asustado creyendo que algo le había pasado a su superestrella, a pesar de que le dejó una nota, era todo un paranoico, uno de tantos genios paranoicos. Disfrutó el silencio unos segundos antes de que una voz en inglés fuera emitida por una bocina dentro del helicóptero. Ambra sabía suficiente inglés para comprenderlo: —Estamos a 12 mil metros de altura. Iniciando cierre hermético. Sin previo aviso, las ventanas pasaron de ser cristal traslúcido a ser negro y quedaron sumidos en la nubosa oscuridad, unos segundos que parecieron eternos, hasta que las luces interiores se intensificaron y pudieron mirarse entre ellos. Era evidente que el doctor Ido no quería que tuvieran la menor idea de adónde se dirigían.
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Post by clowdown on Dec 30, 2020 4:28:30 GMT 2
7 Más tarde, el sol había desaparecido por completo del horizonte, la brisa salina se había tornado helada, y las estrellas refulgían apasionadas, como observándolos curiosas desde el firmamento. Ese, era el momento idóneo. El manto azul era fascinante, y no el del cielo, sino el del mar. Para el doctor Ido, director general, CEO e imagen de Industrias Moebius, el mar era un misterio tan fascinante como el espacio; un lienzo oscuro y brillante de eternos misterios, puestos por Dios con la intención de recordar al hombre, su imperfecta creación, lo insignificante y limitado de su persona. "La naturaleza es la única reina en este mundo." A pesar de que Ido era protestante, algo que le trajo el repudio de su familia atea desde el principio, tenía ideas únicas y propias. La naturaleza era la encarnación de su Dios. Se enredó la bufanda negra en el cuello y caminó dentro del camarote de su glorioso barco privado, el Arca. Lo había adquirido y modificado gracias a sus contactos en el ejército chino. Todas sus influencias poderosas compartían su sueño visionario de recuperar el sitio que siempre les perteneció en la historia. El Arca era una verdadera fortaleza flotante, Dio un vistazo final antes de dejar el exterior atrás. Le hubiera fascinado que sus invitados pudieran ver las estrellas, pero eso no era recomendable. La privacidad antes del anuncio del descubrimiento era imprescindible. El primer helicóptero llegó justo cuando estuvo adentro, en la cabina del capitán, desde la cual ordenó la apertura del acceso al helipuerto ubicado dentro del barco. El navío era tan grande que podía llevar dos helicópteros en su interior, sin mencionar los submarinos Explorer que llevaba en los compartimentos inferiores. Por las dos docenas de pantallas que le informaban el estado de cada uno de los pasillos y naves de la estructura, veía a sus empleados caminar y prepararse para recibir a los invitados. Había velas aromáticas, sonidos estimulantes de baja frecuencia y medidores de presión arterial y dilatación de pupilas. Era la misma tecnología usada en las campañas políticas de América. El auricular que el doctor Ido llevaba en el oído emitió un sonido de llamada, respondió; se trataba de su asistente personal, Sunli. —Mi señor —le saludó con su voz perfecta, sumisa y cálida. Sunli era la asistente perfecta, cumplía los estándares de todos los empresarios fetichistas de China y Japón. Su "gemela" trabajaba en una empresa de desarrollo de teléfonos móviles y videojuegos en Tokio—, los pasajeros del primer helicóptero llegaron en perfecto estado, pero hay un problema. —Informe, Sunli. —dijo a secas, esperando que no se tratara de lo que imaginaba. "Si me dice que no es el tiempo suficiente... estaré decepcionado." Se trataba de un hombre meticuloso. De acuerdo con sus estimaciones, tres días eran suficientes para que la señorita Ambra Vidal, la española, instruyera al equipo. Los trajes y su vasto equipo de analistas y programas de apoyo, se encargarían del resto. Así que la europea debía demostrar que era verdaderamente competente para no echar al caño toda la preparación. Por el bien de la señorita Vidal, así debía ser. —No, señor Ido. Una de las reclutadas, la señora Ming, se muestra reticente a unirse. Dice que no debemos privatizar el descubrimiento. Le he explicado que compramos esa fracción del océano, pero insiste en que necesita más información. —No te preocupes, Sunli. Déjamelo a mí. Le haré una oferta que no podrá rechazar.
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Post by clowdown on Dec 30, 2020 4:29:13 GMT 2
8 —Gracias a Dios que no soy claustrofóbico. Esas fueron las primeras palabras de Hakim al bajar del helicóptero. Estaba mareado y se le notaba. Se ajustó la chaqueta y se frotó el cuerpo. Los dientes le vibraban al pobre muchacho enjuto. —Da gracias que te consideraron, Hakim. Sé hombre. No así Víctor, que se movía como un felino; era un verdadero mastodonte nórdico, la cara, el cuerpo y la actitud de un vikingo. Movía su barbilla un metro por delante, olfateando el terreno como la haría un lobo. —Es fácil para un gorila como tú decir "sé hombre". —refunfuñó el árabe—. A mí me parece una falta de respeto que no nos dejaran ver el mar. Aquí parece el Everest —dio varios pasos hacia delante y miró asombrado el tamaño del hangar interno—. Este barco debe ser más grande que un estadio de soccer. —Se ven bastante graciosos juntos. —dijo Jaqueline que iba junto a Ambra, detrás. Y sí, esos dos tenían la inusitada simetría de perfectos antónimos. Uno tenía la piel dorada y los profundos ojos negros, y el otro tenía el rostro pálido y las cejas pobladas. Parados juntos, de espaldas, podrían haber pasado como padre e hijo. Ambra asintió temblado. De su boca se escapó una nube de vapor el exhalar. En el interior del barco hacía un frío que se correspondía a su aspecto. Nada más descendieron del transporte, se encontraron con el metálico paisaje de una especie de planta de ensamblaje de barcos, había cintas transportadoras y tuberías de color blanco, gris y anaranjado reptando por paredes y techo. Había un grupo de seis brazos automatizados soldando una estructura parecida al motor de un automóvil y el sonido a taller mecánico pululaba como luciérnagas. La iluminación era blanca y lastimaba los ojos. El helicóptero negro, con forma de avispón, reposaba encima de una gran estructura circular que recordó a Ambra los viejos tocadiscos de su abuelo. En el otro extremo del hangar, una puerta blanca se abrió y una luz cegadora emergió dibujando la silueta delicada de Sunli. —Síganme. —comandó antes de darles la espalda y caminar fuera del área. —Genial. —terció Hakim mientras la seguían—. Yo vine por acción, no para sentirme como en el museo, yendo de un lado a otro detrás de la integrante de un grupo de pop coreano. —Hasta que coincidimos en algo, niño —dijo Víctor. Conforme dejaban atrás la zona de aterrizaje; el tocadiscos gigante giró sobre su propio eje y las puertas del techo se abrieron con un zumbido. El segundo helicóptero descendió y quedó justo al lado del primero, los soportes inferiores se desplegaron como las patas de un insecto para suavizar el aterrizaje y para cuando las hélices dejaron de girar ya no había rastro de los primeros invitados. Una vez que el calor se disipó de los rotores, la puerta se abrió y las escaleras se materializaron para facilitar el descenso de la segunda tanda de pasajeros. El profesor Harry Harding bajó al final, se abotonó la chaqueta de tweed para ajustarse al clima y suspiró al ver el acongojante comité de bienvenida automatizado. Una voz en chino salió de una bocina en algún lado y los brazos robóticos aceleraron la marcha como desesperados. La idea de que en solo tres días se aventuraría a la expedición de su vida lo motivaba a seguir adelante, pero tenía un extraño cosquilleo en la nuca, uno que no tenía desde su divorcio o el accidente en Estambul. Lo que muchos llamaban intuición. Un mal presagio. —Tengo un mal presentimiento sobre esto. —susurró. *** A decenas de kilómetros de ahí, en ese punto desconocido del océano, Niel Robertson se sofocaba. Estaba en el camarote del Victoria, sentado en el lugar que Ambra siempre ocupaba para recibirlo en las juntas de negocios, la oficina adornada con caracoles. El secretario, Gibson, que lo había acompañado hasta el barco en Yucatán para buscar a la documentalista, negó con la cabeza. —Sus padres tampoco saben nada, Niel. Todo lo que tenemos es la nota de voz que dejó. "Industrias Moebius estuvo aquí, Niel. Me hicieron una oferta que no podía rechazar y me fui a China. Creo que después de todo no será necesario acostarme con los viejos verdes del canal". Debió ser una gran oferta para que dejara su amado barco sin más. Ya le avisé a Ricardo para que venga a cuidarlo. —Gracias, Gibson. Puedes salir, te alcanzaré en un minuto para irnos. Una tormenta se acerca. —Sí, señor. Gibson salió de ahí y saltó a la lancha para esperar a su jefe. En la oscuridad, Robertson tomó el teléfono e intentó llamar una vez más, sin éxito. El número estaba fuera del área de servicio. Apagó las luces y salió también. —Ambra... —musitó con el aire— ¿Dónde estás?
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